La historia del hombre tranquilo
Eugenio Barragán [@] [www]

El hombre tranquilo se desplazó a la discoteca de caza, o de ligue, tanto da. Allí encontró una buena pieza con piernas y cuerpo de mujer. Y ese pedazo de hembra, llevó al cazador a su casa para ser poseída varias veces, si pudiera ser.

Mientras la bella pieza se desnudaba frenéticamente esperando la embestida sexual de su macho. El hombre templado se descalzó, tomó los zapatos y los dejó en un rincón de la habitación. Sentado sobre la cama se aferró a la punta del calcetín derecho y estiró hasta que la suave tela que envolvía su pie salió por entero. Prosiguió desnudando su pie izquierdo. Comprobó estupefacto que el dedo gordo emergía de un agujero producto de los movimientos de los bailes de la noche. Presto se dirigió a por el cesto que contenía todos los enseres pertenecientes a cosidos, remiendos, descosidos y demás, y zurció en la misma alcoba tan feo atributo de su calcetín. No se podía permitir que la mujer que yacía a su lado pensará negativamente de su persona.

La dulce presa ya se había desposeído de sus prendas excepto de sus sensuales braguitas y de su sujetador de encaje que realzaba su recio pecho. Y esperaba ansiosa ser poseída pasionalmente, y por qué no, varias veces.

El hombre calmado aprovechó para bordar su otro calcetín, y tras acabar lo depositó en el interior de su correspondiente zapato izquierdo ya que pertenecía a tal pie. Se levantó de la cama, se desabrochó el cinturón, pero comprobó con gran precaución que prendas íntimas y no tan personales, de aquella mujer permanecían en el suelo desordenadamente. Por lo que minuciosamente recogió tales ropajes para que no se le arrugaran a su dueña, deseosa de ser tomada por el ariete erguido, que imaginaba, que con gran ardor jugaría con ella. 

El hombre sosegado se desbotonó el pantalón; bajó la cremallera de su bragueta; deslizó el pantalón hasta las rodillas; se sentó en la cama; se sacó ambas perneras; se volvió a levantar; abrió la puerta del armario y dobló concienzudamente los pantalones en una percha.

La mujer, que se imaginaba iba a ser poseída en breves momentos, se excitaba acariciándose su pecho y sexo forzando una postura lasciva. Con su cuerpo recostado sobre los antebrazos y dejando caer su cabeza hacia atrás, para que su melena pudiera acariciar la piel de su fogoso, suponía, hombre.

El apacible hombre se sentó encima de la cama, por supuesto, le volvió a dar la espalda; no por mala educación sino que acariciándose la barbilla pensaba y meditaba en que un buen empapelado de la habitación resultaría más exitoso para amar a aquella mujer.

El hombre reposado volvió a la habitación con los armatostes en ristre: trapos, aguarrás, pintura de varios colores para realizar diferentes pruebas, cepillos y brochas de distintos tamaños, una escalera, un taburete, unos guantes, un gorro, un spray, un mono de trabajo,...

La mujer, ante la magnitud de tal detalle, comprendió que era el hombre de su vida, tanto es así que se mordía los labios por la felicidad que invadía su cuerpo, ya completamente desnudo, y deseoso de sentir el abrazo de fuego de su galán.

El despistado hombre tras realizar una serie de trabajos de remodelación en su casa, y sobre todo, de múltiples cosas que no enumeraré; se pregunta a menudo que ¿de dónde habrá aparecido ese cuerpo momificado que se encuentra sobre la cama en una postura rarísima? Lo que no sabe, y pasará aún bastante tiempo para que lo sepa, es el uso le puede dar.

 

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