Cuando la musa se viste de pantera negra
Eugenio Barragán [@] [www]

“Tomo el abrecartas en la gran mesa de mi estudio, sajo el sobre de correo. Saco una nota que me ha enviado mi representante. Me comunica que como no le envíe algún trabajo me retirará mi cheque mensual.”

Me retirará mi cheque mensual. Y esta frase, es la que orada mi cabeza sentado en los sillones del garito donde me he metido para encontrar una solución. Alguna musa que desee trabajar conmigo. Ya he aplastado tres latas de cerveza sin encontrar ninguna candidata en la penumbra.

La música es alta. Avanzo la película pornográfica con el mando a distancia. Cuerpos esculturales. Grandes penes. Mujeres que gozan. Si fingen bien. Películas mediocres sin ningún tipo de talento.

A unos metros, una rubia se levanta de su sillón. Tropieza y cae a mis pies, al suelo enmoquetado. Se arrodilla. Vomita. Nunca he estado en un local tan sórdido. El ambiente está muy cargado.

La mujer se limpia la cara en la tapicería de los sillones. Está bajo los efectos de alguna droga. Se levanta. Se frota su cuerpo con las manos. Perfila sus voluminosos pechos. Se los coge con fuerza como si intentara ofrecérmelos. Gira la cabeza, sacude su pelo hasta que le cubre la cara. Prosigue desnudándose cadencialmente. Pienso que me serviría... Paro la película y me fijo en ella. Se arrodilla delante del monitor. Barre la pantalla con su pelo suelto cuando se mueve. Si podrá servirme como musa para mi trabajo. Acaricia mis piernas. Si servirá... la contrataré.

Otra arcada suya. Se gira a un lado y vuelve a vomitar. Creo que hoy regresaré a casa de vacío. Necesito trabajar. Me levanto, por hoy estoy harto. Mañana ya volveré a otro tugurio, no a este putrefacto lugar.

Recorro el camino hasta la barra. Un camarero baila. Tengo la garganta seca por el calor del local. Le pido una cerveza. Me la sirve sin dejar de danzar. Una morena con su melena de rizos le acompaña ladeando la cabeza al ritmo de la música y del camarero. Mientras bebo no puedo dejar de contemplarla. Se sube a la barra. Se contornea. Imita a una gatita. Da bufidos cuando me mira. Quizás mi salida nocturna no sea vana. Sus ojos, verdes claros, me recuerdan los de una pantera negra, tan rasgados y tan bellos. Un vestido corto, ajustado, realza sus largas piernas doradas por el sol. Intento acariciarle los rizos que caen por sus mejillas. Su respuesta es la adecuada con respecto al papel que interpreta: me araña la mano con sus largas uñas. El camarero se sonríe. A mí, me enoja. Le guiño un ojo. Me sigue el juego. Es la viva imagen de una gatita. Encorva su cuerpo, sólo le faltaba que se le erizase el pelo. Acabo la cerveza. Le hago un gesto con la cabeza para que salgamos del antro. Sonríe. Me grita: -¡No!- Me amenaza con sus “garras”. Subo también a la barra. El camarero que sigue bailando, ni se inmuta. La mujer recula, le rujo como si fuera un león. Me bajo. Camino. Y antes de atravesar el umbral de la salida me giro. Le realizo otro ademán para que me acompañe y finalmente lo consigo.


Entramos en mi estudio. Enciendo los focos del estudio. Nos besamos de pie sobre la moqueta. Apartamos los almohadones a patadas. Nos tumbamos. La despojo de su vestido. En el mando a distancia pulso el botón de: RECORD. Las veinticuatro cámaras dispuestas estratégicamente grabaran las imágenes de nuestro polvo. Mi gata salvaje me arranca la camisa, me araña salvajemente la espalda. Le propino un puñetazo. Se desmaya. Hoy rodaré una película SNUFF. Mi editor las suele pagar mejor que las pornográficas. Gozan de más éxito.

La herida de la espalda me escuece, puedo sentir como el sudor se cuela en la brecha abierta. Siento un escalofrío, siento como la sangre o el sudor, o ambos líquidos, me recorren la espalda.

Mi pantera está adormilada. La tomo en brazos y la tumbo sobre la gran mesa que domina la estancia. Introduzco mi prepucio en su vagina rezumante de jugos. Con pequeños vaivenes pélvicos logro que recobre el conocimiento, aún está atolondrada. Sólo espero que las cámaras no pierdan ningún detalle. Con movimientos más rápidos se despierta del todo. Su primera respuesta es un gemido de placer. La segunda una bofetada. Iniciamos una conversación. Le contesto con un revés. Intento arrearle otro puñetazo, me esquiva. Sigo cabalgándola. Me araña la mejilla. Me acerco sobre mi gata salvaje, la beso y le muerdo los labios. Sangran. Nos volvemos a besar. Sus uñas se clavan en mi espalda. Acabamos extenuados, y sobre todo, molidos a golpes.

La película que rodamos fue todo un éxito. Mi cuenta bancaria está repleta de billetes, y mi piel de cicatrices.

Alguna musa | bajo los efectos de alguna droga | Una morena | veinticuatro cámaras | jugos

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