Hola, Josefina
Eugenio Barragán [@] [www]

Te escribo esta carta, aunque ya he perdido la cuenta de todas las que te he escrito. Y no me contestas a ninguna de ellas.

Hoy estoy triste. He recordado alguna de mis batallas, de mis conquistas para mi Francia. Ahora, estoy viejo, y ya nadie obedece mis órdenes. Si hoy estoy muy melancólico y he comenzado a recordar cuando nos conocimos en Marsella. Si, aún te recuerdo. Con tu meriñaque movido grácilmente por tu cintura. Te así de la mano, y comenzamos a bailar el vals. Luego, en los jardines azorados por el calor nos besamos por primera vez. Tu lunar se cayó. Intenté buscarlo por la tierra del jardín, con tan mala suerte de que estabas detrás de mí, y al incorporarme, sin querer, cayó tu peluca al estanque. Después fuimos nosotros, y... seguramente ya no te acuerdas de aquella primera vez, de cuando caímos en el estanque. Nuestras ropas se calaron. Nos quedamos mirando durante unos segundos en la penumbra que nos envolvía. El calor de la noche marsellesa invitaba a refrescarse. Contemplaba como mi gorra de mariscal navegaba en las aguas y embarrancaba con los nenúfares. Me cogiste de la barbilla y me besaste. Nos abrazamos, después cayó mi casaca sobre los rosales. Tu meriñaque terminó colgando de los cipreses recortados con mil extrañas formas. Mi nerviosismo me delataba en el momento en que me dispuse a quitarte el corpiño. Tus pechos menudos se agitaron después de soltar la presión de la prenda. Tu espalda desnuda se apoyó sobre la pequeña rampa inclinada del estanque. Mis labios recorrían tu cuello. Estábamos excitados.

Cerraste los ojos. Te mordiste los labios. Tus brazos rodeaban mi cuello, tus piernas las mías. Nuestras lenguas se entrelazaban. De mi frente caían gotas de sudor a pesar del relente fresco del agua del estanque. Jadeábamos entre las ranas que presenciaban el acto como únicos testigos. De fondo la música de la orquesta llegaba a nuestros oídos, pero estábamos ausentes del mundo...

Te estremeciste, gritaste cuando llegaste al orgasmo y en ese momento la orquesta paró en la ejecución de las piezas de no sé qué joven compositor. Te extrañaste. Pero proseguimos cuando la orquesta tocó otra pieza. Me senté en el bordillo, tú encima, mi Josefina. Volviste a abrazarte a mí, más fuerte, para sentir mi pene enteramente en tu interior, y te movías, te movías poco a poco porque sentías que te llenaría de mi fluido caliente. Te mordía tus pechos húmedos, tu pezón erguido… Sentiste otra vez una sacudida mientras me cogías de mi melena. Y quedamos durante un buen rato en la misma postura besándonos…

Y sigues sin escribirme. No sé qué harás con esta carta,aunque no sé cuántas cartas van ya sin que me contestes. Ya nadie obedece mis órdenes, y me han dicho que estás muerta desde hace algunos siglos.

Napoleón

 

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