Un griego acusado de blasfemar en una partida

 de juego de naipes en la Capitanía de Manila (Filipinas)

 

 

Autora: Dra. Martha Delfín Guillaumin
 

10 agosto de 2013

 

 

 

 

Las Filipinas, una mirada documental[1]

 

Cuando se realiza una pesquisa de archivo resulta curioso encontrar documentos antiguos de un lugar en otro que no corresponde, como los documentos del archivo parroquial de La Piedad que se encuentran actualmente en el archivo histórico de la parroquia de Tacubaya en la Ciudad de México; seguramente, como ambas eran parroquias dominicanas, al desaparecer la antigua iglesia y convento de la Piedad, los documentos fueron destinados al otro archivo parroquial. En el caso particular de este expediente inquisitorial del que ahora me ocupo, mismo que contiene información sobre un militar griego acusado de blasfemar contra la Iglesia Católica Romana en Manila, Filipinas, en 1609, resulta que este documento se halla en el Archivo General de la Nación de México (AGN), eso es lo que en principio podría parecer extraño.

 

Digo en principio, pero hay que recordar que tras “la conquista de Filipinas en 1565, el territorio fue declarado Gobernación y Capitanía General dependiente del Virreinato de Nueva España en 1574. En 1584 se creó la Audiencia de Manila, que se encargaba de la Capitanía cuando ésta quedaba vacante; el Capitán General era también Gobernador y Presidente de la Real Audiencia (hasta 1861).”[2] La Capitanía de las Filipinas dependió de la Nueva España hasta la independencia de ésta en el año de 1821. Durante ese período las islas fueron administradas desde la Ciudad de México y controladas a través del puerto de Acapulco, en la costa del Pacífico. Precisamente, diversos autores, como Yuste, han realizado trabajos de investigación sobre la relación económica de las Filipinas y la Nueva España en cuyo puerto de Acapulco se realizaba una feria comercial de suma importancia con los productos traídos por la Nao de China que era la embarcación oficial española que transportaba esa mercadería.[3]

 

La economía filipina era de base agropecuaria. A las plantas alimenticias de los asiáticos se sumaron las europeas y americanas. La dieta popular seguía centrada en el arroz, pero el maíz tuvo gran aceptación. Las islas producían, además, buen algodón, caña y tabaco. No pudieron aclimatar las especies de las Molucas pese a intentarse varias veces. La ganadería no fue menos importante. A los ganados de carabaos y de cerda ya existentes, se sumaron el mular, caballar, vacuno y ovino. La minería estuvo limitada a algunas extracciones irregulares de hierro en Paracali. No había plata, ni se encontró oro hasta el siglo XVIII. El comercio fue su actividad más importante. Los españoles negociaban con las Molucas, Bengala, China, Japón, Siam, Borneo, Sumatra y Java, enviando las especies, nácar, carey, calaín, diamantes, alcanfor, palo de Cambac, cera, porcelana, sedas, etc. que exportaban a América (México y Perú) a cambio de plata y productos de la dieta mediterránea. Los comerciantes sevillanos se alarmaron de la fuga de plata hacia Asia y, en 1593, se ordenó que Manila negociase sólo con Acapulco y por un valor máximo de 250.000 pesos, retornando a cambio un máximo de medio millón de pesos en plata.[4]

 

En el archipiélago de las Filipinas, luego de 1565, convivieron tres núcleos humanos: los nativos, los chinos y lo españoles. “Los españoles, según el cabildo secular de Manila, eran el año 1603 sólo 700 <entre soldados y vecinos>.” Hacia 1608, “el gobernador Rodrigo de Vivero calculaba <en no más de 1.800> el número de españoles residentes en las islas, incluidos los que estaban en las Molucas. En 1620 había en Manila 2.400 españoles, hombres y mujeres. De ellos, 816 eran soldados, 584 mujeres y el resto vecinos y transeúntes. En estas cifras no se incluye el clero ni los niños.”[5]

 

Las Filipinas, en el aspecto judicial, constituían una Audiencia pretorial presidida por el gobernador e integrada por tres oidores y un fiscal. Así, se regía por las Ordenanzas del 25 de mayo de 1596, que habían sido promulgadas para las Filipinas y después fueron extendidas a otras Audiencias indianas. En el sentido religioso, las “Filipinas formaban una provincia eclesiástica o arzobispado, cuya sede metropolitana residía en Manila y tenía como sufragáneos los obispados de Cebú, Nueva Segovia y Nueva Cáceres, fundados los tres en 1591. Esta división se mantendrá invariable todo el siglo XVII.” [6]

 

 

Manila era una ciudad de gran complejidad por la coexistencia en torno al mismo espacio no sólo de una ciudad española, sino, además, de una población nativa y de la creciente colonia china, cuyo interés era doble: por las relaciones comerciales y por su habilidad artesana. Podrá advertirse la creación del barrio del Parián, en la parte superior del plano, mientras que, al otro lado del río Pasig, se encuentran las casas de sangleyes, con el hospital dedicado a ellos. Las precauciones tomadas llegan, como puede advertirse, al extremo de tener fortificado el puente con una torre que lo domina. El temor originado por la llegada de las expediciones holandesas de principios de siglo fue causa de que se rodeara la ciudad con murallas, en cuyos ángulos aparecen los baluartes dominando especialmente el acceso que se llamaba Puerta de Tierra, como también se encuentran las fortificaciones de Santiago en el ángulo extremo, dominando el río, todo lo cual puede advertirse en este plano, fechado en 1671, cuyo autor es el dominico fray Ignacio Muñoz, quien debió de dibujarlo algunos años antes, ya que abandonó el archipiélago en 1669.[7]

 

El documento que se halla en el AGN contiene información sobre un militar griego que habla, en los primeros meses de 1609, en contra de la Iglesia Latina, es decir, de la de Occidente. Antes de pasar a este asunto, me parece conveniente recordar un poco acerca de la división entre ambas religiones de origen católico cristiano.

 

En el año de 1054 se separa definitivamente la Iglesia Católica de Roma de la Iglesia Ortodoxa de Bizancio, a este acontecimiento se le conoce como el Cisma de Oriente y Occidente. En lo sucesivo existirán dos cristiandades, como sostiene Le Goff, “la de Occidente y la de Oriente, con sus tradiciones, su ámbito geográfico y cultural separado por una frontera que atraviesa Europa y el Mediterráneo.”[8]  El pretexto para esta separación definitiva fue la manera de hacer el pan de comunión con levadura de los ortodoxos y la hostia, pan ázimo, es decir, una oblea sin levadura, de los católicos romanos.

 

El personaje que nos ocupa se llamaba Juan Manuel de Villasana, capitán de la armada española en las Filipinas. El expediente del AGN contiene información sobre el proceso inquisitorial en contra suya acusándolo de blasfemar puesto que, además de criticar a los sacerdotes católicos de Occidente, también invocaba al demonio mientras jugaba a las cartas. Los declarantes eran testigos de facto, citados por las autoridades del Santo Oficio para que proporcionaran la información pertinente sobre este acusado. Recuérdese que desde mediados del siglo XIV, el inquisidor general de Aragón, Nicolao Eymerico, escribió el Directorio de Inquisidores en el que apuntaba en el segundo capítulo de su obra que:

 

Cuando se presente un testigo para declarar contra un acusado; ó cuando para este fin fuere citado, le examinará el inquisidor, y oirá su declaración en presencia de un secretario ó escribano. Primero le tomará juramento de que ha de decir verdad, luego le preguntará si conoce al acusado, desde que tiempo, si en el pueblo de su residencia está reputado por buen ó mal cristiano; si está mal notado por haber hecho ó dicho algo contra la fé; si le ha visto ó le ha oído el testigo obrar ó hablar contra la fé, delante de quien, y cuantas veces; si lo que ha dicho ó hecho el acusado ha sido en chanzas ó de veras, etc. Después se le encarga el secreto al testigo. Llamará el inquisidor para que asista al examen de testigos uno ó dos varones prudentes que asistan al fin de la declaración, ó á toda ella, si fuere posible, puesto que esto no siempre se pueda hacer sin inconveniente.[9]

 

En el proceso contra el capitán Villasana, el primer testigo, Juan González Sirgado, se presentó sin ser llamado por el tribunal inquisitorio el 1º de marzo de 1509. González era caporal de la galera Capitana, natural de la ciudad de Jerez de los Caballeros, de veintidós años de edad. Les informó que el capitán Villasana, quien vivía en  Bagunbaya, la tarde anterior, el último día de enero, mientras estaba jugando a las cartas expresó: “Voto a Dios que he perdido tanto dinero y que no he ganado nada y que el primer real que ganara que lo he de dar de barato al diablo” y habiendo ganado una mano tomó un tostón y se salió a la puerta de la calle y lo arrojó diciendo: “Toma diablo que ha muchos días que te había mandado de barato”, y que luego tomó de nuevo el naipe, pero perdió de nuevo la suerte y le quedó sólo un peso que de nuevo arrojó desde la puerta de la calle ofreciéndolo al diablo: “Toma diablo que te lo doy de muy buena gana y mi alma con él”. Había pronunciado en el medio del juego muchos juramentos y había expresado que juraba que si supieran lo que decía callando “por cada palabra me podían quemar, pero ya lo digo entre mí y no le digo nadie nada”. Luego el declarante dio la lista de los reunidos durante el suceso narrado: el alférez Acevedo, Andrés de Salinas, soldado de la compañía  de Manuel de Herrera, Pero González “que habla medio portugués, moreno de rostro”, Francisco Freile, vecino de Bagunbaya y otros de los que no sabía el nombre.[10]

 

El segundo de los testigos era Francisco Freile, quien dijo ser vecino de Manila, casado, nacido en la isla de San Miguel, de 28 años de edad. Fue llamado a declarar frente al comisario del Santo Oficio en las islas Filipinas, fray Bernardo de Santa Catalina, el 2 de febrero de 1609, es decir, dos días después de haber acontecido en la casa del juego de Laguio el suceso del que acusaban a Villasana. Según Freile, Villasana se hallaba molesto por haber perdido y renegó de Dios, luego lanzó lejos un tostón diciendo que lo daba al diablo y que ya tenía días arrojando tostones y ofreciendo su alma al demonio. Luego echó un peso y “entonces dijo y mi alma con él”. También le escuchó decir: “No gano, no me lo quiere dar […] más poder tiene que fulano”, y el testigo entendió que se refería al naipe, a Dios o al diablo.

 

Lázaro Morón fue el tercer testigo que se presentó ante el Tribunal de la Inquisición el 15 de febrero del mismo año. Dijo ser vecino de Bagunbaya, casado, castellano de Lepe, de 44 años de edad.  Cuando los inquisidores le preguntaron si sabía el porqué había sido citado, contestó de que sospechaba que lo llamaban porque el domingo por la tarde, el 1º de febrero de ese año, vio que mientras jugaba a las cartas y perdía el dicho Villasana, éste arrojaba un tostón y luego un peso ofreciéndolos al demonio junto con su alma. Y que luego, al perder de nuevo, tomó entre sus manos un as de oro y lo besaba mientras pronunciaba las siguientes palabras: “Ah, señores, si entendiesen lo que tengo en mi corazón o en mi pecho me quemarían mil veces por ello”. El testigo Morón comentó que había más de veinte persona delante de Villasana cuando hizo y dijo esto, “y por ser recio de condición nadie se le atrevió a ir a la mano”. También informó que Villasana dice que es griego, aunque otros aseguran que es de Castilla la Vieja. Incluso, había oído decir que Villasana había sido castigado en México en otra ocasión.

 

Luego de un año es que un cuarto testigo declara ante el Santo Tribunal de la Inquisición. Precisamente Francisco Freile, que ya había sido citado en su oportunidad, fue el siguiente testigo, quien se presentó, por cierto, sin ser llamado esta vez, al Santo Tribunal el 2 de marzo de 1610, a las siete de la mañana. Era vecino, como ya se dijo, de la ciudad de Manila, natural de la isla de San Miguel, de veintiocho años de edad y casado. Delató que hacía cosa de seis o siete meses estando en el pueblo de Laguio, cerca de Manila, escuchó a Villasana hablar mal de los sacerdotes latinos. Vale aclarar que lo hizo en el mismo sentido de los denunciantes anteriores. Freile “le fue a la mano” y le dijo que mirase lo que decía, pero que éste lo amenazó que si iba contra lo que él sostenía, entonces lo acusaría ante el Santo Oficio. También comunicó lo que Villasana sostenía sobre que si el Papa quería que los griegos lo obedecieran, tenía que llevar su silla a Antioquía, que allí San Pedro la había tenido primero. Que si no la llevaba allá, que entonces los griegos no lo habrían de obedecer.

 

Dio el nombre de las personas que fueron testigos de este suceso, a saber, el alférez Juan Martínez [Martín] de Vittoria, Juan de Lemos, Agustín de Bohorques y el sargento Gabriel Sánchez de Padilla.

 

Ítem dijo que este delator le ha oído decir al dicho que tenía hermanos turcos porque siendo su padre cristiano en Grecia, le tomaron el primer hijo para ser jenízaro y que él se holgara haber sido el primer hijo para ser buen turco. Y que lo que ha dicho lo oyeron los mismos que tiene dichos.

 

Días más tarde, el 23 de ese mismo mes, Francisco Freile fue citado e informado de que el promotor fiscal del Santo Oficio de México le presentaría por testigo contra Juan Manuel de Villasana y que advirtiera que en lo que se le iba a leer no hubiera algo que alterar, añadir o enmendar de lo ya declarado.

 

Manila, Laguio, Filipinas[11]

 

Juan de Lemos fue el quinto testigo que fue llamado a declarar el 3 de marzo de ese año. Se presentó “a las ocho poco más de la mañana”, era soldado de ese campo, nacido en Coímbra, de 44 años de edad. Al contestar a las preguntas que se le hicieron informó que:

 

 Puede haber siete meses poco más o menos que estando este testigo jugando a los cientos en casa de Juan Vázquez en Laguio con Juan Manuel de Villasana, y perdiendo el dicho Villasana, dijo Válgame todos los diablos y fulanos. Callejas que estaba mirando el juego dijo Jesús y el dicho Villasana respondió airadamente No nombres delante de mí a Jesús que no gusto de ello y se escandalizaron de esto.

 

También contó lo que había dicho Villasana sobre los sacerdotes griegos casados y puros, a diferencia de los sacerdotes latinos que eran menos limpios y castos por estar amancebados continuamente. “Y yéndole a la mano a lo que decía”, en particular Francisco Freile, quien le dijo que los griegos no se podían salvar por no ser obedientes al Papa, Villasana le respondió que no dijera eso o lo acusaría al Santo Oficio “y que si el Padre Santo quería que los griegos le obedeciesen que llevase la silla a Alejandría porque allí la tuvo primero San Pedro y que de esta manera le darían la obediencia y que de otra manera no porque allí tuvo primero la silla San Pedro”. A esto agregó Lemos que:

 

le ha oído decir estando jugando al dicho Villasana al pasar que renegaba de quien podía darle el juego y no se lo daba. Y pues puede que no debe de poder, pues no me la da, yo me la tomaré.

Ítem dijo que es escandaloso en el hablar cuando juega y que todo el pueblo está escandalizado.

Ítem dijo que ha oído al dicho Villasana por el tiempo dicho y que siempre que se ofrece lo dice que en su tierra el primogénito de los cristianos lo hacen turco y que se holgara de haber sido primogénito porque fuera gran turco y se huelga de hablar de ello.

Y que de esto dirán Francisco Freile, Juan Martín de Vittoria y Agustín de Bohorques.

 

El día 22 de ese mismo mes, a las ocho de la mañana, le hicieron ratificar y le previnieron que su declaración lo hacía testigo a disposición del promotor fiscal del Santo Oficio de México contra el acusado Villasana. Igual que a los otros testigos se le dijo a Lemos que se le encargaba el secreto inquisitorio “so pena de excomunión y de cincuenta pesos.”

 

El sexto testigo acudió a las ocho de la mañana del 3 de marzo de ese mismo año, se llamaba Juan Martín de Vittoria, casado, vecino de Bagunbaya, a  extramuros de la ciudad, natural del puerto de Santa María, de 36 años de edad “poco más o menos”. Al inicio de su declaración se le preguntó lo siguiente: “si sabe o ha oído decir que alguna persona haya dicho o hecho alguna cosa que sea contra lo que enseña y tiene nuestra madre la Iglesia Católica Romana”. Vittoria contestó que hacía cosa de 6 o 7 meses que estando en una casa de juego en Laguio vio a Juan de Villasana estar jugando con un indio mindanao llamado Dongalibo. Éste había hecho trece suertes y Villasana perdió algunas de ellas. Enseguida le escuchó exclamar “que no basta que Dios haya obrado tanto mal en mí sino que quiere y hace, que me conozca por desgraciado. Para que todos me ganen lo que tengo y voto a Dios que hasta los indios quiere que me ganen, y más señores que este Dongalibo  es judío de nación y ha hecho maganites[12] toda su vida y los ha de hacer mientras que viviere para ganar y yo no mirando al cielo pues voto a Dios que he de hacer lo que yo quisiere.” Asimismo, Vittoria informó que en el mismo tiempo, como a las siete u ocho de la tarde:

 

estando a la luna este declarante oyó al dicho Villasana prefiar (sic) que los sacerdores griegos casados se salvaban y los de la Iglesia Latina se condenaban porque aquéllos eran puros y castos por casarse con vírgenes y los de acá andaban amancebados todo lo más del año y que si el Papa quería que le obedeciesen los griegos, que llevase la silla en Alejandría y que de esta suerte le obedecerían y si no, no, y que si iban con esto que los acusaría al Santo Oficio y entonces dijo Francisco Freile, que estaba presente, digo que me ratifico que si no obedecen al Papa se condenan.

 

Otra información que proporcionó el testigo es que Villasana aseguraba tener un hermano que estaba “justo en servicio del gran turco”. También relató que Villasana “otras veces en el juego ha hecho ademanes y hablado entredientes” y que una vez tiró un peso y dijo: “toma demonio que con él te doy mi alma que días ha que te la tengo dada”, y que entonces el declarante se retiró temblando y escandalizado del lugar en donde jugaba el acusado, en donde todos los presentes igual se escandalizaron al oír las referidas palabras. Había muchos soldados que no se acordaba quiénes eran entre los que presenciaron el suceso.

 

Vittoria continuó con su declaración el 22 de marzo de ese año “como a las ocho de la mañana”. Allí hizo alusión al comentario de Villasana de que la iglesia griega era tan buena como la latina “y otras cosas de este tono”. Por último, se le informó a Vittoria que el promotor fiscal del Santo Oficio de México le presentaría por testigo contra Juan Manuel de Villasana. También se le indicó que se fijara si en lo que se le iba a leer no hubiera algo que alterar, añadir o enmendar de lo ya declarado.

 

Agustín de Bohorques fue el séptimo testigo que se presentó en el mismo tribunal inquisitorial de Manila el 22 de marzo de 1610 a las siete de la mañana. Bohorques era vecino de esa ciudad, oriundo de Jerez de la Frontera, “de edad de treinta y cinco hasta teinta y seis años”. En su declaración manifestó que:

 

en Bagunbaya, barrio fuera de esta ciudad, hay un hombre llamado Juan Manuel de Villasana, de nación griega, al cual le ha visto este testigo blasfemar estando jugando y juntamente le ha oído decir habrá como siete u ocho meses que la Iglesia Griega eran tan buena como la romana y que tan bien se salvaban en la ley de los griegos como en la de Roma, y que los sacerdotes de la Iglesia griega eran más puros y más castos que los sacerdotes de la Iglesia Romana porque aquéllos se casaban vírgenes con mujeres vírgenes y los de la Iglesia Romana suelen estar algunos amancebados. Y yéndose a la mano a lo que decía dijo que los acusaría al Santo Oficio si iban contra lo que él decía.

Ítem dijo el dicho Juan Manuel que si el Papa quería que los griegos le obedeciesen, llevase la silla a Alejandría o a Grecia y que así sí le obedecerían. Que allá tuvo San Pedro primero la silla.

 

Dijo que estaban en esa ocasión presentes Francisco Freile, Juan de Vittoria, el sargento Padilla, Andrés Gómez, el alférez Vargas y Juan de Lemos que vino de Mindanao. Esto es todo lo que viene en el expediente en cuanto a las declaraciones de los testigos. Al final hay un breve texto del notario Gaspar Álvarez aclarando que concordaba todo con el original de donde se sacó y corrigió lo informado en presencia del padre comisario, fray Bernardo de Santa Catalina, quien lo firmó en Manila el 24 de junio de 1610.

 

El documento quedó en México seguramente porque el acusado vino a parar por estas tierras para que lo ajusticiaran y desde las Filipinas enviaron las copias, cotejadas por un notario, de su proceso. Supongo que cuando se hizo la segunda parte en 1610 y se mandó el expediente a la Nueva España, le anotaron en la parte superior izquierda de la foja que Villasana “es ya muerto”.

 

 

Asimismo, le fue añadida la notita suelta que quedó al final del legajo y que dice lo siguiente:

 

Que a Juan Manuel de Villasana es público por acá que se le castigó hoy en México a este hombre. In re [como consecuencia de] haber tostado la pati lingua [lengua abierta] murió al tiempo que se despacha este recaudo en el hospital de los españoles.

 

En el proceso referido se advierte todo un remolino de pasiones encontradas, las cuales van en torno de la verdadera fe, de la religión oficial del Imperio Español -en este caso de la Capitanía de las Filipinas-, del castigo para los que blasfemaban. Interesante lo que Villasana reflexiona sobre el poder de los turcos, al querer ser un jenízaro, un soldado del Imperio Otomano, pero igual de llamativo resulta el observar la defensa que hace de la fe de los griegos ortodoxos, del matrimonio de sus sacerdotes y la diferencia con los católicos romanos que, según sus propias palabras, sólo buscaban el amancebamiento. Este dilema acerca de la castidad, de la virginidad, de la pureza, que, desafortunadamente, hasta el momento ha provocado cosas infames como la pederastia por parte de algunos miembros del clero católico romano. La tortura y la manera de poder realizar esos castigos corporales y mentales no son una creación contemporánea, ya desde mediados del siglo XIV el inquisidor Nicolao Eymerico dejó la receta para los mezquinos, particularmente los dictadores militares, que pululan por el orbe. Comulgar con pan o con hostia finalmente es lo menos importante, lo que vale es tratar de ser mejores como seres humanos.

 


 

[1] Imágenes tomadas de: http://www.lifo.gr/guide/culturenews/cinema/30263 (25 de julio de 2013)

Pedro Murillo Velarde, Carta hydrographica y chorographica de las Ylsas Filipinas. Manila, 1734. Geography and Map Division, Library of Congress.

http://www.fomar.org/islasfilipinas.JPG (25 de julio de 2013)

Primera imagen conocida de Manila (vista desde el lado opuesto al mar) Procedente de un arcón de madera del siglo XVII que reproduce en su cara interna el mapa de la ciudad de Manila. Museo Julio Bello y González, Puebla, México. En Daniel Gomà. “Control, espacio urbano e identidad en la Filipinas colonial española: El caso de Intramuros, Manila (SIGLOS XVI-XVII)”, Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de noviembre de 2012, vol. XVI, nº 418 (19). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-418/sn-418-19.htm>. [ISSN: 1138-9788].

[3] Cfr. Carmen Yuste López, El comercio de la Nueva España con Filipinas, 1590-1785, Colección Científica 109, México, INAH, 1984.

[5] AA.VV., América en el siglo XVII. Evolución de los reinos indianos, Volumen IX, Los reinos americanos y el desarrollo de su modalidad. Los reinos indianos en el siglo XVII,  “Las Filipinas, en su aislamiento, bajo el continuo acoso”, pp. 129-154, Madrid, Ediciones Rialp, 1984, p. 131.

[6] Ibid., p. 130.

[7] Ibid., p. 131.

[8] Jacques Le Goff, La Baja Edad media, Colección Historia Universal Siglo XXI, Volumen N° 11, México, Siglo XXI Editores, 1985, p. 1.

[9] Manual de Inquisidores para uso de las Inquisiciones de España y Portugal, ó Compendio de la Obra titulada Directorio de Inquisidores, de Nicolao Eymerico, Inquisidor general de Aragón. Traducida del francés en idioma castellano, por don J. Marchena; con adiciones del traductor acerca de la Inquisición de España. Mompeller, Imprenta de Feliz Aviñón, Calle del Arco de Arens, Nº 56. 1821, pp. 10-11.

[10] Ramo Inquisición, Caja 4052, Expediente 27, año 1609, AGN, foja 1, anverso. En adelante es el expediente que continuaré citando. He cambiado la ortografía a la actual.

[12] Seguramente un amuleto magnético hecho con manganite. Mélusine Draco informa que el manganite es un cristal prismático negro asociado con roca de granito y depositado en turberas, lagos y medio ambientes marinos poco profundos. Seguido se encuentra asociado con pirolusita, geotita y barito, el manganite es uno de las más importantes fuentes de manganeso, un metal usado ampliamente en la manufactura de acero, que puede ser incorporado dentro de un encanto de energía. Mélusine Draco, Magic Crystal Sacred Stones, U.K., Axis Mundi Books-John Hunt Publishing Ltd., 2012, p. 57. La traducción es mía.

 

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