Atraco Perfecto
Sandra Sánchez [@] [www]

-¡No puedo, Paquita!-, gimió él, sudoroso.

-¡Tú siempre has podido, Jacinto! ¡Inténtalo! ¡Haz un esfuerzo!-, le susurró Paquita en voz baja.

-De verdad, Paquita, que no puedo, leches. Si ya te lo dije el otro día, que nos tienen atadas las manos desde la Central. Lo de tu sobrino no puede ser, y menos con esos avales. Prueba en otro banco.

Paquita Salmorejo respiró hondo y se recostó en la silla mirando reflexivamente a Jacinto desde el otro lado de la mesa de su despacho. Paquita, la mejor secretaria de Dirección de todo Madrid, y, probablemente, de toda España, había toreado ya en muchas plazas y con todo tipo de morlacos. Pero Jacinto López, director de la sucursal 23 del Banco de Logroño, donde se encontraban en ese momento, se estaba revelando como un manso de esos peligrosos, de los que te confías y te meten el cuerno hasta los higadillos.

-Pero vamos a ver, Jacinto-, Paqui intentó un tono conciliador, -La cosa es muy sencilla. Mi sobrino se quiere casar, y necesita un crédito para comprar una casita. Nada del otro mundo, oye, si los jóvenes se conforman con cualquier cosa. Yo les puedo adelantar la entrada, pero necesitan una hipoteca baratita de 48.000 euros de nada. ¿Cómo eres capaz de negarles esa minucia?-

-Ya-. Jacinto abrió la carpeta con el informe sobre Manuel Salmorejo. -¿Y en qué trabaja este muchacho?-

-Pues en Hostelería, ya lo pone en el informe, en una gran empresa que hasta cotiza en Bolsa-.

-Sí, ya lo veo, Paquita. De repartidor a domicilio de Telepizza. A media jornada. Un futuro muy prometedor-.

-¡Joder, Jacinto, si es que le sacas punta a todo!. El chico está estudiando, pero se saca sus euritos con eso, y su novia se gana su sueldete de cajera en el Hipercor. Si les haces una hipoteca majeta, de a 30 años, no te van a defraudar. Dales una oportunidad, coño!

-No, no me van a defraudar, Paquita-, dijo Jacinto cerrando bruscamente la carpeta, -Porque no pienso conceder esa hipoteca. Mis superiores me comerían vivo. Imposible, Paqui; ya te lo dije el otro día. No sé cómo insistes hoy otra vez con lo mismo-.

-Jacinto, yo ya sabía que los banqueros eran unos cabrones-, dijo Paquita poniéndose en pie, -pero eso es normal, porque tienen una maquinita de contar billetes en vez de corazón... pero no me esperaba esto de un bancario amigo como tú. O eso creía yo. Espero que esto no sea ninguna venganza por los viejos tiempos...-

-¡Paquita, por Dios! ¡No digas tonterías! Venga, déjame trabajar, que tengo mucho que hacer, por favor...-

Efectivamente, Paquita y Jacinto se conocían desde los tiempos del Instituto, donde estudiaron juntos. En una ocasión, incluso, Jacinto le tiró los tejos a Paqui, pero la cosa no pasó de unas cañas y unos bocatas de calamares en la Plaza Mayor de Madrid.
Paqui siempre había sido muy especial para la cosa de los señores, eso es cierto, pero desde jovencita había aprendido que no debía fiarse de los hombres que les olían mucho los pies y de los que pasaban más tiempo mirando sus tetas que su cara. Y Jacinto reunía ambas condiciones. Aunque el bocata calamares estaba divino, eso sí.

Paquita abandonó muy digna el despacho del director y se acercó a la ventanilla de caja. Por unos motivos o por otros, y sobre todo porque le quedaba muy cerca del trabajo, Paqui tenía una cuenta abierta en esa sucursal del Banco de Logroño, e incluso tenía domiciliados algunos pagos ahí. A esa hora, cerca de las dos de la tarde, sólo había tres personas haciendo cola en la ventanilla. Una ancianita discutía con Loli, la cajera, echando pestes de esos nuevos billetes que no había forma de aclararse con ellos, e insistía en que le habían bajado la pensión y que cómo iba ella a arreglarse el mes con 623 pesetas, cuando la pescadilla estaba a 1200 en el mercado, y que por qué Aznar les había metido en este jaleo, con lo bien que se arreglaba ella con las pesetitas de toda la vida. Detrás de la ancianita estaba Ricardo, el camarero del bar El Tapeo, enfrente de la sucursal, que había ido a por cambio y que estaba nerviosísimo porque había dejado solo al frente del bar al chico ese nuevo, que era no sé qué familiar del jefe, y que tenía un poderoso don de magnetismo en las manos respecto a los billetes de la caja registradora, según había podido observar. Y la última vez que le confió al chico la misión de ir al banco con 300 euros para cambio, el muy ladino desapareció y volvió al cabo de tres días con una resaca de espanto, pero sin el cambio y sin los euros. Y el jefe diciendo que ay, pillín, pillín... qué juventú.

Detrás de Ricardo, una joven morena con gafas de sol leía el periódico apoyado en una carpeta azul de gomas, sin prisa aparente, esperando su turno.

Paquita se acercó a Loli, la cajera, y le dijo:

-Loli, anda, pásame un papelito para solicitar un talonario de cheques, que lo voy rellenando...-

-¡Niña, no te cueles!-, saltó la ancianita con cara de odio. -¡Siempre igual, coño, abusando de los mayores!-.

-Perdone, señora, caramba...¡que sólo he pedido un papelito, leches!-, dijo Paqui un poco mosca. -¡Vaya humos!-

-Tranquila, señora, que estoy con usted. Toma, Paqui-, dijo Loli con sonrisa conciliadora alargando un impreso a Paquita, que se puso a rellenarlo apoyada en el mostrador de caja. - Mire, señora, ya le digo que estas 623 no son pesetas, que son euros, que son las 103.000 que cobraba antes, que es igual y...-

En ese momento sonó el pitido del detector de metales de la puerta de entrada del banco, y todos miraron hacia allí. En la puerta, un guapo jóven bien trajeado sonreía con cara de circunstancias, con una mano levantada agitando un teléfono móvil, indicando el motivo de los pitidos y pidiendo entrar.

-El viejo truco del móvil-, dijo Paqui con gesto torvo a Loli. -A ver si va a ser un atracador... no le abras-.

-Pero Paqui, leches, cómo va a ser un atracador, si está como un queso...-, dijo Loli, mirando arrobada al jóven de la puerta, y pulsando el botón de apertura. -Además, yo tengo intuición para estas cosas, ya lo sabes...-

El jóven guaperas abrió la puerta, agradeciendo con una inclinación de cabeza y una sonrisa a Loli su amabilidad al dejarle entrar. Una vez dentro del banco, se situó en el centro de la sucursal, y, perdiendo la sonrisa de repente, dijo:

-¡Quieto todo el mundo! ¡Esto es un atraco!-, mientras sacaba una enorme y negra pistola de la chaqueta, apuntando al techo con la mano levantada.

Paquita miró a Loli unos segundos con cara de circunstancias, con el boli todavía en la mano, y luego dijo:

-Loli, tú me dijiste una vez que te casaste por intuición, ¿verdad?-

-Ssss...sí-.

-Y, después del divorcio, ¿te pasa tu ex alguna pensión?-

-Nnnn... no-.

-Ajá-.

-¡Basta de cháchara!-, dijo el jóven, -¡Venga, todos a ese rincón, que os pueda controlar!-. Tanto la ancianita, al igual que Ricardo, la jóven morena y Loli, se agruparon en el rincón de la sucursal, mirando asustados al atracador.

-¡A ver, tú, la señora guapa!-, dijo el atracador mirando a Paqui, que no se había movido. Paqui miró detrás de ella, buscando a la persona a la que podía dirigirse el jóven. Al no ver a nadie, le miró con los ojos muy abiertos, señalándose con el índice en el pecho, interrogante.

-¡Sí, tú! ¡¿Te crees que por estar buena te escaqueas?! ¡Venga, con los demás!

A Paquita se le endurecieron los pezones de manera alarmante. La última vez que se le habían puesto de ese modo fue cuando se le estropeó el calentador y le cayó un chorro de agua helada en plena ducha matutina. Paqui se estiró la chaqueta beige, alzó la cara con una sonrisa de oreja a oreja, y fue a reunirse con los demás, contoneándose, no sin antes pasar al lado del atracador y aletear un poco, para que le llegaran todos los efluvios del perfume Aire, de Loewe, que llevaba ese día. Paqui aspiró suavemente lado de él, notando el inconfundible aroma de Hugo Boss, for men. No pudo contenerse y le dijo al jóven, con una sonrisa muy pillina:

-Soy señorita, caballero... si no tiene inconveniente...-, y Paqui se reunió con los demás rehenes, como flotando en una nube. El atracador la miró durante unos segundos con cara inexpresiva. Le despertó de sus pensamientos la voz de la ancianita, que, excitada y gesticulando, hablaba a sus compañeros de cautiverio:

-¡Que sí, leches, que lo he visto en la tele, en el Madrid Directo! ¡Ahora nos cortará las orejas, y luego todos los dedos, uno a uno, primero los de las manos, y luego los de los pies, y los mandará a nuestras familias, para que paguemos lo que pida... lo que no sé es si nos viola antes o después...-, dijo la ancianita, esperanzada.

-Oiga, mire, señor atracador-, dijo el camarero Ricardo, que se había puesto nervioso al oir hablar de violaciones, -que yo trabajo ahí enfrente, a dos pasos, y que es la hora del vermú, que es muy buena, leches, y tengo al chico nuevo solo y sin cambio... mire, le juro que hago la hora del vermú y me vuelvo otra vez, que me da igual, pero es que este chico no sabe tirar ni una caña, y...-

-¡Cállense todos, coño!-, gritó exasperado el jóven atracador, con la cara roja de ira, mientras disparaba un tiro con su pistola al techo... ¡PUMBA! Mientras todos se encogían, apareció Jacinto, el director de la sucursal, saliendo de su despacho sin haberse enterado de nada, pero con gesto contrariado:

-Joder, Loli, mira que te he dicho que no quiero oir portazos en este banco y...-.
Jacinto se quedó observando la situación con ojo crítico. Al cabo de un minuto, cerró un ojo y miró con el otro al jóven mientras agitaba el dedo índice en su dirección, -Ay, pillín, que tú eres del Banco de España, o de Hacienda, y que quieres hacernos una inspección! ¡Pues que sepas que estamos limpios! ¡El Banco de Logroño siempre ha sido un ejemplo para la banca española y jamás permitiremos que...-

-Jefe, disculpe...-, dijo Loli alzando un dedito.

-No me interrumpas, Loli, coño... estaba diciendo que esta institución bancaria...-

-Jefe, que es un atraco, leches-, dijo Loli ya mosqueada, con los brazos en jarras.

Jacinto se quedó con la boca abierta y el dedo en el aire, mirando a las seis personas delante de él que movían la cabeza, asintiendo en silencio. En un rapto de lucidez e inteligencia, Jacinto se dirigió al atracador con una risita sardónica:

-¿Un atraco? ¿En el Banco de Logroño?... Oh, pobre estúpido... ¿te figurabas que iba a ser tan fácil? Nuestros sistemas de seguridad no tienen parangón en el mundo... quizá en Fort Knox nos igualen, pero no nos superan... en estos momentos, cientos de GEOS estarán apostados en el exterior, apuntando a tu cabeza con rifles de mira telescópica y calibres que jamás habrías soñado... tu malvada cara, grabada por nuestras cámaras de alta tecnología, ya habrá superado nuestras fronteras y ya ha sido archivada en los ficheros del FBI, Interpol, Europol y hasta de Taiwanpol. No habrá en el mundo ningún sucio agujero donde puedas ocultarte y...-

-Psss, psss, jefe...-, Loli intentó llamar la atención de su jefe, mientras el jóven atracador se rascaba la cabeza con la pistola, empezando a impacientarse.

-Joder, Loli, ¿qué pasa ahora?-, dijo Jacinto, molesto de que le cortaran el discurso triunfal.

-Pues nada, jefe. Que hace ya dos meses que le dije que había que avisar para que arreglaran el sistema de alarma. Y respecto a las cámaras de vigilancia, usted mismo dijo que no servían para nada, y están ahí de adorno. Que no funcionan, vaya-.

-¡Ole mi niña!-, dijo Jacinto, rojo como un tomate, -¡y tú vas y lo cascas!-

El jóven atracador apoyó el cañón de la enorme y negra pistola en la sien de Jacinto. Levantó el percutor, produciendo un CLIC característico, y dijo:

-La pasta. Ya-.

Jacinto, sudando como un gorrino , miró a Loli y preguntó con un susurro de voz:

-Esto.. Loli... ¿cuánto tenemos en efectivo?-

-Pues... ¿puedo?-, dijo Loli al atracador, señalando su puesto de cajera. El jóven asintió con paciencia. Loli se acercó a su puesto, contó el dinero y dijo:

-Aquí tengo 643 euros con ochenta céntimos...

-Y una mierda-, dijo el jóven volviendo a mirar a Jacinto, sin dejar de apuntarle. -En la caja, la de verdad. Dime lo que hay. Ya-.

-¿Loli? -preguntó Jacinto en un susurro-.

-Bueno, jefe, la caja se abre en treinta minutos a contar desde que usted meta la llave y ponga la clave. Habrá unos 20.000 euros, más otros 1.500 en monedas-.

-Entonces... ¿no nos va a violar ni a cortarnos los dedos?-, dijo la ancianita, decepcionada, pensando en que ya tenía tema de conversación durante años con sus amigas.

-Cállese, abuela, coño-, dijo el jóven con cara de pocos amigos. Luego se dirigió a Jacinto, -Venga, pon la llave y la clave en esa maldita caja. Ya-.

El director de la sucursal, que en ese momento tenía la cara de color gris perla, sacó con un suspiro una llave del bolsillo y abrió un armario, apareciendo la caja fuerte. Introdujo la llave en la cerradura y tecleó unos dígitos en un panel.

-Ya está-, dijo Jacinto al atracador, -pero no me dirá usted que va a tener la sangre fría de esperar aquí media hora a que eso se abra...-

-Esperaremos-, dijo el jóven dándose impulso y sentándose en el mostrador de caja, jugando con la pistola, haciéndola girar alrededor de su dedo.

-Pues nos van a dar las tantas-, intervino Paquita mirando el reloj. -No sé vosotros, pero yo tengo una gusa que no me lamo. Podíamos pedir algo de comer.

-¡Paquita, joder!-, reprochó Jacinto. -Mira la situación en que estamos, y a ti sólo se te ocurre pensar en llenar la andorga...!-

-No es mala idea-, dijo el atracador de repente. -Yo también tengo hambre. Tú, la señora guapa... ¿Paquita te llamabas? Venga, Paquita, llama y pide unas pizzas-, dijo tirándole suavemente el teléfono móvil a Paqui, que lo cogió al vuelo.

-¡Pero bueno!-, saltó Ricardo, el camarero, picado en su honrilla profesional, -¿Vais a pedir unas guarradas de esas teniendo a dos pasos el mejor sitio de tapas de Madrid? ¡Tenemos chopitos, boquerones, bravas, morcilla de Burgos, montaíto de lomo, pinchitos morunos que quitan el hipo, oiga, sepia plancha, orejita riquísima, carne con tomate, unas espinacas con garbanzos que quitan el sentío, pimientitos de Padrón, que unos pican y otros no...!-

Ricardo se detuvo en su cantinela de tapas y raciones, y se hizo el silencio en el local, sólo interrumpido por el plotch, plotch que hacían al golpear en el suelo las gotitas de baba que se les caían a los presentes. Todos miraron esperanzados al atracador, pero este dijo:

-Que no, coño, que de aquí no sale nadie. Venga, Paquita, llama y pide esas pizzas. Y mucho cuidado con lo que dices, que te estoy apuntando-.

-Niña, a mí no me pidas nada con pimiento colorao, que me va fatal para el hígado-, advirtió la ancianita mirando a Paqui con severidad.

-Entonces, lo dicho-, hablaba Paqui por teléfono, -que sean cinco Cuatro Estaciones grandes... ¿de beber? pues tráete cuatro botes de cerveza y cuatro de Coca Cola... la mía que sea Light, que tengo que conservar la línea-, decía Paqui con una sonrisa y guiñando un ojito al atracador, -ah!, oye, si estuviera libre el repartidor este, Manolo, se llama, le mandas a él, que es un chico encantador... vale, gracias...-, y colgó.

-¿Quién es ese tal Manolo, Paqui?-, preguntó el atracador mirando serio a Paquita con los ojos entrecerrados.

-Pues mi sobrino, el hijo de mi hermano José Luis. Siempre que puedo, intento promocionarle en la empresa...-

-¿El de la hipoteca?-, preguntó Jacinto.

-Sí, Jacinto, el mismo-.

-Pues puede que no le hayas hecho ningún favor a tu sobrino...-´, dijo el jóven con frialdad, sopesando la pistola en la mano.

Quince minutos después, sonó el timbre de la puerta de la sucursal. El atracador se asomó con cuidado y vio a un muchacho con larga melena atada en coleta, con la gorra y cazadora rojas características de Telepizza. Sujetaba unas cajas y una bolsa y esperaba paciente que le abrieran. El atracador se situó con sigilo a un lado de la puerta, y le hizo señas a Loli para que abriera la puerta. El repartidor, al oir el zumbido, empujó la puerta con un pie y entró, saludando con un alegre "¡¡¡Buenas!!!", que se le atragantó al ver el cañón de una pistola frente a sus ojos.

-Buenas. Muy despacito, coloca esas cajas en el suelo. Luego ponte de cara a esa pared y apoya las manos bien alto. Y las piernas bien abiertas. ¿Me has entendido?-

-Sss..sí, señor-, dijo Manolo con voz entrecortada, y obedeciendo sus instrucciones. El atracador le cacheó con una mano de forma rápida y experta. Luego dijo:

-Ve a reunirte con los demás-.

-¡Tía Paqui! ¿qué haces tú aquí?!-, dijo Manolo con sorpresa al ver a Paquita, y dándola un abrazo y dos besos.

-Pues ya ves, Manolo. Aquí estamos, atracaos, fanés y descangallaos...-

El jóven atracador, después de comprobar que en las cajas que había traído el repartidor sólo había pizzas y botes de bebida, cogió un buen trozo de pizza y un bote de cerveza y se volvió a sentar en el mostrador, indicando con un gesto a los demás que se sirvieran.

Estaban todos en silencio, masticando pizza, cuando les sorprendió un pitido procedente de la caja de seguridad. La caja ya estaba abierta. El atracador dio un último sorbo a su cerveza, y miró a Loli, haciéndole un gesto con la pistola.

-Vamos, niña. Coge una bolsa y mete todos los billetes que haya. No quiero las moneditas. Ah, mete también los 600 euros que tenías fuera, por favor...-

Loli, muy nerviosa, vació una bolsa de plastico con monedas y empezó a llenarla de billetes. Cuando acabó, se la entregó al jóven.

-¿Cuánto hay, al final?-, preguntó el atracador ojeando los billetes.

-22.655 euros, señor...-, dijo Loli apretándose las manos, -No hay más, de verdad... sólo las monedas... esta oficina no trabaja mucho con efectivo y...-

-Me tendré que conformar-, dijo el atracador con un suspiro. -Bueno, ahora viene lo desagradable. Como me habeis visto la cara, os voy a tener que matar a todos-.

-¡¿Pero qué dices?!-, saltó Paquita dando un paso al frente. -¡Aquí nadie ha visto nada! ¡No te hemos visto en la vida! ¿Verdad?-, preguntó Paquita a los rehenes, que negaron con entusiasmo haber visto absolutamente a nadie.

-Lo siento, pero no me fío. Empezaré por la chica esa tan calladita-, dijo el atracador levantando la pistola y apuntando a la jóven morena que, efectivamente, se había mantenido en silencio durante todo el rato. La chica abrió mucho los ojos y dio un paso hacia atrás, asustada, pero el atracador disparó y una gran mancha roja apareció en el pecho de la jóven, mientras caía al suelo.

Manolo, el repartidor de pizzas, no se quedó quieto. De repente, lanzó una patada a la mano armada del atracador, haciendo que la pistola volara por los aires, pegándole despues un puñetazo en la cara que hizo que el atracador cayera al suelo. Pero cuando se lanzó contra él, el atracador le repelió con fuerza empujándole con las piernas, y mandando a Manolo hasta el mostrador, donde se golpeó en la espalda con un gemido. El atracador, viéndose desarmado, cogió la bolsa con el dinero y corrió hacia la puerta. La abrió y se alejó corriendo apresuradamente por la calle.

Manolo cogió la pistola y se la guardó en el cinturón. Después se agachó al lado de la jóven morena y le puso dos dedos en el cuello.

-¡Todavía está viva! ¡Me la llevo al hospital! ¡Abridme paso!-, dijo Manolo levantando a la jóven inerte en brazos y llevándosela hacia la calle.

Pocos segundos después de que salieran, Paquita se dirigió a Jacinto, que estaba como petrificado:

-Vaya movida, ¿eh?. Un poco más y no lo contamos...-, dijo en un susurro.

-¡Paquita, por Dios....! Ese sobrino tuyo... ¡es un héroe! ¡Nos ha salvado la vida a todos! Y espero que esa chica se salve también... ¡pobrecilla!-

-Hombre, Jacinto... a lo mejor incluso reconsideras lo de concederle la hipoteca esa...

-Joder, Paquita... sería lo mínimo que podría hacer...¡está concedida, por supuesto!-

-Creo que hay otras cosas que debemos reconsiderar, Jacinto... vamos a tu despacho a hablar un rato-, dijo Paqui apoyando la mano en el hombro del director.

***


Al día siguiente, a eso de las dos de la tarde, cuatro personas estaban sentadas en una terraza del Paseo de Rosales, disfrutando de una temperatura y un sol magníficos, impropios de un final de Abril. Entre vermús, cervezas y olivas, hablaban en un tono bajo, para que no les oyeran desde las mesas cercanas.

-¡El plan salió perfecto, Paquita!... eres genial, de verdad-, dijo Mónica con una gran sonrisa.

-Ojito, que hubo fallos-, dijo Paqui con voz severa. -¿A quién se le ocurre pegar un tiro al aire? Menos mal que nadie se fijó, pero si llega alguien a mirar al techo y no viera ningún agujero, se hubiera dado cuenta de que la pistola era de fogueo-.

-Joder, Paquita, es que había que darle verosimilitud...-, dijo Quique, el actor que había representado el papel de atracador. -Igual que Manolo, que también se tomó muy en serio su papel... vaya puñetazo me dio...-, dijo frotándose la barbilla sonriendo.

-Jajajaja... Quique, casi me paro ahí mismo a pedirte perdón. Lo siento, tío. Y Mónica lo hizo de miedo, ¿eh?-, dijo Manolo acariciando la mejilla de su novia.

-Buff, no sabeis lo preocupada que estaba por si se reventaba antes de tiempo la bolsita de catsup que llevaba debajo de la blusa. ¿Quedó muy real, verdad?-

-Lo hiciste de maravilla, Mónica. Pero hay algo que no entiendo-, dijo Quique mirando a Paquita, -Mónica y Manolo ya tienen su hipoteca para el piso, y 11.000 euritos para amueblarlo... yo tengo otros 11.000 que me van a venir de maravilla para seguir en la Escuela de Arte Dramático y vivir una temporada del cuento... pero ¿tú qué has sacado de esto, que eres el cerebro, Paquita?

-Más de lo que piensas, Quique. Tengo a Jacinto agarrado por los pelendengues. Hablé con él y va a poner de su bolsillo los 22.000 euros que volaron. Está acojonado porque sabe que si la Central del banco se entera de los fallos de seguridad que había en su sucursal, le ponen de patitas en la calle de inmediato. Y él sabe que está en mis manos. Lo primero que le he dicho es que le dé una buena propinaza a Loli, la cajera, a modo de "desagravio". Y para los distintos negocios que tiene mi empresa con varios clientes, me viene fenomenal un director de banco digamos... domesticado. ¿ Me entiendes?

-Yo lo que entiendo es que sólo te falta la escoba para ser una bruja completa, tía Paqui-, dijo Manolo entre las carcajadas de los demás. -Pero te quiero un montón-.

Paquita le dio un sorbito a su vermú, se puso de nuevo las gafas de sol y se recostó en su silla alzando la cara hacia el sol con los ojos cerrados y una sonrisa muy enigmática.
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