URBANISMO DE LOS CASTROS GALAICOS

Franjo Padín


Los castros costeros se emplazan sobre pequeñas penínsulas o promontorios junto al mar. De esta manera sólo tienen que concentrar sus defensas por un lado. En la fotografía el Castro de Baroña (Porto do Son - A Coruña)

La Cultura Castreña del Noroeste, o Cultura Castrexa, como se la denomina en la historiografía gallego-portuguesa, es uno de los campos de la arqueología más llamativos para los estudiosos gallegos, por la espectacularidad de sus restos, por la creencia más o menos justificada, de ser esta cultura la base remota de la peculiar idiosincrasia galaica, y por las huellas que estos restos han dejado impresas en el imaginario colectivo. Aún así, o por estas mismas razones, se trata de una época que suscita notables controversias, y sobre la que, a pesar de la cuantiosa bibliografía publicada, todavía quedan por esclarecer numerosos puntos oscuros.

La Cultura Castreña destaca, ante todo, por ser la primera cultura, en el área del Noroeste, de la que conocemos su hábitat con bastante exactitud. Es más, se trata de la primera cultura urbana (pese a las ampollas que este término pueda levantar) que se da en el área galaica. Y decimos urbana porque, ciertamente, la magnitud de los asentamientos castreños, en su etapa final, alcanza proporciones verdaderamente notables, planteándose la razonable hipótesis de haber llegado a la constitución de organizaciones protoestatales, girando sobre grandes castros o "citanias" que capitalizarían comarcas más o menos amplias. Pero esta situación no siempre fue así. Antes de eso, y a lo largo de todo el primer milenio antes de Cristo, el poblamiento castreño se caracterizó por la pequeñez de sus asentamientos, pequeñas aldeas diseminadas por el territorio de una manera bastante uniforme, con una economía agraria basada en el cultivo de cereal, en la ganadería (especialmente en las zonas menos aptas para el cultivo), y en buena medida en la recolección de frutos secos panificables (bellotas), y mariscos en la costa. La llegada de los conquistadores romanos coincidió con el auge del Castrexo: a partir del siglo I a.C. comienzan a construirse las grandes citanias, sobre todo en la mitad meridional, y todos los aspectos de la cultura material dan lo mejor de sí, con ejemplos sobresalientes en las artes plásticas y sobre todo en la orfebrería. Esto ha llevado a ciertos autores a sobrevalorar el papel de la influencia romana en estos cambios, y a reducir el carácter traumático que debió tener la conquista.

"A Cidade" de San Cibrán de Lás conserva unas magníficas murallas rodeando su enorme perímetro. La fotografía muestra la entrada desde el Oeste, los torreones defensivos a ambos lados y el camino enlosado que conduce hasta la acrópolis, también defendida

Lo cierto es que, si bien la conquista y ocupación del territorio galaico por los romanos no fue todo lo sanguinaria que dieron a entender los historiadores románticos, basándose en el testimonio tardío de fuentes como Orosio, las bases del florecimiento de la Cultura Castrexa ya estaban puestas anteriormente: La Cultura Castrexa evolucionó siempre a partir de presupuestos propios, y en esta evolución, los romanos tuvieron sólo el papel de catalizadores, y no llegaron a ejercer una influencia verdaderamente activa. Una definición de la Cultura Castrexa. La denominación otorgada a esta cultura refleja su rasgo más característico: el hábitat. Se conocen como castros los poblados de la Edad del Hierro, situados en lugares de fácil defensa, o que dominan estratégicamente un territorio (pasos, valles, zonas de cultivo), y rodeados de fortificaciones. Por lo general se sitúan en las cumbres de los oteros (Viladonga, Torroso, Penalba), o más frecuentemente, en los espolones de las laderas (Troña).

En la costa se construyen a veces sobre promontorios costeros (Santa Tegra), o en pequeñas islas (Toralla) o penínsulas, defendidas por su istmo (Baroña, O Neixón). Suelen estar defendidos por uno o más recintos amurallados concéntricos, reforzados la mayoría de las veces por otros dispositivos defensivos (parapetos, empalizadas, fosos), sobre todo en los flancos más débiles, donde las laderas son menos pronunciadas. Algunas veces, a estos recintos, de planta irregular, aunque predominen las formas ovaladas, se le añaden otros a modo de anexos, a los que se conoce como antecastros. Los recintos principales acogen las habitaciones, mientras que los antecastros presentan más variedad: algunos contienen construcciones habitacionales, pero otros no parecen tener restos, por lo que se les suponen otros usos, como corrales para el ganado. Hasta aquí nada que diferencie a nuestros castros con otros oppida de la Edad del Hierro europea. Sin embargo, la Cultura Castrexa presenta peculiaridades propias que han llevado a distinguirla del resto: el reducido tamaño de las habitaciones, la pervivencia de la planta circular, y la ausencia de planeamientos urbanísticos claros. Estas características sirven para definir un área que se corresponde aproximadamente con la antigua provincia romana de la Gallaecia, y más concretamente, a los conventos Lucense y Bracarense, aunque en esto, como en todo lo demás, cabe hacer numerosas precisiones.

Casi todos los castros presentan una vía perimetral que va paralela a la muralla por el interior del poblado, como esta que se puede ver del Castro de Troña (Ponteareas - Pontevedra)

 

LA ARQUITECTURA DE LOS CASTROS GALAICOS

Una de las características que diferencian la Cultura Castrexa de otros asentamientos de la Edad del Hierro son las peculiaridades de su arquitectura. Principalmente, el tamaño relativamente reducido de sus habitaciones, y la presencia mayoritaria de la planta circular. Las habitaciones de los castros suelen ocupar superficies reducidas, en comparación con los oppida de otras regiones. Mientras que las habitaciones, de planta rectangular, de Puig de Castellet, por ejemplo, superan los 50m2 de superficie, las habitaciones circulares de los castros suelen estar por debajo de los 5 m de diámetro, y abarcar por lo tanto menos de 20 m2. Esto está en relación con el tipo de cubiertas empleado, y con la adaptación de la arquitectura al clima. Las cubiertas de paja (colmo) son efectivas con inclinaciones de 45 a 50º, por lo que no son aptas para cubrir grandes superficies de planta angular sin elevar alguno de los muros hasta alturas considerables. Por ello, los castrexos prefirieron la planta circular, cubierta de colmo, y de superficie escasa, lo que tendrá, como se verá, gran influencia en la configuración de la trama urbana.

En cuanto a la planta circular, han sido formuladas numerosas hipótesis en torno a su posible origen y las causas de su pervivencia hasta los primeros siglos de nuestra era. Un posible origen mediterráneo ha sido señalado por autores como García Bellido, que han dibujado el camino recorrido por las construcciones de planta circular desde los yacimientos neolíticos del Próximo Oriente, por todo el Mediterráneo, hasta las construcciones circulares de Soto de Medinilla, el Noroeste, e incluso saltando a las Islas Británicas. Sin embargo, parece más razonable la hipótesis de su endogénesis, a partir de las construcciones circulares hechas de materiales vegetales (estacas con ramajes flexibles entrelazados para construir los muros), que debieron constituir la vivienda de las poblaciones de la Edad del Bronce.

A pesar de que el cantero que levantó esta construcción en San Cibrán de Lás sabía montar esquinales con "agullas" y "tranqueiros" no perdió su predilección por los cantos redondeados. Esto demuestra que en los esquinales redondeados no hay que ver tanto una deficiencia en las técnicas de construcción como una preferencia estética.

Las cabañas de materiales vegetales tuvieron una larga pervivencia a lo largo de todo el primer milenio a.C., retrocediendo definitivamente ante las construcciones pétreas hacia los siglos III y II a.C. Se hallan bien documentadas en el Castro de Cameixa, excavado por López Cuevillas en los años 40, o en los primeros niveles del Castro de A Graña. Se trata de construcciones de planta circular, de las que se conserva su pavimento, y a veces, las piedras que sirvieron como zócalo o protección del paramento. Éste estaba conformado por estacas clavadas verticalmente en el suelo, con mimbres, ramas o listones de madera flexibles entrelazados, cubriéndose los huecos por una capa de barro. La conservación de porciones de arcilla seca con improntas de ramas entrelazadas ha dado la pista sobre la construcción de estas cabañas, puesto que el resto de los materiales han perecido, conservándose únicamente los pavimentos. Las construcciones en piedra conservan la planta circular de sus precedentes evolutivos de materiales vegetales. Muy posiblemente, fue la concepción de estas cabañas como grandes cestos cubiertos de arcilla los que condicionaron la planta circular. Las cabañas de piedra no son posteriores a las cabañas vegetales. Esta opinión se ha generalizado por la constatación del hecho de que en muchos castros donde existen varios niveles de ocupación, (como por ejemplo, Castromao, Cameixa, A Graña, Troña, o Saceda) las cabañas vegetales aparecen en los niveles más antiguos, mientras que las construcciones pétreas son las más modernas. Sin embargo, se han datado niveles de construcciones pétreas en el periodo formativo de la Cultura Castrexa, en el siglo IX a.C. (Coto da Pena, Portugal), o en el VIII-VII a.C. (Torroso, Monte das Croas).

Por otra parte, construcciones de materiales perecederos parecen pervivir hasta la Conquista romana, aunque hacia el siglo III-II a.C. las cabañas de piedra comienzan a generalizarse. Esto quiere decir que el paso de las construcciones de materiales perecederos a las construcciones de piedra no sirve como criterio de periodización dentro de la evolución de esta cultura, sino que más bien se trata de una simple tendencia evolutiva. La presencia o no en un castro de construcciones habitacionales de mayor o menor calidad tiene más que ver con los recursos disponibles, o con el status del castro dentro de un territorio.

El urbanismo castrexo posterior a la conquista romana usa como fórmula el máximo desarrollo de un eje viario, al que se abren calles perpendiculares. En la fotografía la calle principal que atraviesa el primer recinto de la Citânia de Briteiros (Guimarâes - Portugal)

Ello lo prueba el hecho de que en bastantes casos los niveles de casas de piedra superpuestos a los pisos de cabañas vegetales son uniformes, y parecen ser resultado de reformas urbanísticas globales, que afectan a zonas amplias del asentamiento, o a todo él. Y estas reformas coinciden, a veces, con grandes ampliaciones de los recintos amurallados, junto con la certificación de un status elevado del asentamiento dentro de su territorio. Tal sucede con Castromao, (Celanova, Ourense), un gran asentamiento cuyos niveles inferiores son los de un simple poblado con cabañas vegetales, y que adopta la arquitectura en piedra coincidiendo con la ampliación de su recinto. Castromao es, por otra parte, la antigua Coeliobriga, identificada por la tessera hospitalitatis aparecida dentro de sus muros, capital de los coelerni, populus que ocupaba esta zona de la provincia de Ourense. El aparejo más frecuente adoptado por las construcciones de piedra es una mampostería dispuesta en paralelo, más cuidada hacia el exterior que hacia el interior, con un relleno de piedras más pequeñas y jabre. En castros más tardíos se pueden encontrar ejemplos notables de cantería, con aparejos helicoidales, y piedras bien labradas y canteadas. También se han conservado restos de enlucidos interiores, y también exteriores, sobre todo en castros de la zona Sur, que muestran evidencias de que las casas pudieron estar pintadas de colores, blanco, y también azul y rojo. Los cimientos son poco profundos en estas construcciones, dado que tampoco debieron soportar grandes presiones.Los techos eran cónicos, de paja (colmo), sostenidos por vigas apoyadas en un pie derecho central, o más probablemente, en los propios muros. A las cabañas se le añadían a veces anexos, muy frecuentes en los castros de la zona Sur, con planta en forma de patas de cangrejo, también muy posiblemente cubiertos con techo de colmo. Las cubiertas de tegulae romanas tardan en hacerse frecuentes, debido a que no se adaptó bien a la planta circular, que pervivió aún durante decenios.Las plantas de las habitaciones castrexas son comúnmente circulares u ovales, y sobre esto, como antes apuntábamos, se han dado numerosas explicaciones.

  Para su origen haya quizás una explicación infraestructural, que tiene que ver con su material de construcción originario y su modo de empleo (estacas y ramas flexibles), o su mejor adaptación a climas rigurosos (exponen menos superficie de muro a la intemperie). Sin embargo, para explicar su supervivencia hay que buscar más bien otros factores de tipo estructural (adaptación de ciertos usos sociales, de los que hablaremos, a este tipo de planta) o superestructural, de más difícil rastreo (preferencias estéticas de los castrexos por los motivos curvos o circulares, simbología del círculo). Es posiblemente la confluencia de factores que afectan a todos los grados del sistema cultural lo que explica la pervivencia hasta el último momento de este rasgo arquitectónico tan arcaico, y tan antieconómico, por la pérdida de espacio aprovechable que supone.

Las unidades habitacionales constan de varias cabañas con diferentes funciones agrupadas en torno a un espacio abierto. El diferente uso de las cabañas derivó en la adopción de diferentes plantas en su construcción. En la fotografía unidad habitacional excavada por López Cuevillas en San Cibrán de Lás, donde se ve la posición de dominio organizativo de una cabaña circular, posiblemente un comedor o vivienda principal.

 

LAS DEFENSAS.

El hecho de que durante largo tiempo los castrexos viviesen en habitaciones de materiales vegetales no puede deberse tampoco a dificultades técnicas, puesto que su dominio de las técnicas de cantería queda de manifiesto en sus fortificaciones. Éstas serían en un principio simples terraplenes coronados por empalizadas de madera. Esta simple fortificación parece ser la que tuvo el castro de Torroso (Mos, Pontevedra), con un zócalo de grandes piedras que aseguraba la base de una empalizada, cuya desaparición provocó el derrumbe sobre el foso adjunto. Sin embargo, pronto aparecen grandes fortificaciones consistentes en muros dobles, de cierto grosor, construidos normalmente en mampostería, o sillarejo, con un espacio intermedio relleno de tierra o piedras más pequeñas. Éste es el tipo de muralla que encontramos, por ejemplo, en Baroña (Porto do Son, A Coruña), o en el Castro da Forca (A Guarda, Pontevedra). Estos rellenos permitían grosores de las murallas de varios metros, y fueron haciéndose más consistentes con el paso del tiempo.

En San Cibrán de Lás (San Amaro-Punxín, Ourense), los cascotes que rellenan el interior de la fortificación, aún sin formar paramento, están dispuestos con una regularidad que asegura aún más la consistencia de los muros. Otras murallas, también en castros posteriores a la Conquista romana, presentan grosores menores en sus muros, pero con rellenos interiores no ya de tierra y cascotes, sino de grandes bloques de piedra, como en el caso de Briteiros (Portugal), o Saceda (Ourense).

El gran tamaño de esta cabaña circular de 11 metros de diámetro y su banco pétreo pegado al muro en todo su perímetro hacen pensar que se trata de un edificio de uso comunitario en el que se celebraban banquetes en los que se manifestaban las relaciones de poder. (Citania de Briteiros, Portugal).

En las murallas se abrían puertas, a veces monumentales, flanqueadas por torreones u otros dispositivos defensivos, dispuestos de formas muy diversas. Cualquier intento de clasificación tipológica de los accesos a los castros ha fracasado por su enorme variedad; sin embargo, podemos dividir sus tipos en dos grandes grupos: los accesos paralelos a la muralla, y los accesos perpendiculares. Los accesos paralelos cuentan con pocos dispositivos defensivos, puesto que el visitante queda expuesto a los defensores, al encajarse la vía de entrada en paralelo a línea defensiva, por el fondo de un foso, o entre dos líneas de murallas.

Los accesos perpendiculares a la línea defensiva son más monumentales, puesto que la defensa de la entrada se hace entonces por medio de grandes torreones, anexos al muro, separados de él, o constituidos por ensanchamientos de la muralla en estas puertas. estos accesos se complican, además, porque pueden ser múltiples, teniendo que atravesar varias líneas defensivas, y teniendo el visitante que variar su dirección, exponiéndose ante los defensores. Los ensanchamientos de las murallas en las puertas, la ocultación de los accesos con varias líneas defensivas, o el hecho de disponer la entrada bajo un pasadizo cubierto, como en el castro da Graña (Melide, A Coruña), sirven para esconder al visitante la verdadera dimensión de las defensas, al tiempo que actúan como refuerzo a la frontera simbólica entre el interior y el exterior del castro.

 

LA ORDENACIÓN URBANA.

La característica que más se ha señalado en cuanto a la ordenación urbana de los castros galaicos es su ausencia. Sin embargo, hay muchas razones para no aceptar esta afirmación. Entendiendo por urbanismo la serie de técnicas que los hombres emplean para adecuar el hábitat a sus necesidades, es fácil observar que en los castros, dentro de su aparente desorden, hay una serie de pautas y normas repetidas que configuran lo que se podría llamar un urbanismo castrexo.

En ordenamiento urbano de los castros galaicos se puede observar a dos niveles.

Uno, a escala más reducida, que tiene que ver con la ordenación del espacio doméstico, y otro, a otra escala más amplia, que se refiere al ordenamiento de todo el poblado.

Croquis de las construcciones de San Cibrán de Lás según se infiere de la fotografía aérea. Se observa la regularidad de la parcelación.

Parcelación de la Citania de San Fins y plano de las construcciones descubiertas dentro de su acrópolis. Se observa el típico plano en forma de espina de pez, en todo semejante a otras grandes poblaciones de la Edad del Hierro peninsular. (Cf Numancia)

El estudio del ordenamiento del hábitat a una escala doméstica se ve dificultado por la carencia, hasta hace bien pocos años, de excavaciones arqueológicas que tuviesen en cuenta un estudio microespacial de los recintos habitacionales. Sin embargo, en los casos en los que podemos disponer de datos, se puede observar una progresiva especialización del uso de los espacios que a la larga da lugar a lo que en la literatura arqueológica tradicional se ha denominado "barrios", y en la más moderna, unidades habitacionales. Una unidad habitacional es un conjunto de edificaciones con diferentes usos, que acogen a una familia más o menos amplia, y que aparece singularizado dentro del poblado por medio de un muro que lo delimitado por tener accesos restringidos o únicos. Dentro de estas unidades habitacionales se han podido distinguir aquellos recintos utilizados como habitación generalmente por poseer un hogar y utensilios domésticos, de otros de diferente función, como almacenes o graneros, que carecen de hogares, suelen tener el piso más elevado que el nivel exterior, para proteger el suelo de la humedad, y generalmente, tienen puertas elevadas sobre el terreno circundante, al parecer para proteger el interior de la penetración de la humedad o de las alimañas.Otras características diferencian estos edificios: Las habitaciones propiamente dichas tienen muros de aparejo más cuidado, y su planta es más frecuentemente circular, mientras que los almacenes tienen aparejos más burdos y sus plantas son algo más diversas.

También se han distinguido otros usos para otros recintos habitacionales, como el de talleres, y comedores. Aunque gran parte de la actividad artesanal de los castros se puede ubicar dentro de la propia vivienda (así el hilado y el tejido, la reparación de la cerámica, o incluso la elaboración de utensilios metálicos pequeños), se han podido en algunos casos reconocer construcciones dedicadas en exclusiva a una actividad industrial (curtido, metalurgia), aunque generalmente están alejadas del resto de las viviendas, en las inmediaciones de las murallas.

Los comedores y las habitaciones son frecuentemente la misma cosa, pero se pueden diferenciar los primeros por poseer en su interior, a lo largo de todo el muro, de un banco de piedra corrido, que se corresponde con la referencia de Estrabón a la costumbre de los Galaicos de comer sentados en círculo, siguiendo el orden de la edad y la dignidad. Esta disposición protocolaria, la única que nos citan las fuentes, alude posiblemente al hecho de ser el banquete un mecanismo de redistribución de los bienes, al tiempo que una manifestación y un refuerzo de los lazos de poder y de dependencia de las jefaturas en los castros. esta hipótesis la refuerza el hecho de encontrar grandes construcciones como la gran cabaña circular de la Citânia de Briteiros, en Portugal, con sus 11m. de diámetro y su banco corrido alrededor del muro, que no pudo ser otra cosa que un local de reunión de los principales de este gran poblado. Es quizás, también, por este hecho de seguir cierto ritual en estos banquetes, pasándose la comida en círculo, por el que la planta circular pervivió especialmente en construcciones dedicadas a este uso. Las unidades habitacionales pueden estar rodeadas de muros total o parcialmente, separándolas de las construcciones vecinas, y suelen tener un patio como eje ordenador y distribuidor. estos patios, y el hecho de que el acceso a ellos desde los viales del castro es restringido, o único, ayuda a individualizarlos e identificarlos.

Unidades habitacionales de un sector del castro de Santa Tegra. (A Guarda - Pontevedra). Cada una de ellas consta al menos de una vivienda con planta circular y anexo en forma de patas de cangrejo, y un almacén generalmente sin puerta.

A un nivel más general, la ordenación de los castros sigue en un principio las pautas marcadas por el propio terreno. La trama urbana adquiere un aspecto orgánico, con células habitacionales dispuestas en aparente desorden, comunicadas por veredas estrechas que evitan los desniveles. El terreno es levemente nivelado, colocándose las unidades habitacionales a diferentes niveles en torno a sus respectivos patios. Estos aterrazamientos, previos a la construcción de las habitaciones, pueden significar una intención previa de parcelación del espacio habitacional, lo que se puede corroborar por otras pautas identificadas, algo más sutiles.

Sin embargo, las grandes citanias, coetáneas o posteriores a la Conquista romana, presentan tramas urbanas más evolucionadas, en las que es posible observar rasgos mucho más regulares. Mientras que con anterioridad a la construcción de estos poblados, la única vía identificable dentro del recinto era una ronda perimetral, entre las construcciones y la muralla, ahora encontramos grandes ejes viarios que atraviesan el poblado de una parte a otra, y una parcelación mucho más regular, en ocasiones casi ortogonal, y con vías transversales y paralelas que configuran grandes agrupaciones de construcciones de planta regular y uniforme.

Estos planteamientos urbanísticos, que dan lugar a plantas que se asemejan a una espina de pez, han sido generalmente atribuidos a la influencia romanizadora. Nada, en nuestra opinión, más lejos de la realidad, o por lo menos más matizable. Estas tramas se deben al desarrollo de una única vía central, aprovechando sus posibilidades como ordenadoras del espacio urbano al máximo.

Como planteamiento urbanístico, se encuentra en numerosas ciudades y aldeas de la Edad de Hierro en toda la península, e incluso fuera de ella. En concreto, no se puede separar estos planos de otros como el oppidum andaluz de Puente Tablas, o la propia Numancia, que según numerosos autores, refleja un ordenamiento anterior a los niveles romanos encontrados. En nuestra opinión, la adopción de planos regulares en los castros se debe al reagrupamiento de la población de los castros en grandes asentamientos, sobre todo en la zona Sur, coincidiendo con la Conquista romana y hasta la época de los Flavios. En estos cambios, la influencia romana no fue activa, sino que más bien actuó como catalizadora de un proceso evolutivo que aceleró la urbanización de la sociedad castrexa junto con la constitución evidente de unidades políticas de relativo tamaño. No hay en los castros ordenamientos típicamente romanos, sino que en toda clase de elementos tanto constructivos como ordenadores, no vemos nada en estos castros que no parta de los propios presupuestos de esta cultura.

La época de esplendor de los castros coincidió con la Conquista del Noroeste, en dos oleadas invasoras, primero con Decimo Julio Bruto, y después en las Guerras Cántabras, en época de Augusto. Los castros florecieron hasta la época flavia, en la que los cambios administrativos, y en concreto, la concesión del ius latii, contribuyeron a la decadencia de este tipo de hábitat, que hasta entonces, había conformado la auténtica trama urbana del noroeste. Algunos de estos castros eran mayores en población y extensión a las pequeñas ciudades fundadas por los romanos, y siguieron manteniendo su importancia como capitales políticas de sus populi durante los primeros siglos de nuestra era. La progresiva integración en las estructuras administrativas del Imperio y la alteración de las estructuras de poder indígenas hicieron que poco a poco, sobre todo en el siglo IV, los castros fuesen abandonados en beneficio de otras formas de hábitat, abiertas y en los valles, como las villas. Aún fueron los castros ocupados en épocas de crisis, como cuando las invasiones suevas. Algunos prosperaron y en su antigua ubicación se encuentran hoy villas y ciudades. Otros fueron olvidados, abandonados y enterrados, y guardan en la imaginación de las gentes, tesoros ocultos, defendidos por mouros y encantos.