Llegó el silencio y llegó la ausencia
Rodolfo Carmona [@] [www]

Llegó el silencio y llegó la ausencia. Le sorprendió ver el asunto encarnado entre gasas y sedas aristocráticas. Leer a García Márquez de jovencito tiene estas cosas. Mucho sería describir la aparición como gran dama, utilicemos pues el eufemismo de figurante de cabaret para no ser crueles en exceso. Llegó con cuatro sílabas podridas, cuatro sabores resumidos en uno sólo: soledad. La ventana agonizaba cerrada a cal y canto. Y noviembre derrochó los minutos encoñado en los pechos de Eva. Supo entonces que la derrota rondaba la antesala de su espíritu y le nombraba gritos. La voz aguda retumbó en sus oídos como un eructo de dios y las siete letras de su nombre se clavaron en su espalda.

Encerrado entre cuatro paredes el aprendiz de escritor soñaba con un final feliz o cuanto menos un best-seller que llevarse a la boca. Más que nada por ir haciendo curriculum. Pero no, para que engañarnos. O por calidad, por falta, quiero decir, o por las leyes de la oferta y la demanda la cosa se quedó como estaba.

No era un héroe no hace falta que lo diga. Quemó sus naves soltando un globo metafórico. Creyó que si escribía su nombre en un papel, un par de sueños y tres oraciones y lo ataba a un globo la cosa tendría efectos cuasi paranormales. Ver su nombre y sus sueños elevarse hacia las alturas como una ofrenda original a la diosa Fortuna serviría para cambiar su suerte creyó el muy incrédulo. En efecto soltó el globo con ceremonial ateniense. Un ceremonial que a punto estuvo de costarle una visita policial porque un vecino creyó por lo misterioso de su comportamiento que estaba escondiendo los restos de un cadáver. Pero, volviendo al tema que nos ocupa, el jodido globo no se elevó, el muy cabronazo se enredó ayudado por una repentina ráfaga de viento en un tendedero cercano junto a cuatro braguitas multicolores, un tanga y un par de pantalones vaqueros. Y allí se quedó. En realidad debiera utilizar el plural. Se quedaron el globo y el aprendiz de escritor mirándose el uno al otro. Para paranormal, yo. Se dijo. A quien coño se le ocurre comprar un globo con cara de payaso. Añadió. Tras mi gozo en un pozo y seis vídeos de Woody Allen, diez bolsas de patatas fritas, tres novelas de Perez-Reverte, Apóstolos Doxiadis y James Ellroy, cinco litros de café y dos polvos a medio gas en veinte días no salió el sol. Cómo iba a salir. Con la peor borrasca otoñal de los últimos quinientos años recostada sobre el Mediterráneo.

Nuestro protagonista dejó de escribir. Decidió no hacerlo hasta que saliera el sol. Y salió el sol quince días más tarde. Y reinó en el cielo más de seis meses sin una nube sobre el cielo. Y nuestro protagonista fue incapaz de escribir una sola palabra en todo ese tiempo. Cuando los amigos le preguntaban como llevaba su novela, bien, gracias, respondía. Por compasión, supongo, o por que la amistad a veces consiste en hacer la vista gorda ante las miserias de los amigos jamás le insinuaron que ya llevaba ocho años con la misma novela. Buena novela, diablos. Con una media de una frase a la semana. Era el comentario más repetido en su ausencia. Con la consecuente carcajada posterior. Porque, supongo, que la amistad a veces consiste en no hacer la vista gorda ante las miserias de los amigos cuando no pueden escucharte. Pasaron dos borrascas y una inundación, dos semanas de sol y un vendaval de levante. El mar rizó su espuma tres veces antes que nuestro amigo escribiera dos palabras y luego dos más hasta que construyó una frase:

Llegó el silencio y llegó la ausencia.

No era una frase brillante, desde luego. Eso era evidente. Pero era una frase y yo soy amigo suyo. Bueno ya sé lo que estáis pensando pero aunque no puede escucharnos no os diré lo que pienso más que nada porque en esto de la literatura no tengo ni puta idea. Y, hostias, las doce y media y los muslos de pollo todavía congelados. En fin no dispongo de tiempo asi que en otra ocasión os contaré la segunda parte de esta historia.

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