Mis relaciones de pareja
Eugenio Barragán [@] [www]

Las relaciones en pareja suelen acabar siempre en una vida en común, es decir, una vulgar boda. Algunas de éstas son de tipo religioso, las más; otras son por el rito civil. Aunque la que ahora os voy a narrar, o mejor dicho, la mía fue por mutuo acuerdo, es decir, convivíamos en la misma casa realizando vida marital sin ningún tipo de papel de por medio. Por ser mi hecho real me llamaré Adán y a mi pareja como muchos de vosotros habréis adivinado la denominaré Eva.

PRIMER DÍA: Domingo
El día había transcurrido normalmente. La mudanza había sido agotadora, pero no por ello henchida de la felicidad que el mismo acto que representaba. Prosiguió, en el resto del día, una atmósfera encantadora en el resto del día de domingo compartiendo los quehaceres, las bromas, las sonrisas.

La cena, como todas las cenas románticas se acompañó con unas velas, una buena comida y la ternura propia y natural de la ocasión. Por supuesto nada exagerado para aquel primer día de convivencia en común.

El atardecer prometía. Nos vestimos con nuestras mejores galas, es decir, pijama y camisón, y como abrigo nos cobijó una manta y una sábana.

Me arrimé a mi compañera para abrazarla con pasión, pero ella me advirtió de un peligro. La terrible mirada inquisidora de un omnipresente Cristo colgado en la pared de nuestra alcoba.

-¿De dónde ha surgido?- Le susurré tapado con la sábana fingiendo que estaba asustado.

- Era la habitación de mis abuelos, y muchos de sus utensilios aún permanecen en la habitación.- Me aclaró mi dulce Eva.

- Bueno, pero tú no eres religiosa ¿no?- Le volví a susurrar otra vez, sólo que esta vez sentado encima de la cama sorprendido por su reacción totalmente negativa para una noche de pasión desenfrenada.

- No, no soy católica,… pero ¡mira como nos observa! - Por unos segundos no supe que responderle. No, no supe, pero acerté a preguntarle. -¿Y si lo descolgamos de la pared? -

- Mejor no, prefiero que esta habitación guarde su olor a rancio. Mañana lo tapas. Ahora si te parece nos dormimos que nos ha cortado el rollo.-

Y así acabó nuestra primera noche juntos.

SEGUNDO DÍA: Lunes
Después de un largo día de trabajo, Eva, me preparó la cena; y yo lavé los platos. Aún nos tenían que transportar el lavaplatos que habíamos comprado, a plazos, en una tienda de electrodomésticos para tal menester.

Con un cigarrillo en la mano y con una taza de aromático café en la otra visualizamos la televisión. Los programas y los anuncios nos mortificaron de tal manera que acabamos abrazándonos con pasión. Le realicé un ademán a Eva con la cabeza señalado el dormitorio, y ella me realizó la señal de la cruz. Comprendí de inmediato, y presto y servicial corrí hacia el dormitorio para tapar la cruz con una sábana.

Volví al comedor, la tomé en brazos y la porté hasta el tálamo. Nuestra ropa caía al suelo rápidamente hasta que un grito de terror retornó a la boca de mi amada. La sábana había caído al suelo, y el Cristo miraba de forma más inquisidora que el anterior día.

Me levanté de la cama, y volví a taparlo con la sábana. De un salto volé hacia el colchón. Mi mano se aferró a sus sensuales braguitas dispuesto a arrancárselas. Ahora el que gritó fui yo. El Cristo se había bajado de la cruz y con los clavos, que aún tenía clavados en las manos, pinchó sobre mi mano deseosa.

Eva se alarmó, pero fue rápida y corrió hasta el cuarto de baño a por vendas y agua oxigenada. Mientras me curaba me preguntaba. - ¿Qué has hecho para herirte la mano? – Yo por mi parte no me atrevía a responderle. – Seguramente habrá un clavo saliente en la cama, y al saltar te lo habrás clavado. -

Asentí con la cabeza tantas veces me argüía, y al acabar sólo pude comentarle. – Vamos a dormir que mañana será un duro día.

TERCER DÍA: Martes
En el trabajo, en aquellas horas ociosas que se dedican a criar malvas, encontré una solución. No sé si daría resultado, pero por lo menos lo intentaría.

Al acabar mi jornada laboral entré en una tienda… y, horas más tarde, con mi nueva compra, envuelta hábilmente para que nadie intuyera su contenido, entré en la alcoba.

Con un minúsculo trozo de tela tapé los ojos al Cristo. Después desembalé mi reciente y querida adquisición y en cuestión de segundos el Cristo estaba atado con un cordel a la cruz de madera.

Después, como tocaba, le preparé la cena a mi dulce Eva. Evidentemente por la sobreexcitación no estaba para tareas minuciosas por lo que llamé por teléfono a un servicio a domicilio de comidas. Pero en cuanto vino no pude aguantar y con besos y caricias, la convencí para estrenar nuestra alcoba como se merecía.

Todo estaba a punto: la cama perfumada con esencia de rosas; Eva excitada, y yo, yo más vale que no comente nada de como estaba de estimulado sexualmente; y lo más importante de todo, el Cristo, atado, vendado y con una sábana cubriéndole. Cuando nuestras ropas se desperdigaron por la habitación pensé que quizás habría sido mejor colocarle un poco de algodón en los oídos para que no escuchara nuestros jadeos, pero hete aquí que en cuanto retiramos sábana y manta… allí estaba el Cristo, ¡esperándonos! Nos aguardaba con su mirada aviesa de decoro.

Salimos de la habitación, y fuera le confesé la verdad. Por nuestras cabezas pasaron muchas cosas pero la principal fue que estábamos viviendo en pecado, y por ello el Cristo no permitía que pecáramos. Sólo había dos soluciones: la primera era mudarnos de piso y la segunda casarnos.

Optamos por la segunda opción ya que no éramos millonarios.

CUARTO DÍA: Miércoles
La vista al sacerdote de la parroquia fue ardua estaba jugando al póquer con otros sacerdotes de las vecinas cofradías. Tras larga espera tuvimos audiencia con el susodicho personaje. Cuando estuvimos delante de él nos bendijo, y en este acto se le cayeron al suelo unas cuantos ases. Le narramos nuestros graves problemas, y accedió a casarnos al día siguiente a cambio de una pequeña cantidad de dinero. Obviamente perdía en la partida las ganancias del cepillo.

QUINTO DÍA: Jueves
La boda fue rápida y una vez en la habitación, el Cristo nos miraba complacido. Por si acaso depositamos los papeles firmados de nuestro enlace al lado suyo por si no se había enterado de nuestro enlace matrimonial. Nos relajamos cuando nos desnudamos entre caricias y besos, y por suerte parecía que ni siquiera se inmutaba. Incluso miraba hacia otro lado cuando jadeábamos.

Terminado el acto, sin querer lo observamos ya que lo teníamos delante de nosotros. Y Eva me preguntó. – ¿No crees que sonríe Adán?

Me levanté y abrí el primer cajón de la cómoda. Mi sospecha se convirtió en realidad había agujereado los preservativos.

Así, nueve meses más tarde, nació Caín.

 

 

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