Irina... la rusa
Yaiza [@] [www]

Aquella mañana se me instaló la morriña aún somnoliento y se apoderó de mis huesos  húmedos por la ducha, invitándome a tomar una única determinación: como gallego  tenía que ir a ver el mar, pues mientras algunos pueblos reclaman signos  matemáticos para su sangre, nosotros con un poco de salitre nos contentamos.

Salí del West Side y tomé en Columbus circle la línea D hasta casi el final. Me bajé en Brighton Beach, después de una hora de metro. La hora se me había pasado  rápidamente, pues me abstraía observando la masa cambiante de gente y jugaba a adivinar por dónde circulaba el metro analizando los grupos contenidos del vagón...

Lo bueno de esta línea es que al poco de cruzar Brooklyn sale al exterior y también permite distraerse observando la infinidad de barrios tranquilos con casas de madera  que desde luego no pertecenen a NY.

Brighton es un lugar extraño. El metro desafía la estructura elevada, quizás  haciendo un giño a la próxima noria de madera de Coney Island, y hace retorcerse el metal en medio de un ruído infernal. Por debajo de las vías circulan los coches y a los lados emergen viviendas que rara vez sobrepasan la altura de la  vía. Los letreros de los locales están todos en inglés y en cirílico, pues aquí  reside la colonia rusa de NY, cosa que mucha gente desconoce pues no sale en las guías (como mucho nombran el paseo de madera de Coney Island y el acuario).

Necesitaba un refresco así que entré en un bar muy poco cuidado. Me atendió un  mexicano muy amablemente (allí todo el mundo es amable) y me sirvió una soda  enorme por un pavo. Cada 5 minutos las vigas de hierro colado del metro se  quejaban como una vieja reumática y la gente convivía con ese ruido infernal  que seguramente ya marcaba los biorritmos diarios.

En esto entró Irina, bueno, yo la llamé Irina y me dijo que estaba bien. Se sentó en mi misma mesa, pues allí es costumbre, no sin pedir el pertinente permiso. Habló en ruso con el jefe del local y le trajo un perrito. Era alta, muy alta. Morena de ojos azules y piel blanca. Nunca hasta entonces me habían gustado las mujeres de piel clara.

Estaba absorto observando la extrema "calidad" de su piel cuando ella me miró y me sonrió cortesmente. Mi inglés no es muy bueno así que malamente le pedí disculpas y comenzamos la típica conversación de turista con inmigrante, la cual obvio  por obvia, obviamente.

Se levantó y al llegar a la puerta me miró y yo creí ver una clara invitación  a seguirla, lo cual hice. Cuatro casas más allá subió una escalera y la seguí si poder evitar mirarle entre las piernas. Entré tras ella y caímos en el suelo enroscados como la hiedra y el muro...

...aquella semana se llamaba Irina.

El domingo ansioso ya por su contacto, entré en el bar y la esperé. Allí estuve  todo el día y no apareció. Le pregunté al ruso y en ruso me contestó. Seguí  esperando. Volví a preguntarle al ruso y cuando me salió el "joder, ostia puta"  me constestó en castellano: "Hombre, yo haberr estado en Levante, España muy bonito".

"Irina"..."la rusa"..... "la chica morena".... "¿dónde está?".....

El muy maricón me enseñó tres o cuatro dientes de oro involuntariamente enmarcados  en una carcajada. Dió a la cabeza dos bandazos y se fué.

Esta semana que estoy sin trabajo, estoy en Valencia. Ayer la ví de puta, en la  calle. Me acerqué y no me conoció o al menos hizo que no me conocía. Pagué y  follamos. Evidentemente nada que ver con aquellos polvos en Brighton. Fingió como  todas las putas. Paradójicamente no hablamos de nada, que es a lo que se va  cuando uno acude a putas. No era necesario. Sus ojos estaban como el mar de  Aral....secos.

 

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