Sábanas
Morticia [@] [www]

Recogió todas sus cosas con cuidado: El cepillo de dientes y la pasta; los calcetines sucios y la camiseta; el tabaco y aquel mechero arlequín.
Se había ido.

Si miraba bien, su presencia tan sólo permanecía en mi memoria y en pequeños detalles materiales, pero en realidad había dejado parte de ella en las sábanas compartidas durante aquel fin de semana.
No fue difícil encontrarla entre el dibujo de aquellas ropas cuidadosamente arrugadas a lo largo de estos días de deseos desorbitados. Si rastreaba con la nariz por encima, podía encontrar su silueta bien delimitada por todo el estampado de florecitas que ahora, olían a su piel. En algunas partes el olor se concentraba en grandes trozos de deseos, o tal vez eran los deseos los que hacían que mi pituitaria esculpiera su presencia en forma de aroma.

Ahí recorrí durante horas sus formas, ahí devoré su sexo, ahí mi sudor está unido al suyo, ahí huele a su saliva, ahí y en mí. Ahí siempre.

Seguía su rastro sobre las ropas cuando de pronto la sábana superior decidió llevarme de nuevo a la realidad, la muy traviesa se había deslizado sigilosamente hasta el suave refugio de mis piernas. Intenté tirar de ella hacia arriba para proteger aquel perfume del aire, pero tercamente estaba enganchada bajo el peso del colchón: Se escondía de mí. Me incorporé para luchar con fuerza ante aquella situación que me alejaba de la impronta de mi amada. Una vez sentada sobre la cama, las florecitas empezaron a confundir todo el olor con sus matices ajazminados. Pura provocación desde la magnitud del baluarte de mi pasión.

Entre tanto era el lienzo inferior, humilde custodio de todas las fragancias, el que se resistía a mi búsqueda de esencias entre sus hilos. Se retorcía más y más y dejaba dentro de si todos mis descubrimientos. En sus dobleces quedaban atrapadas las caricias y goteos de nuestro cuerpo en una confusa amalgama imposible de desdoblar.

No quería resignarme así que me agarré con fuerza a aquellos nudos cada vez más grandes y enroscados. Sábanas unidas y desligadas de mi y de mi fetichismo. ¡Rebelión absurda!
Salté de la cama con la única idea de acabar con la fantasía que me había producido el deseo de hacerla presente a través de su olor. Al girar la cabeza de nuevo todo estaba como al principio: Vacío de sus cosas y con el hueco de su cuerpo dentro de la habitación, pero la cama abierta y con las arrugas de nuestro encuentro, permanecía como un testigo perfumado.

¡Hoy tampoco cambiaré las sábanas!
Sonreí y me volví a dejar caer mientras ellas me envolvían de nuevo.

 

 

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