UN viaje, todos los viajes
Lex_Luthor [@] [www]

..."Brumas marinas esquinas del sueño...
Ventanas dando al Tedio los charcos...
Y yo miro a mi Fin que me mira, tristón,
desde la cubierta del Barco todos los barcos..."
Fernando Pessoa

El recorrido era tedioso, y nadie parecía tener deseos de conversar. Llevábamos entre los cinco, una plancha de acero de 12 toneladas para hacer un barco.
Roy sabía lo que hacía, pero en el patio no había espacio para trabajar.
-¿Cómo piensas llevar el barco al mar una vez que esté armado?
-Una cosa a la vez, chico. Primero debemos traer ochenta planchas de estas y hacer el casco.

¡La puta!, para ser un sueño, el asuntillo éste llevaba demasiado trabajo. No era que me molestara cargar junto a cuatro amigos las doce toneladas, pero no quería ver ochenta veces repetida la misma escena fastidiosa, las mismas vueltas del camino, y el cansancio (no-físico) de recorrer los 20 minutos de ida y los veinte de regreso; ¡ochenta veces!

No sé cómo ocurrió pero, al darme cuenta, ya estábamos soldando, sellando y poniendo remaches. Las planchas dobladas ya casi tenían forma de nave. Luego lo pintamos y, la verdad, nada tenía que envidiarle a ningún transatlántico. Tendría unos veinte a veinticinco metros desde la popa a la proa, y 4 pisos de piezas y cabinas que nadie usaba. El barco era nuestro, todo nuestro; tenía el casco negro y la cubierta blanca, muy blanca.

Miré cerro abajo; llegar al mar tomaría diez minutos en carro o media hora a tranco ligero y siguiendo el atajo, y eso, considerando que la bajada era pronunciada. Luego ¿Cómo rayos lo pondríamos a flote sin un muelle y los permisos? Y supongo que más de algún derecho habría que pagar por el puerto, por la estadía, por navegar... ¡diablos!: el sueño se hacía real a instantes.
-Oye Roy, pero el mar está muy lejos.
-Es verdad -contestó con una expresión desalentada, mirando el horizonte.

Roy era gringo, pero hablaba un español fluído, con palabrotas y todo... tanto así, que nadie sabía que era gringo. Era el típico "lo sé todo, chico"; un tipo de barba y pelo rubio, con cara de nada y respuestas para todo. ¡Y cómo no!, lo he visto en la televisión hace unas semanas: era un delincuente que trataba de rehabilitarse, pero no podía, y al final lo había matado otro tipo con facha de latino (o sea, uno de esos mal alimentados y venido a menos, bajito, drogadicto y con el pelo oscuro y tieso). Recuerdo que me impresionó mucho cuando, de ladrón de poca monta, se dedicó a pintar paredes para sobrevivir: bienvenido al maldito mundo laboral Roy... rayos... él no estaba hecho para eso... era mejor atracar una bencinera, un supermercado o qué sé yo. Cuando dejó de hacerlo, algo en mí se puso triste. Joder, Roy había muerto al final, y en el ferri le había dicho a su único hijo que él si tendría una oportunidad de hacer las cosas bien, que él podría tener una vida de verdad. Joder Roy, ¿por qué me cagaste la película con esa moraleja? No, no... definitivamente había sido un error del guionista. Tenías que morir, eso estaba claro, pero no haciendo discursos idiotas. ¿De qué te arrepentías, pues?

Quizá por eso, Roy, aún tenía esa apariencia retraída y había entrado de contrabando en mi sueño.
-¿Y cómo lo llevaremos?
-Sólo hay una forma -contestó Roy, con la mirada perdida. -: empujando.
-¿Pero cómo? ¿Lo llevaremos en línea recta, lo dejaremos caer? No va a resultar, se atascará en alguna quebrada, no jodas, sé lo que te digo, conozco estos cerros, no se puede.
-Te diré algo amigo: yo lo haré; tú sólo empuja y díle a los otros que hagan lo mismo.

Será, será..., me rasqué la cabeza tratando de imaginar cómo rayos iba a moverse un mostruo de 500 toneladas a empujones.
El asunto es que Roy gritó una orden desde la cabina de mando y nos dimos a los gritos y al empuje hasta que la mole de fierro cedió y comenzó a moverse. Sí, ¡se movía!
-Yijaaaaaaaaaaiiii. ¡Eso es!, sólo empujen, yo conduzco.
¿Cómo describir la pelotera que se armó cuando sacamos el barco a la pequeña carretera provinciana? Los autos se hacían a un lado, y más de alguno salió mal parado a nuestro paso. La gente no podía creer lo que veía, y nos miraban intermitentemente, entre pasmados y excépticos, dejando caer burlas y reproches, pero alegres de ver despedazado el paisaje cotidiano por una nave negra y blanca, empujada por unos locos de remate. Ninguno de los mirones se animó a empujar; una fuerza superior los apartó, pero no importaba: yo creía más a cada paso.

El barco se desplazaba de bajada, con suavidad. Roy conducía a duras penas por las curvas cerradas y algunas breves subidas. No debíamos perder el impulso inicial que nos llevaba a un ritmo disparejo; en las pendientes teníamos que correr tras la embarcación entre alaridos y angustia, temiendo que se nos escapara para siempre de las manos, o bien, si era de subida, empujábamos con toda el alma, rezando para que no se detuviera en pleno ascenso y nos aplastara.
Preocupados en todo momento de mantener el precario movimiento, alcanzamos el último tramo, casi sin darnos cuenta. Al fin; sólo debíamos soltarlo en el declive y dejar que alcanzara el mar por su propio peso.
-¿Qué esperan? Suban ya, que nos vamos.

Subí alegremente fatigado, mientras la quilla rompía la última barrera: un pedazo de carretera con seis pistas de concreto y gruesos pilares que la sostenían y nos anclaban al último vestigio de la realidad... sí, de concreto... lo concreto hecho trizas. Un remezón, algo de miedo... y luego el mar, el mar... Miré hacia atrás: mis amigos se habían quedado allá en la orilla, haciendo señas y deseándome suerte.
-Sí -me dijo Roy-, es un viaje, un maldito viaje, ¿lo ves?
Volví a mirar hacia atrás, sólo para cerciorarme de lo que ya sabía: la costa había desaparecido. En su lugar había una línea que separaba el azul-gris del mar, del amarillo sucio, allá en el cielo.
-Un maldito viaje.
Entonces Roy, por primera vez en todo el sueño, se encogió de hombros, y me di cuenta de que yo era Roy y que, Roy, hablaba solo sobre el puente.

 

 

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