Café
Ziotaz [@] [Ziota]

Ella, era amiga de mi madre. Solía venir por las tardes a casa. Se sentaban a charlar durante horas y reían como dos niñas de los celos de los hombres. Solía vestirse de colores llamativos, era alta y esbelta, sus manos eran de porcelana y bebía de la taza con una serenidad aplastante. Estaba casada con un marino que vagaba entre los mares durante meses dejando en ella un hueco que rellenaba con las visitas a mi casa. Sus labios eran gruesos y prominentes, yo imaginaba el resto de su cuerpo de la misma forma. Mi madre zascandileaba entre sus palabras mientras formaban olas de humo con sus cigarrillos mentolados. Si te acercabas con demasía a ellas, podías adivinar el sabor de sus bocas, pero yo quería probar la nicotina con mi lengua. Ellas charlaban y fumaban ajenas a mi deseo de búsqueda todas las tardes, una tras otra. Algunas veces cerraban la puerta del salón, creo que para poder estar más tranquilas entre sus inquietudes en ese momento compartidas y separarse de los oídos espías. Yo deseaba estar ahí, estar entre ellas, pero la puerta cerrada, infranqueable, hacía que mi deseo volara entre sus susurros, en esos momentos tan lejanos. Adornaba sus labios de frases ocultas, palabras de colores aún no descubiertos, sonidos prohibidos. Una de las tardes en las que mi madre preparaba café en la cocina, entre en la habitación donde Pilar esperaba. Le miré a los ojos. Ella no se movió. Me miraba fijamente, tanto como yo a ella. Ninguno de los dos nos movíamos. Me acerqué y besé su mejilla. Volví a mirar sus ojos, ahora de frente, muy cerca. Su boca se entreabrió, pero no dijo nada. Me retiré al oír los pasos de mi madre avanzando por el pasillo. Entró en la sala con la bandeja entre las manos.

- ¿Qué haces aquí hijo?, preguntó.

Mirándola pero sin responder salí del cuarto como había entrado. 

Esa noche, cuando Pilar se despedía de mi madre, mientras caminaban hacia la puerta de la calle, oí su dulce voz hablando con mi madre: "¡Como ha cambiado tu hijo, esta hecho un hombre". Mamá no contesto, pero yo adiviné la sonrisa que le producían esas palabras. También noté la mía. Se me entreabrieron los labios.

Las tardes seguían pasando y mientras mi madre preparaba el café, yo entraba en la sala para mirar y besar a Pilar. Mi madre ajena a nuestros flirteos. Nosotros, a escondidas mirándonos dentro, deseándonos. Todo sucedió muy deprisa. En uno de los besos, no pude contener mi curiosidad por probar la nicotina de sus labios y le bese en la boca, ella se abrió para mí dejando paso a su lengua húmeda que se mezclo con la mía en un beso largo y anisado, al menos ese fue el sabor de la nicotina del tabaco mentolado en la boca de Pilar. Después de ese día, nos besábamos a destiempo entre café y pastas.

Mamá salió de improviso, mi padre le había llamado desde el aeropuerto diciéndola si podía ir a buscarlo, traía mucho equipaje, y por lo visto había huelga de taxi. Yo pensé en Pilar, creo que a la vez que mi madre. 

- "Ismael, cuando venga Pilar, le dices lo que ha pasado, si quiere esperar que me espere. Yo llegaré con papa en un par de horas."

Se fue. Entonces yo, joven y ridículo, esperaba a mi amada. Esperaba sus besos. Me fundía en el deseo de tenerla para mí. ¡Dos horas!. Nuestros besos no solían durar mas de tres minutos. Sonó el timbre y abrí ansioso. Me sentía como un preso que tiene una incondicional. Entró. Su silueta dibujaba cuadros en el pasillo. Sus manos de porcelana brillaban más que nunca. Le explique que mi madre no estaba, pero que podía esperarla. Me acerque a ella y le susurré al odio "estamos solos". Dejando caer la cabeza le besé. Nos agarramos al sueño cálido de deseo. Mis manos recorrían su cuerpo tan ágiles, que yo mismo sentía la inseguridad entre los besos y el calor de nuestros cuerpos. Estabamos abrazados y besándonos. En un momento, Pilar frente a mí. En un momento, Pilar desnuda. En un momento. 

Nos fuimos amando, despacio. Despacio, entre olores de levadura y deseos de limón. Mi sangre hervía ante la magnitud de sus caderas. Quería domar su cuerpo, quería perderme en su dentro. Hicimos el amor. Me sentía inseguro. La belleza de su espalda, la interminable ansiedad de goce, el perfume de sus palabras hacían de mi un payaso sin nariz de plástico. Nada en que sujetar mi deseo excepto su sexo. Ella formulaba deseos que yo casi no podía cumplir, sus palabras ocupaban la habitación, el sofá perdió protagonismo cuando caímos al suelo entre trotes y pasos rítmicos. En una fracción mínima tiempo, empujo mi cuerpo dentro del suyo. 

Noté como se cerraba ante mi un cuerpo abierto antes. Una voz ronca, profunda y un gemido sin dolor paró el ritmo de sus caderas. Yo quería más, pero de igual forma que momentos antes me empujó hacia sus entrañas, me expulsó de su cuerpo. No sabía que debía hacer, me quede parado frente a ella. Se incorporó de rodillas frente a mí, metió mi sexo en su boca. Cálida y urgente sensación. 

Al rato, cuando desperté del ensueño de un momento de placer, ella me besó, casi me hacía daño, pero me gustaba. Me presionó entre sus manos y susurró en mi oído algo que apenas puede entender. Se levantó y se metió en el cuarto de baño.

El salón olía a sexo, el diván olía a sexo, yo olía a sexo, todo olía a sexo. Abrí las ventanas y coloqué la evidencia. El descaro de nuestros amoríos. Ella volvió. Apenas me miraba y su tono de voz, antes especial, se convirtió en un tono que no reconocía, necesitaba café. Me fui a la cocina, entre agua y calor recordaba mis ansias. 

Al momento unas llaves irrumpían en la cerradura de la puerta. 

 

 

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cerraban la puerta | los pasos de mi madre | sus palabras ocupaban la habitación