¿LAS MALVINAS SON Y SERÁN ARGENTINAS?

Malvinas o Falklands, las islas de la discordia.

 

Autora: Martha Delfín Guillaumin

 

“Los hechos están ejecutados, la cuña

está puesta. Hispanoamérica es libre y,

 si sabemos dirigir bien el negocio, es inglesa”

Correspondencia de Canning con Lord Granville.[1]

 

El de 15 de junio de 1982, el mundo amanecía con la noticia de que el conflicto armado entre Argentina y el Reino Unido había concluido. Menos de tres meses habían bastado para que el sueño acariciado por muchos argentinos de recuperar las islas Malvinas se desvaneciera o más bien, sorpresivamente se convirtiera en una frustrante realidad. La censura militar había controlado los comunicados de prensa y hasta el día de la rendición, 14 de junio, las noticias propaladas en Argentina señalaban que sus tropas se encontraban próximas a la victoria definitiva y las de Gran Bretaña estaban a punto de retirarse de las islas. La indignación que provocó esta farsa y el desprestigio de la Junta militar, de por sí ya bastante cuestionada por sus violaciones a los derechos humanos y la bancarrota en la que sumía al país, precipitó el fin de un gobierno dictatorial que se había establecido con el golpe de Estado de 1976. Por su parte, el éxito de la guerra reforzó la figura de “la dama de hierro”, Margaret Thatcher, quien repitió su cargo de primera ministra en el gobierno inglés al ganar las elecciones de principios de 1983. En este ensayo pretendo analizar brevemente la historia de las relaciones entre ambas naciones tomando como hilo conductor los momentos de conflicto bélico, ya que este último se sumó a una larga serie de episodios de enfrentamiento.

 

            El vínculo argentino-inglés se remonta a la época colonial. Desde antes de la fundación del Virreinato del Río de la Plata en 1776, ya habían comenzado las hostilidades por parte de la Gran Bretaña, que incluso había invadido el territorio argentino. Para entender mejor esta afirmación será preciso dar una semblanza general del poblamiento de estas islas ubicadas en un archipiélago que emerge de la plataforma continental anexa a la Patagonia en el Océano Atlántico Sur, frente a la costa argentina de la provincia de Santa Cruz, entre los 51° y 53° de latitud austral y los 57°40’ y 61°30’ de longitud oeste a unos 550 kilómetros de la entrada al Estrecho de Magallanes. Es un conjunto de algo más de 100 islas, ocupan una superficie de 11,718 kilómetros cuadrados de las cuales destacan la de la Soledad y Gran Malvina entre las mayores. Desde 1520, al parecer luego del descubrimiento realizado por Esteban Gómez, se tienen noticias de estas ínsulas según lo demuestra las cartas de navegación elaboradas por los españoles durante el siglo XVI. Los británicos las nombraron Falkland Islands en honor del Lord inglés que financió la expedición del capitán John Strong hacia 1690; Strong navegó por el  estrecho de San Carlos al que nombró Falkland Sound, luego el nombre fue aplicado por los ingleses a todo el archipiélago. Las islas Malvinas, según refieren Rosana Pagani, Nora Souto y Fabio Wasserman, se convirtieron en un objeto de discordia porque las naciones europeas como Holanda o Inglaterra, que se disputaban la gloria de su descubrimiento, reconocieron su situación estratégica como lugar de recalada para los barcos que navegaban por los mares australes. En la década de 1760, tanto los franceses como los ingleses se habían establecido en las islas, hecho ante el cual la Corona española protestó llegando a un acuerdo con Francia en primera instancia, esto es, esta nación aceptó la soberanía española sobre las islas porque éstas habían sido descubiertas por españoles y, además, por reconocer la vigencia del Tratado de Tordesillas de 1494; no obstante, los españoles tuvieron que pagar una suma de dinero al gobierno francés. De cualquier forma, como los marineros galos que habían estado en las islas provenían del puerto de Saint Maló, se les empezó a llamar Maluinas que ya castellanizado quedó como Malvinas. Los ingleses, sin embargo, se retiraron de Puerto Egmont hacia 1774; éste había sido fundado por ellos en 1766, los españoles lo rebautizaron como Puerto de la Cruzada. Posteriormente los españoles, ejerciendo su derecho de soberanía sobre las islas, mantuvieron en ella una gubernatura y comandancia marítima que se prolongó hasta recién iniciada la guerra de independencia. De esta forma, entre 1767 y 1811 las islas contaron con 20 gobernadores que dependían directamente de los gobernadores y, a partir de 1776, de los virreyes del Río de la Plata. Luego de consumado el proceso de emancipación de la Corona española, el conjunto insular pasó a formar parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata; así, en noviembre de 1820 se izó por primera vez la bandera albiceleste en Puerto Soledad. En 1823 se inició el repoblamiento formal de la isla Soledad con Luis Vernet, quien había sido enviado por el gobierno de Buenos Aires. Hacia 1829, los mismos autores citados afirman que el general Juan Lavalle diseñó un plan para ejercer la soberanía argentina sobre las islas e instauró una Comandancia político-militar a cargo del propio Vernet, lo que constituyó un inequívoco acto de jurisdicción sobre ese territorio y las islas vecinas al Cabo de Hornos.

 

Posteriormente, en los años 1831-1832, embarcaciones de origen estadounidense provocaron una serie de incidentes ya que ignoraron las disposiciones del oficial argentino sobre el derecho de pesca en esa zona. Se suponía que los barcos balleneros de procedencia extranjera debía pagar un impuesto de 5 pesos por tonelada de pesca. En esos años Vernet logró capturar tres goletas estadounidenses, el Harriet, el Breakwater y el Superior, que se negaron a pagar esos impuestos. Luego Vernet arribó al Puerto de Buenos Aires a bordo del Harriet junto con el capitán Davidson, patrón de ese barco. Esto originó un conflicto diplomático: el cónsul de los Estados Unidos en Buenos Aires, George V. Slocum, desconoció las medidas adoptadas por Vernet con respecto a la embarcación confiscada y, particularmente, la jurisdicción argentina sobre el territorio insular en cuestión. Inclusive, mandó traer de Estados Unidos a la corbeta Lexington, comandada por el capitán Silas Duncan. Este individuo pretendía juzgar a Luis Vernet por piratería en los Estados Unidos; luego, el 28 de diciembre de 1831, Duncan junto con Davidson arrasaron la colonia argentina en Puerto Soledad, ¿América para los americanos? A parecer la Doctrina Monroe, de reciente formulación, fue olvidada en ese entonces. Es evidente que Estados Unidos, tal y como lo señalan Gustavo y Hélène Beyhaut, con respecto a la Doctrina Monroe: “Hasta fines de la guerra de Secesión, preocupado por sus problemas interiores, (...) no dejó de ver en este discurso más que una simple declaración de principios  /el de no intervención, de no colonización y el de aislacionismo, oponibles sólo a las potencias europeas/; es así como no fue recordada ni aplicada, entre otros casos, durante las evidentes intervenciones británicas en América Central en la década de 1830 (tendientes a ampliar el territorio de Honduras británica), ni cuando Gran Bretaña ocupó en 1833 las islas Malvinas, ni cuando el bloqueo francés de México y Argentina en 1838 o las operaciones anglofrancesas en el Río de la Plata en 1845.” Esta afirmación resulta más convincente si se recuerda el hecho acontecido en julio de 1832 cuando el entonces gobernador de Buenos aires, Juan Manuel Ortiz de Rosas, expulsó al cónsul estadounidense y a un ministro llamado Bayles, quien había dicho que las Malvinas pertenecían a Gran Bretaña. El presidente Jackson, según refiere Jorge Lanata, estuvo a punto de declarar la guerra “al insolente gobierno de Buenos Aires.”

 

Al inicio del año 1833, la goleta británica Clío al mando del comandante inglés John James Oslow entró por el Puerto de la Cruzada y se apoderó de las Malvinas expulsando a los habitantes de origen argentino. Los ingleses ocuparon las islas y se quedaron con los bienes de los argentinos extrañados. Enseguida dieron inicio los reclamos por parte de las autoridades de Buenos Aires, en junio de ese mismo año, Manuel Moreno, representante argentino en Londres presentó una protesta formal ante la Oficina de Asuntos Extranjeros (Foreign Office). Estos reclamos continuarían realizándose a los largo del siguiente siglo, por ejemplo, en 1946, Argentina presentó su primera reclamación para la devolución de las islas Malvinas ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, organismo recién fundado en el período de la posguerra. Luis Alberto Romero indica que en el año de 1965 “las Naciones Unidas dispusieron que ambos países deberían negociar sus diferencias, pero los británicos poco habían hecho para avanzar en el sentido de los reclamos argentinos, coincidentes con las tendencias generales del mundo hacia la descolonización.”

 

Por otra parte, las guerras europeas marcaron el perfil de esta relación de conflicto con Gran Bretaña cuando todavía Argentina formaba parte de la Corona española. Según refiere Jorge Lanata, en las postrimerías del siglo XVIII, luego de haberse roto las relaciones de alianza entre Francia y España (establecidas durante la Guerra de Sucesión Española), el gobierno inglés comenzó a considerar la posibilidad de realizar una invasión “en arco” que tomara Buenos Aires, para de esta forma, adentrarse hasta el Perú y Ecuador vía Chile. Hacia 1805 empezaron a circular los rumores de una posible guerra entre España y la Gran Bretaña. Este fue el preámbulo para las llamadas “Invasiones inglesas” de 1806 y 1807 al Puerto de Buenos Aires. El episodio de la huida del virrey Sobremonte con el tesoro real hacia Córdoba es hartamente conocido. Sobremonte y su familia se refugiaron en Córdoba, la plata del rey fue confiscada en Luján y luego llevada a Inglaterra; se trataba de cerca de 40 toneladas de pesos plata que fueron depositados en el Banco de Inglaterra, en 1808, según refiere Lanata, fueron repartidos entre los miembros del ejército invasor y sus principales dirigentes. Desde el 25 de junio hasta el 12 de agosto de 1806 las fuerzas británicas ocuparon el Puerto de Buenos Aires, si bien las órdenes confusas y poco tácticas de Sobremonte habían propiciado la entrada invasora, la expulsión de los ingleses se logró con la suma de talentos militares de Liniers, Pueyrredón y Álzaga y la presencia de los pobladores porteños que se unieron a la lucha para expulsar al enemigo. En junio de 1807, los colorados, como popularmente fueron llamados los soldados ingleses, intentaron tomar nuevamente el puerto bonaerense, sin embargo, esta vez fueron repelidos desde el principio distinguiéndose en la defensa del sitio de nueva cuenta Liniers y Álzaga.

 

            Durante el siglo XIX, la relación entre Argentina y Gran Bretaña se distinguió por su carácter comercial y diplomático. En lo comercial se puede mencionar los empréstitos y las inversiones inglesas, léase inversiones no invasiones, y en lo diplomático el juego de poder ejercido desde Londres para controlar las relaciones políticas y económicas de Argentina y sus países vecinos. De esta forma, en 1824 la Casa Baring Brothers concedió un empréstito a Argentina autorizado por el ministro de gobierno Bernardino González Rivadavia. La deuda que se contrajo con motivo de este empréstito fue muy grande  porque se consideran los intereses que se fueron acumulando, su cancelación se efectuó recién en 1903, pero en su momento llegó a ser tan fuerte la presión ejercida por los banqueros ingleses al gobierno argentino para liquidarla, que en 1842 el propio gobernador Juan Manuel de Rosas, según refiere Lanata citando a su vez a Alejandro Olmos Gaona, “ordenó a su ministro en Londres, el Dr. Manuel Moreno, que explorara la posibilidad de entregar las Islas Malvinas a cambio de la cancelación de la deuda, previo reconocimiento de la soberanía argentina sobre las islas.” Se suponía que originalmente este empréstito iba a servir para costear la construcción de un puerto y dos cárceles, y proveer a Buenos Aires de un servicio de agua corriente; sin embargo, como lo manifiestan Raúl Scalabrini Ortiz y José María Rosa, en los hechos el puerto sirvió para beneficiar a los anglos ya que éste se construyó para facilitarle el acceso a los buques ingleses, sacar las mercancías de exportación y las ganancias de los comerciantes ingleses en el Río de la Plata. En cuanto a las inversiones británicas relacionadas con la explotación minera en Argentina es conocido el interés que éstas despertaron desde los primeros años de vida independiente; durante el tiempo en que Rivadavia figuraba como ministro plenipotenciario de las Provincias Unidas en Francia e Inglaterra, hacia 1824, es que se iniciaron estos proyectos de compañías mineras británicas en territorio argentino, en particular, la empresa Hullet. Jorge Lanata al referirse a este episodio, comenta que  Rivadavia se asoció con John Hullet y “acordaron asociarse en la Río de la Plata Mining Association, con un capital de un millón de libras. González Rivadavia fue designado presidente del directorio.” Sin embargo, las condiciones en que se dio tal acuerdo no fueron muy claras, tal como lo señala Tulio Halperin Donghi, durante el tiempo en que Rivadavia fue electo presidente de la república en 1826, los gobiernos del interior, salvo el caso del gobierno sanjuanino, no estuvieron conformes con la presencia de esta empresa minera: “Mientras tanto, la redacción de una constitución unitaria terminó de enajenar al congreso la buena voluntad de los gobernantes del interior, ya comprometida por episodios como la aprobación del tratado de comercio y amistad con Gran Bretaña, que imponía la libertad de cultos aun en las provincias interiores, y por otros más turbios, vinculados con las rivalidades entre compañías mineras organizadas en Londres con el auspicio de Rivadavia y otras igualmente lanzadas al mercado bursátil de la City con el de hombres influyentes del interior.”  Posteriormente, durante el período rosista se empezaron a dar las bases para el intercambio comercial con el extranjero, que junto con los latifundios, los saladeros conformaban la base económica del gobierno dictatorial de Rosas. En esa época los comerciantes británicos tenían un fuerte vínculo con los nuevos ricos argentinos, “una clase favorecida por la instalación de latifundios y el sesgo exportador”. En la segunda mitad del siglo XIX se daría la entrada del capitalismo financiero inglés en las inversiones en empresas como el ferrocarril argentino, que como bien apunta Scalabrini Ortiz había comenzado siendo una actividad económica con iniciativa e inversión argentina en 1854, la llamada Sociedad del Camino – Ferrocarril al Oeste, pero para la década de 1880 se otorgaron concesiones a empresas británicas para la construcción de ferrocarriles que a manera de embudo desembocaban en el Puerto de Buenos Aires; las mercancías de exportación deberían ser sacadas por ese puerto en detrimento de otros sitios como Mar del Plata que también contaba con un puerto de aguas profundas. Sin embargo, como indica Scalabrini Ortiz, ese puerto quedó aislado porque las empresas jamás le dieron acceso ferroviario teniendo que mandar los cereales y las carnes de esta zona de la Pampa húmeda hacia Buenos Aires para poderse embarcar al extranjero. En 1889, el Gobierno de Buenos Aires vendió esta línea férrea a la Western Railways, una empresa inglesa. Con esto se garantizó el dominio británico sobre las concesiones de las líneas férreas argentinas. En la década de 1880, informa Lanata, Argentina enviaba a Europa, en particular a la Gran Bretaña, cueros, lana, sebo, maíz, lino y carne de cordero congelada. Y, a su vez, recibía de Inglaterra, hierro, acero, materiales para ferrocarriles y trilladoras, entre otros productos. Las compañías británicas y estadounidenses se instalaron en Argentina y desplazaron, a su vez a las empresas frigoríficas de capital argentino como La Congeladora Argentina y el Frigorífico Argentino. Entre las extranjeras destacan The River Plate Fresh Meat Company, que fue el primer frigorífico inglés en Argentina fundado en 1882, y The National Packing Company, un complejo de Chicago formado por Swift, Armour y Morris. Un último ejemplo de este tipo de affaires nos lo proporcionan las compañías británicas deslindadoras de tierras que se establecieron en el último tercio del siglo XIX en territorio argentino; entre éstas figuran la Argentine Central Land Co., Las Cabezas Estancia Company y Estancias and Properties. Esta situación privilegiada de los intereses británicos en Argentina se prolongaría ya avanzado el siglo XX, precisamente en 1933 con el famoso Tratado Roca – Runciman, que restringía la participación en el negocio de los frigoríficos de inversionistas nacionales a un 15%; por su parte Gran Bretaña se aseguraba de que las libras esterlinas generadas por la venta de carnes argentinas se destinarían al pago de la deuda. El vicepresidente Julio A. Roca, hijo del vencedor de la campaña del desierto contra los indios rebeldes, realizó este acuerdo que se daba en el marco de una crisis internacional: la debacle económica de 1930 y la competencia con los Estados Unidos habían hecho que la Gran Bretaña diera preferencia a sus antiguas colonias para las importaciones y eso significaba que Australia mandaría carne como parte de sus exportaciones, es decir, se beneficiaba a los miembros del Commonwealth en detrimento de Argentina que vería reducida sus exportaciones de carne congelada hasta en un tercio. En sus intentos por mantener las cuotas argentinas de carne, señala Luis Alberto Romero, es que se realizó el referido Tratado Roca – Runciman. Al igual que otros personajes como Rivadavia, Mitre o su propio padre, Julio A. Roca formó parte de la elite que sirvió para la penetración y dominio de los intereses extranjeros en el país. Ilustrativo de este fenómeno resulta la declaración atribuida al entonces vicepresidente Roca: “Si bien Argentina es independiente desde el punto de vista político, desde un ángulo económico pertenece al Commonwealth.”

            La Guerra del Paraguay (1865-1870) puede ser el mejor ejemplo para entender las relaciones diplomáticas entre la Gran Bretaña y Argentina en la segunda mitad del siglo XIX. El conflicto bélico, también conocido como la Guerra de la Triple Alianza o de la Triple Infamia (Brasil, Argentina y Uruguay), ocasionó que Paraguay, un pequeño país capitalista sudamericano que prosperaba con su industria local y sus astilleros representando una molestia a los intereses británicos, se convirtiera en un país mutilado geográficamente, con una pérdida poblacional por la guerra estimada en un millón de varones muertos, y el desmantelamiento de su industria. Halperin Donghi menciona que “el heroísmo paraguayo asombró al mundo: a través de cinco años de guerra el país perdió casi toda su población adulta masculina.” Este florecimiento económico autónomo alcanzado por un país latinoamericano en el siglo XIX no se volvería a repetir. Lanata, siguiendo al historiador José María Rosa, manifiesta que el interés del ministro británico Edward Thornton por terminar con la renuencia paraguaya a aceptar sus empréstitos, el cierre de sus ríos a los barcos con bandera inglesa, la indiferencia por los tejidos ingleses y su ignorancia del poderío inglés, no significaba para los ingleses llegar a producir un enfrentamiento de esa naturaleza: “Si Thornton empujó a la guerra, no quisieron los ingleses que ésta llegase al extremo de la hecatombe. Una expedición bélica que destruyese las fortificaciones de Humaitá, los Altos Hornos de Ibicuy, la fundición de Asunción, estableciese un gobierno democrático y abriese Paraguay a las mercaderías de Manchester y al capitalismo británico, bastaba a su propósito”. De cualquier forma, Argentina solicitó a Inglaterra un par de empréstitos para poder financiar esta guerra; fue nuevamente la Casa Baring la que en 1866 realizó el préstamo de 550,000 libras con un interés del 6 por ciento”; luego, en 1868 un nuevo empréstito por 1,950,000 libras esterlinas al 7.25 por ciento de interés se sumaría al anterior. Este mismo autor, citando a The Times, informa que esta guerra habría costado “a la Argentina cerca de seis mil libras y doce hombres por día.” La guerra concluyó y su principal promotor argentino, Bartolomé Mitre salió beneficiado con la fundación del periódico La Nación, del que fue propietario, hecho que, según se comenta vox populi, fue posible gracias a la aportación económica del gobierno inglés.

           

Volviendo a los hechos ocurridos entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982, en que Argentina trató de reconquistar las islas Malvinas, son varios los aspectos que llaman la atención, en particular, el pretexto a veces utilizado de que el conflicto se desencadenó en marzo de ese mismo año como respuesta al hostigamiento recibido por ciudadanos argentinos en las islas Georgias del Sur en las que se encontraban recolectando chatarra de las instalaciones balleneras abandonadas, las autoridades británicas los acusaban de haber izado una bandera argentina y de llevar soldados y armas de fuego en vez de operarios para recolectar el escombro. Otro punto a tratar sería el hecho de que los miembros de la Junta militar estaban imbuidos, según Luis Alberto Romero, de una corriente de opinión belicista como lo demuestran los hechos de 1978 en que Chile y Argentina por poco llegan a un enfrentamiento armado por la posesión de tres islotes en el canal del Beagle. El recuerdo de la frase “Argentina potencia” acuñada en las primeras décadas del siglo XX servía de incentivo para fomentar el sentimiento nacionalista de los militares. Pensaban recuperar las islas Malvinas y asegurar la vuelta de ese esplendor formando parte nuevamente del “concierto de las naciones civilizadas” como se decía en el siglo XIX, en este caso, del primer mundo. La noticia del desembarco de las Fuerzas Armadas argentinas, en su mayoría conformadas por soldados bisoños que se encontraban haciendo su servicio militar, efectuado el 2 de abril de 1982 y la inmediata ocupación de las Malvinas desencadenó en Argentina una reacción de júbilo popular que aparentemente hizo olvidar las anteriores protestas ciudadanas, manifestaciones del descontento provocado por la recesión económica por la que atravesaba el país, como la movilización callejera lanzada por la CGT el 30 de marzo de ese mismo año. Suponían los militares, en especial el general Leopoldo Fortunato Galtieri, presidente de facto de la nación y comandante en jefe del ejército argentino, que el gobierno estadounidense apoyaría esta medida y que la Gran Bretaña se conformaría con la devolución de las islas a cambio probablemente de una indemnización. La reacción del gobierno inglés, en particular de la primera ministra Margaret Thatcher, fue violenta e inmediata. Se organizó una fuerza naval que fuera en auxilio de los habitantes ingleses de la isla, a los que despectivamente en la misma Inglaterra se les denominaba como los kelpers (“los que comen algas”). El Senado de los Estados Unidos, informa Romero, “votó sanciones económicas a la Argentina y ofreció a Gran Bretaña apoyo logístico.” Era evidente que el gobierno de Reagan pasaba por alto el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca que tan bien habrían aprovechado los estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial y el bloqueo a Cuba utilizando a sus vecinos latinoamericanos.  Tras 74 días de ocupación argentina y 33 de combate efectivo, la guerra concluyó y la noticia se dio a conocer primero en el extranjero y luego en  la propia Argentina. Por ejemplo, el 16 de junio de 1982, dos días después de haberse confirmado la derrota de las Fuerzas Armadas argentinas, el diario mendocino Los Andes informaba este acontecimiento, en la primera página aparecía el titular: “Las tropas argentinas se retirarán de las Malvinas”. En el mismo diario se incluía el discurso pronunciado por Galtieri quien entre otras cosas afirmaba que: “Rescataremos la República, reconstruiremos sus instituciones, restableceremos la democracia sobre bases inconmovibles de equidad y respeto, y encenderemos como antorchas los valores más altos de nuestra argentinidad.” La guerra había costado a Argentina, según las cifras manejadas por la CNN, un total de 635 muertos y 1,068 heridos; por su parte, Luis Alberto Romero señala que fueron más de 700 los muertos o desaparecidos y casi 1,300 heridos.

 

La guerra dio la oportunidad de repensar el país que se quería tener y el tipo de gobierno que necesitaba; sin embargo, los estragos que la última dictadura ocasionó a la economía, a la cultura política y a la vida cotidiana se sumaron posteriormente a las consecuencias del gobierno menemista que falsamente creó la idea de una mejora en las condiciones de vida de los argentinos. La crisis económica ocasionada por los manejos corruptos de este último gobierno, la privatización de las empresas de la nación como las compañías de teléfono, los trenes, el petróleo o la electricidad realizada de manera dudosa, el enriquecimiento ilícito de los funcionarios y empresarios beneficiados de su régimen, la pauperización del pueblo argentino, han provocado que el mundo nuevamente pose su mirada sobre Argentina, la que en estos momentos deja entrever un atisbo de recuperación socioeconómica y moral con la labor del nuevo presidente Kirchner. Luis Alberto Romero concluye su Breve historia contemporánea de Argentina con la siguiente reflexión: “La democracia había aparecido, luego de la guerra de las Malvinas, como la panacea de todos los males, y a la vez la utopía movilizadora de la sociedad, capaz de integrar en un solo haz las tradiciones liberal, republicana y hasta socialista. Quebrada hacia 1987, la ilusión deja paso a una realidad menos dramática que la de los pasados procesos militares, pero ciertamente poco propicia para generar entusiasmos colectivos... Poco alienta en el presente a una respuesta optimista, salvo quizá la posibilidad de uno de esos bruscos cambios de escenario, tan comunes en nuestra historia reciente. Salvo, también, la confianza de que la sociedad que hoy está ausente del debate público reencuentre la voz, la convicción y los intérpretes que ha perdido, y con ellos la posibilidad de pensar en un país diferente.”

           

Con respecto a la Guerra de las Malvinas y sus consecuencias a corto y mediano plazo, surge la interrogante: ¿Qué opina la gente de estos sucesos? En Internet existen páginas diseñadas por personas argentinas que reivindican la soberanía sobre las Malvinas, inclusive se encuentran poemas acerca de este sentir o que expresan el pesar por los seres queridos perdidos en esa guerra, como el que a continuación se transcribe, titulado “¡Pequeñas Islas!”, escrito por Stella M. Macazuse:

 

             Malvinas, pequeñas islas,

            que en mi alma siempre están.

            Lucharon nuestros soldados,

            para ver la Bandera flamear.

            Islas rodeadas de historia,

            nunca las voy a olvidar.

            Amigos están en tus suelos,

            sobre las costas del mar.

 

            Y sus almas se quedaron...

            Y en silencio clamarán...

            Pequeñas islas Malvinas

            ¡Nadie las puede olvidar! 

            Asimismo, se encuentran los testimonios de los excombatientes, los veteranos de las Malvinas, como el de Horacio Ghittoni, perteneciente al Grupo de Artillería 3: “Gracias a Dios en nuestra unidad no tuvimos problemas de racionamiento. Mis experiencias de combate fueron casi todas iguales: aguantar y aguantar un terrible bombardeo constante del enemigo, pero siempre tuve el apoyo de los integrantes del GA 3, ya que como estaba en una posición distinta a la del Grupo, por mi rol de combate, periódicamente me visitaban alentándome y trayéndome correspondencia. Por todo ello, el día de la rendición lloré tanto, ya que el esfuerzo de todos los argentinos que estuvimos en las Islas fue el humanamente posible y no pudimos contra un enemigo superior en técnica y armas, pero no espiritualmente.”

A manera de reflexión final, aunque diferente en las formas en que se efectuaron estos acuerdos, vale la pena comparar el caso mexicano o el caso guatemalteco con el argentino. México perdió más de la mitad de su territorio luego de la guerra contra los Estados Unidos de Norteamérica, pero hubo un tratado en 1848 que incluía supuestamente una indemnización por parte de los Estados Unidos y el reconocimiento de México de la pérdida de este territorio y, asimismo, unos años más tarde, en 1853, se realizó la  venta de La Mesilla. Ambos acuerdos, aunque se dieron en condiciones de desigualdad e injusticia, formalizaron la pérdida de ese territorio. De igual manera aconteció con el gobierno de Guatemala cuando le cedió formalmente Chiapas y el Soconusco a México, también hubo un tratado celebrado en 1883 para “terminar amistosamente las dificultades existentes entre ambas Repúblicas”. En al artículo II de este tratado se anota que México “aprecia debidamente la conducta de Guatemala y reconoce que son tan dignos como honrosos los fines que le han inspirado la anterior renuncia, declarando que en igualdad de circunstancias, México hubiera pactado igual desistimiento. Guatemala, por su parte, satisfecha con este reconocimiento y esta declaración solemne, no exigirá indemnización de ningún género con motivo de la estipulación precedente.” En ambos casos, es probable que el sentimiento de despojo no haya desaparecido hasta la fecha entre los habitantes de México o Guatemala por los referidos casos citados, pero la ocasión del reclamo se ha perdido porque se aceptó negociar en esas condiciones. Pero Argentina sigue sin solucionar ese asunto de ejercicio de su soberanía sobre ese territorio insular  porque desde la invasión inglesa de 1833 a las Malvinas no se ha efectuado ningún acuerdo formal entre ambas naciones, a menos que se considere la reanudación de relaciones diplomáticas entre Argentina y Gran Bretaña que se dio en la década de 1990 durante el gobierno menemista. Sobre este particular, señala Romero que: “Igualmente audaz fue el cambio introducido /por el ex-presidente Menem/ en las relaciones con Gran Bretaña, interrumpidas por la guerra, que se reanudaron renunciando la Argentina a todo reclamo sobre las islas Malvinas, sin obtener a cambio más que una presencia militar más intensa de los británicos y una mayor explotación de los recursos del área.”

 

            El día 2 de abril por disposición de la Ley 25.370, se celebra el “Día del Veterano y de los Caídos en la guerra  en Malvinas”, y tiene carácter de feriado nacional, de hecho en los almanaques así aparece señalado. ¿Ha terminado este asunto? Entonces tendrán que cambiarse los libros de historia que señalan la presencia inglesa en las Malvinas como un despojo desde 1833 y quitarle a la gente argentina la convicción de que “las Malvinas son y serán argentinas”. Ya no es sólo la lucha contra el imperialismo británico o el reconocimiento de una injusticia, la frase se ha convertido en una de las reivindicaciones más arraigadas que forman parte de la identidad del pueblo argentino, el uso político que se hace de esto es otra cosa. 

           

Bibliografía:

 

Beyhaut, Gustavo y Hélène Beyhaut, América Latina. De la independencia a la segunda guerra mundial, Col. Historia Universal siglo XXI, volumen 23, tomo III, México, Siglo XXI Editores, 1985.

 

Halperin Donghi, Tulio, Historia contemporánea de América Latina, España, Alianza Editorial, 1980.

 

Lanata, Jorge, Argentinos. Desde Pedro de Mendoza hasta la Argentina del Centenario, Argentina, Ediciones B Argentina, S.A., 2002.

 

O’Gorman, Historia de las divisiones territoriales de México, Colección “Sepan cuántos...”, número 45, México, Editorial Porrúa, 1985.

 

 Pagani, Rosana, Nora Souto, Fabio Wasserman, “El ascenso de Rosas al poder y el surgimiento de la Confederación (1827–1835)”, en Nueva Historia Argentina: Revolución, República, Confederación (1806-1852), dirección de tomo: Noemí Goldman, España, Editorial Sudamericana, 1998, tomo 3, pp. 283-321.

 

Rodríguez Mottino, Horacio, La artillería argentina en Malvinas, Buenos Aires, Editorial Clío, 1984, (consulta realizada en su versión electrónica el 23 de marzo de 2004). La dirección electrónica es http://members.fortunecity.com/aokaze/principal_f.htm. Se extrajo el testimonio del exsoldado Horacio Ghittoni.

 

Romero, Luis Alberto, Breve historia contemporánea de Argentina, México, FCE, 1998. 

 

Sitios de Internet utilizados:

 

http://www.historiadelpais.com.ar/malvinas4.htm, (consulta realizada el 14 de Abril de 2004).

 

http://www.losandes.com.ar/2001/0810/tapashistoricas.htm, “Concluye la guerra de Malvinas”, portada del 16 de junio de 1982, número de edición 33,475 (consulta realizada el 29 de marzo de 2004).

 

http://www.mcye.gov.ar/efeme/2deabril/pequenias.html, “¡Pequeñas Islas!”, (consulta realizada el 14 de Abril de 2004).

 

http://www.mcye.gov.ar/efeme/2deabril/ley.html, “Ley 25.370” (consulta realizada el 14 de abril de 2004).

 

 http://www.oni.escuelas.edu.ar/olimpi99/interolimpicos/las3caras/, “Reseña histórica de las Malvinas”, sitio diseñado por alumnos y docentes de la Escuela Media No. 32 del partido de La Matanza, provincia de Buenos Aires, (consulta realizada el 29 de marzo de 2004).

 

http://cnnenespanol.com/especial/2002/malvinas/, (consulta realizada el 23 de marzo de 2004). 


[1] Citado por Jorge Lanata en Argentinos. Desde Pedro de Mendoza hasta la Argentina del Centenario, Argentina, Ediciones B Argentina, S.A., 2002, p. 202.

 

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