Condenada postal
Lolai [@] [www]

Sé que ayer rondaste mi escritorio abandonado, la imprenta sobre el polvo te delata. Hacía tiempo que no sabía de ti. Volviste como siempre, a ojear mi tumulto de cuartillas, plegarlas y clasificarlas por sinsentidos. A remediar mi desorden de relatos inconclusos. Ya es inútil este empeño por de despropósitos, leerme, a no ser para compilar el inventario. Todos los textos que intenté murieron de tu hija. Hay precipitados por la evocación quien tiene duende, otros musa. Yo estigma. 

He tramado las más infames tretas para esquivarla. Si describiera un ocaso sobre mojado, un estallido de luz en la tormenta o una ráfaga de azul , lo entendería. Pero tanto da lo que imagine. Ella termina siempre por aparecer. A veces permanecía oculta, agazapada, para de repente emerger tras la sombra de un adverbio a destiempo y echar al traste cualquier conato de olvido. Asomó incluso en los engendros más atroces. También en las listas de la compra, entre zanahorias y solomillos, y en mi declaración de renta, entre bienes y ruinas . 

He desecado océanos. He botado naufragios de continentes. He dictado normas de lengua única por el sólo gusto de armar más camorra en Babel. Yo he expropiado cordilleras y altiplanos para vallarlos y cercar mi territorio. Exprimí hierro de la arcilla para fundirlo sobre moldes de monedas y cañones. He armado monstruosos ejércitos para conceder a mi pueblo el fastuoso placer del conflicto entre naciones. Regalé a mis súbditos el espectáculo de madres abocadas sobre los ataudes de sus hijos triturados contra fondo de generales maquillados con esa curiosa mueca, tan suya. Esa del deber cumplido. ¿No es adorablemente atroz?. Y como a todo cerdo llega su San Martín, excepto a los puercos con demencia vitalicia, yo he sido maniatado en plaza pública ante la masa amotinada. Ya dispuesto a saldar mis cuentas, a bañar el patíbulo con borbotones de sangré fresca emanando de mi cuello seccionado, he descubierto sus ojos entre la chusma. Fiasco de novelón. ¡setecientas cincuenta y tres páginas de condenada megalomanía echadas a perder por su mirada indulgente!. 

He zarpado en la nave de los proscritos. En cubierta viajamos los convictos por haber tergiversado el amor en obsesión. ¿Cuantos?. Aquí no cabe un alfiler. Montonera de huesos reblandecidos, calados por aguijones de remordimiento. Dormimos bajo lonas empapadas de alta mar, olas de rocío y salitre. Ya no podré besarla de madrugada. Mis labios cortados por el sabor a temporal calmado del abandono. Si vuelves por San Juan no olvides echar mi escritorio a la hoguera.

 

 

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