La Caverna
Eduardo Dolado [@] [www]

Era un barrio viejo de una sucia ciudad. El cielo era rojo y la lluvia cubría el tiempo de soledad. La noche era ya un hecho en las esquinas, que se poblaban de sombras. El frío convertía en pesadillas los sueños de los desheredados de justicia. Los portales y las paredes humedas y frías de los edificios cobijaban a los mendigos. Los muros repletos de pintadas daban algo de color al triste habitat de las sombras, donde viven personas con largas historias que contar, pero que a ninguno les apetece ya recordar. Pasando desapercibidos poblaban la ciudad cientos de almas perdidas.

Dos hombres, dos generaciones, uno harto de vivir, viejo y enfermo, y otro cansado de no poder vivir, jóven y sin dinero, esclavo de la jeringilla y el whisky barato. Los dos miran una televisión de en un escaparate. Noticias lejanas, de chalets y coches caros, niñas bonitas y amores imposibles. Toda la vida pasaba ante sus ojos. Aquel día esos dos afortunados hombres volverían a sus cartones con la tranquilidad de haber visto el mundo con sus propios ojos. Pero uno de ellos sentía el impulso de conocer todo aquello, era jóven y su débil cuerpo se lo pedía como pedía más de aquella sustancia, esos lugares cálidos que se le antojaban imposibles debían de existir en alguna parte y el los descubriría. Sin poder dormir, quizas por el hambre, el frío o el "mono", abandonó sus cartones del viejo portalucho y paseó por las calles de humeda piedra. Pasaron horas y horas mientras andaba, pero nada le importaba, dejó de experimentar la prisa hace un par de años, cuando dejó su hogar, y ahora el tiempo se media por el frio,  ya no recordaba lo que era la comida caliente pero eso no le preocupaba ya, al igual que las últimas noticias, modas o el gobierno de turno.

En la avenida, lejos ya de su oscura prisión, los autobuses teñidos de sangre pasaban tremendos delante de él. Con una inquietud propia del que no tiene nada que perder, subió a uno de ellos. Abandonando el único mundo conocido para él, el de las sombras, las drogas y las imagenes del televisor. No conocía su destino pero no le importaba. Huyó feliz de su fría caverna y su mente se llenó de luz y vida. Ya amanecía, y nunca más volvería a ver la luz del Sol.

Aquella mañana el viejo conductor no trabajaría más. Los chicos de la ambulancia tardaron en sacar el delgado cuerpo del autobús. Estaba muy frío, nadie se habia fijado en aquel joven que aparentemente dormía en su asiento, sus bolsillos estaban vacios, nadie le conocía ni sabía de donde venía. Pero todo esto no era lo sorprendente, quizás ocurra a diario, lo que asombraría a todos los curiosos sería la tímida sonrisa que asomaba en su azul boca. Era la sonrisa del que ha cumplido su sueño, del que conoce su destino y siente felicidad en lo más profundo de su ser, una felicidad alejada del mundo material. Una felicidad del que después de una vida de esclavo consigue su libertad, aunque le cueste la vida, quizás poco valiosa ya en este mundo.

 

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