Como llueve una huerta de tomates
Annafara [@] [www]

 

Estaba sentada en posición de meditación. Con los dedos gordos tocando los índices. Con la visión de la flor de loto desarrollándose en mi, elevada a la máxima conciencia, saboreando el sabor de la nada y de la quietud.

Me puse de pie y bailé por segundos que fueron horas, y sentí como crecía en mi vientre, un huerto lleno de tomates jugosos, espléndidos y por si fuera poco. Rojos.

Lágrimas caudalosas corriente coagulada e impetuosa se precipitaba al vacío real desde mi útero, pasando por mi ingle y bajando por mi interminable pierna derecha, hasta llegar al delicioso pie.

Antonio se percato inmediatamente de la tormenta eléctrica de tomates diluidos en su madurez. Me miro con su habitual morbo. Más concentrado que nunca, me pasó su dedo índice deliciosamente por el pie, tomo el jugo de tomate que por esos momentos flotaba en el aire y se chupo el dedo con la lengua humeda, tan mojada que hacía un extraño y casi imperceptible sonido acuático que persistía en su lentitud. Sonido Tan propio del acto de chupar.

No tardó en tener su sexo enredado en el mío, el lubricante vegetal que se había incorporado a nosotros, era el más perfecto que se haya construido jamás...

Vivir derramando un constante líquido sagrado por doquier, gimiendo sensaciones infinitas, nos metimos juntos en la bañera donde las burbujas eran. No de extrañarse. Rojas.

Él, vino con toda su furia sobre mi huerto de tomates y esparció alguna clase de insecticida con olor a Guanabana, asunto que hizo al agua ponerse hibrida. Putrefacta. Fue así como llovió, llueve y lloverá mi huerta de tomates.

 

habitual morbo | en la bañera

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