Diario de un drogadicto
Quijota [@] [www]

 

"Humanidad, qué estúpida hija de puta eres"
Ch.Buckowsky

DÍA 1 (que entro en contacto con él)
Hoy me ha pedido un pitillo. Cientos de días iguales viéndome desfilar ante él, y de pronto, justamente hoy: me ha pedido un pitillo. Su voz, de lija, la he sentido como el humo de un cigarro cuando se tiene la garganta irritada. Se ha aventurado a lanzarme su primer sonido, que se aproximaba más a un graznido que a cualquier otra cosa inteligible:
- Lo siento, no fumo.

DÍA 2
Salí del hospital más temprano. Estaba como de costumbre a los pies del edificio principal, frente al Bingo de luces llamativas y sirenas que cantan el premio gordo. Aparece cada día más encogido como si los hombros pudieran pesar un mundo entero y cedieran ante la ley universal de la gravedad.  La cara la tenía hinchada, ya viene siendo esto costumbre desde hace tiempo atrás. Cuando pasé a su lado, acertaba no con tino a encestar un pitillo en la cajetilla de tabaco negro, mientras que uno enmohecido colgaba de entre sus harinosos labios. De repente levantó la faz  y me miró como hacía siempre, por una enésima de segundo, tiempo durante el cual alcancé a ver una roji-negra mancha pintada sobre su frente. En seguida se giró sobre sí mismo al percatarse de que unos ojos curiosos y desconocidos reparaban en él.

DÍA 3
He salido un poco mareada por tanta pastilla, pero creo que no lo he visto. Como excepción: no estaba vigilante en su puesto.

DÍA 4
Ha vuelto. Continua ahí, impasible, e inamovible, anclado en la acera, casi echando raíces entre desperdicios humanos. Se frota las manos, hace frío. Y me mira, como siempre y me odia por no darle nada. Pero hoy fue distinto, me miró con unos ojos amoratados e hinchados, desorbitados, cada uno orientado en sentido opuesto.  La mandíbula se descolgaba flácida, lo mismo que los párpados; y me miró mientras me alejaba, me miró, lo noté en mi espalda.

DÍA 5
Me dijeron en el hospital que me llamarían a un taxi, para que pasase a recogerme, mi estado empeoraba, y no era el momento de ponerse a jugar bajo la tormenta. Me negué en rotundo, quería verle. He llegado empapada a casa. Llovía, se caía el cielo en pedacitos de agua, y parecía que de un momento a otro habría más agua en el suelo que sobre él. Las gotas, que patinaban sobre aquellas despobladas cejas acababan pingando nariz abajo hasta caer en un monótono tic-tic-tic contra un charco que le isolaba del resto del mundo. El labio inferior, independientemente del resto del cuerpo danzaba a su ritmo y en él se fundían las gotas de lluvia con su saliva. A causa de la humedad, quiero imaginar, los ojos estaban más entumecidos que de lo normal.

DÍA 6
La mancha, como por arte de magia ha desaparecido, pero al parecer los ojos se distancian cada vez más uno del otro y se inflan y se salientan como si en escasos segundos fueran a caerse sobre el plato de sopa caliente que no tiene. Me he fijado que se cambia de ropa a menudo, y de cuando en vez tiene un bocadillo que rasurar entre sus grises manos. Sigue encorvándose y mirándome al pasar.
Su cara. Me suena

DÍA 7
No lo he podido remediar, me come la curiosidad. Me he parado ante él y le he observado. Se sintió nervioso y no cejaba en su empeño de tambalearse de una pierna a otra:
-¿Qué quiere?.. ¿qué quiere?.
No le contesté, simplemente evité esa mirada perdida y me fui. Tiene el pelo más largo, sucio. La cara más hinchada, la nariz con cicatrices, la boca abierta de par en par y los dientes negros como la noche. Pero es él.
Los dedos parecen muñones, apéndices de piel con uñas rotas, desvencijadas, laminadas. Lo reconocí porque aún llevaba el anillo en uno de esos colgajos que le hacían las veces de extremidad; me extrañó que no lo hubiera vendido, le hubiesen dado una pasta por él.

DÍA 8
Abro el monedero y le dejo un billete de cinco. No sabe quién soy. Me da las gracias y continua atosigando a las viejas que, con visones, que salen del Bingo. Me he sentado en un portal cercano, donde él no podía verme, y he empezado a llorar. Marzo del 89. ¿Recuerdas, Juanma?

DÍA 9
No está, habrá ido a enchufarse a la vena el billete que le di ayer.

DÍA 10
-Espere, siñorita.- me toca el hombro y se frota las manos;- Esto es suyo.
Rasca en el bolsillo y saca un puñado de billetes y monedas.
- La vuelta de lo de ayer.- y me lo mete en el bolso sin darme tiempo a reaccionar.
He salido corriendo, creo que se ha dado cuenta de quién soy.

DÍA 11
Ayer no vi lo que me había metido en el bolso, pero hoy, al coger las llaves encontré el dinero y un trozo de papel albal chambuscado.

DÍA 12
Cuando fui a pagar el pan con un billete me percaté de que había algo escrito en él: 7,00 en La Colegiata. Miré el reloj instintivamente, aún llegaba a tiempo. Pagué con monedas y me fui.
Sí, estaba allí Juanma, bajo el cielo plomizo con el mismo aspecto de siempre. La sombra de la concatedral a su amparo. Tuve miedo, pensé que no sabría cómo reaccionar, todo había cambiado tanto, todos habíamos cambiado tanto.
-Siñorita, aquí.
Me acerqué en silencio, pensaba decirle algo que sonase caluroso y amistoso, que cuánto tiempo había pasado, que lo que eran las cosas y la de vueltas que da la vida.
- Mire usté, es que como ayer le di más dinero sin darme cuenta, pues era por si podía devolvérmelo y yo, pues bueno, a cambio no le pediré más.
Metí el puño en el bolso y saqué su dinero, sin decirle nada.
- Gracias, que Dios la tenga en gloria.
- Qué Dios ni qué puñetas.- Mascullé.
- ¿Cómo dice?.
Miré para la puerta de la Iglesia, y pensé en el Cristo, el de la Victoria, que colgaba crucificado en el ábside.
-Que aquí no hay Dios ni puñetas.- repetí mientras me iba.- Aquí no hay nada.

DÍA 13
No tiene ni idea de quien soy, pero cuando paso, baja la cabeza. He observado que sufre una alopecia galopante, que los pelajos que le cuelgan, son del contorno de la cara. Tiene la cabeza llena de bultos, supongo que un inicio del sarcoma Kaposi. Sarcoma, o cáncer, o cualquier otra  de esas muertes seguras terminadas en itis.

DÍA 14
Mi anillo lo perdí hace mucho tiempo. O tal vez lo vendí, qué sé yo. Juamna siempre había sido mucho más fiel a sus principios. A mí todo me dio siempre igual. No podía creerlo, tanto tiempo.

DÍA 15
He cogido el álbum de fotos. Juanma estaba allí, con esa barba de hombre-lobo que siempre llevaba, sonriendo ampliamente, y agarrándome por la cintura. Estaban todos, Vicente, Marilia, Cañi, Jorgito y hasta Feli. Era verano en Villagarcía, estábamos en la playa, tumbados al sol, poniéndonos tostados. Aún no había ninguno metido.  Los de las planeadoras no tardarían mucho en hacernos sus socios. pero en cuanto nos descubrieron encontraron una mina en nosotros, y nosotros en ellos.  No controlábamos, aquello era el paraíso. Dos horitas durante la noche descargando y dinero para el resto de la semana; nos pagaban en especie la mayoría de las veces, y se nos ponían los ojos en blanco al ver tanto polvo junto.
El señor Manuel daba unas fiestas tremendas en su mansión, y decía que éramos sus amigos. Nosotros nos enorgullecíamos de codearnos con la élite de la sociedad, y caíamos borrachos perdidos en la piscina en forma de riñón. Nos servían canapés unas chiquillas sudamericanas, que te  limpiaban la baba que te caía al terminar el bocado. Y bebíamos champán en copas de cristalería fina. Nos creíamos los reyes, no, bueno, el Rey era el señor Manuel, nosotros éramos sus príncipes y princesas.
Juanma y yo nos habíamos casado aquel marzo del 89, sin edad, sin madurez, sin ideas y cargados de dinero. Al principio a todos nos iba de maravilla, sin pegar un palo al agua durante mucho tiempo y colocados las 24 horas del día. Nos habíamos ido todos a vivir a una casa abandonada del pueblo, porque en nuestras casas estaban siempre curioseando y no nos hacía ni pizca de gracia. Aquello era como una comuna, sólo que a lo grande. Pero no duró mucho toda aquella felicidad. Vicente había sido el primero en caer, tras una sobredosis de caballo. Marilia apareció muerta en el acantilado, según decían se había suicidado, pero yo sabía que se había ido de la lengua y el señor Manuel se encargó de deshacerse de ella. El Cañi vivía en su mundo, con su mierda, que era sagrada, y el resto le importaba un pito. Sabía que seguía por ahí, dando vueltas, si la enfermedad no lo había matado ya. Creíamos saberlo todo, claro. Jorgito había sido el primero en coger el virus, una noche de juerga, que se fue con algún cabronazo que se lo pasó.  Pero era de esperar, nos daba igual que la jeringa fuera nuestra o no, al fin y al cabo, lo importante era meter algo. Y Jorgito, como el resto, pasaba mucho de esterilizarla. Al cabo de dos meses tuvieron que ingresarlo, con una dolencia desconocida, palidez de un muerto y unas extrañas manchas en la nuca. Al resto nos entró un poco de miedo, pero no se nos ocurrió pensar que tuviese ninguna relación con la droga. Feli murió poco después de ingresar a Jorgito, al parecer se habían acostado y creímos que esa era la razón por la que se habían pasado la enfermedad. Respiramos tranquilos. De repente, después de mucho tiempo, se empezó a saber que aquello que había matado a Feli y a Jorgito, tenía nombre: VIH. Juanma se reía de los médicos:"¿Qué sabrán esos matasanos?, decía, ¿qué sabrán?", pero yo dudaba de todo. Cuando le contaba lo que pensaba, y de que si tal vez deberíamos tener más cuidado, me tomaba el pelo. "¿No me digas que tú te acostaste también con Jorgito?". Sabía perfectamente que no, pero aún así había compartido  picos muchas veces con él. Sin contárselo fui al hospital a hacerme una prueba.
Tardaron días en darme los resultados, decían que era para asegurarse, pero que aquella técnica estaba muy desarrollada y era bastante fiable: di positivo. En un principio no me di cuenta de lo que aquello significaba, pues nadie sabía mucho de aquello. Un doctor me sentó en un despacho blanco decorado con diplomas de medicina y explicó lo poco que sabía: usted es seropositiva, o lo que era lo mismo, que había contraído una enfermedad incurable. Se me cayó el mundo encima. Él me miró los brazos, escurridos, amoratados, agujereados y me dijo que eso tenía la culpa de todo.
Desde ese momento no había vuelto a ver a Juanma. Dejé las drogas y me fui a vivir a Vigo.
Y ahora me lo encontraba, cuando salía de mis sesiones para las pruebas de tolerancia de fortísimos antivíricos, pidiéndome una limosna.

DÍA 16
Cada día le suelto unas monedillas, pero él sigue sin mirarme. Se apresura a guardárselas en el bolsillo junto con el resto de su colección.

DÍA 17
Hoy casi no podía articular palabra, se le quedaban atascadas las letras, y tenía la vista perdida. Le he levantado la cara, cogiéndole por el mentón, bajo la mirada vigilante del de seguridad del Bingo: "¿Le está molestando, señora?". Le he hecho un signo de que todo estaba bien.
- Juanma.
Tardó en reaccionar, paseó la mirada lentamente por mi frente hasta encontrarse sus ojos con los míos. Le he dado un beso y me he ido.

DÍA 18
Juanma no está, dicen que el drogata del Bingo ha aparecido muerto en unas frías escaleras del Mercado de la Piedra. El drogata del Bingo ha muerto.

 

 

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