Ser niño en un campamento de refugiados es ver a los pájaros esconderse tras las nubes por terror a los helicópteros, es temer y soñar con otros pajarracos, más potentes y ruidosos, que cruzan el firmamento, rugiendo sin hacer ondear las alas al viento, sino siguiendo rígidos una línea que no admite titubeos en su camino hacia un punto de monte elegido por los cerebros ocultos de la represión, con el objetivo implacable de vaciar sobre él su vientre exterminador para sembrar el pánico, el dolor y la muerte.

Rosa Regás