Pequeñas cabronadas cotidianas
Óscar Maif [@] [www]

Martes, 18.35 h.

Riiiiiiiiingggggggggg, Riiiiiiiiingggggggggg.
-¿Dígame?
-Buenas tardes, he visto un cartel de un piso que se vende, ¿es ahí?.
-Sí, aquí es.
-Bueno... ¿y cuántos dormitorios tiene?.
-Pues tiene dos
-Perfecto, es lo que buscaba. ¿Y cuándo podría verlo?. ¿Puede ser esta misma tarde?.
-Hoy es imposible, mañana mejor.
-Muy bien, mañana pues, ¿a qué hora le vendría bien?
-A las ocho de la tarde.
- ¿Y no podría ser un poco antes?
-Es que antes me es imposible...
(Mierda, mierda y mierda, a la hora del fútbol, joder, pero tengo que ir, no encontraré otro piso en la ciudad a este precio, no me lo podría permitir)
-Está bien... a las ocho estaré allí. ¿Es el mismo piso en él que vi el cartel, verdad?
-Sí, sí, el mismo.
-¿Por quién pregunto?
-Por la señora Engracia

Miércoles, 19.15 h.

Todas las televisiones de este planeta ( y parte de las emisoras de los planetas adyacentes) han conectado ya con el estadio de fútbol, se juega la final de la Copa. El  país paralizado, las calles de la ciudad desiertas. No se habla de otra cosa. Y yo, como un idiota, tengo que ir a ver el piso porque la señora no puede enseñármelo en otro momento. Grrrrr.

Por suerte no hay tráfico y llego allí 10 minutos antes de lo previsto, pero como ser puntual no significa llegar antes, sino llegar a la hora en punto, me  doy un paseo por los alrededores. Me asomo a un bar en el que todo el paisanaje está gozando con el duelo futbolístico. Está acabando la primera parte, por poco que tarde en ver el piso, mientras llego a casa, mierda... no podré ver ni los diez últimos minutos del partido.

Ocho en punto: llamo al timbre. Me abre un tipo grandote.
-Buenas, ¿la señora Engracia?, quedé en venir a ver el piso...

Me mira con cara de marciano (quizá, por el modo de formular la pregunta, se piense que YO creo que ÉL es la Sra. Engracia), se ve que no me presta mucha atención porque mira el partido de reojo. Al fin reacciona:
-Ahhh, el piso que está en venta no es este, este es el B, es ahí, en el D, pero la señora Engracia no está, se acaba de ir con mi mujer a la merendola de San Docán, ya sabe, el patrón de la ciudad, van todos al parque del oeste a comer tortillas.
-Gracias, y disculpe.

No, no, no. No puede ser... no puede haberme hecho esto.
Me dirijo a la puerta rotulada con la letra D y llamo al timbre. Nadie acude, tan sólo oigo unos ladridos. Insisto. Más ladridos. Llamo varias veces más, con familiaridad. Nada.
Joder, el grandullón tenía razón: la Sra. Engracia se ha ido al parque a la fiesta. Ya podía haber avisado la muy...

Viernes, altas horas de la madrugada.

Riiiiiiiiingggggggggg, Riiiiiiiiingggggggggg.
-¿¿Di-diga??.
-¿Vive ahí la señora Engracia, es la calle Mompracem número 22, 1º D?.
-¡Ay!, sí, aquí es, ¿qué ha pasado?. ¿Por qué me llaman a estas horas?.
-Señora, lo siento, tengo malas noticias...
-¡Ay, por Dios!. No me diga. Ay. El niño, seguro, con la moto... ¡¡¡Ay!!!. ¿Qué ha pasado?. ¿Está vivo?.
-No señora, no es eso.
-Ay, dígame ya qué ha pasado, que me va a dar algo.

(Pausa)

-Verá, el miércoles, el equipo de nuestra ciudad jugó la final de la copa... y la perdimos. Le llamaba para agradecerle su hermoso gesto de impedir que yo sufriera con la derrota de nuestro equipo. Gracias por hacerlo, aunque me dejase plantado esperándola para ver su maldito piso.

Pi, pi, pi, pi, pi...

 

 

Faro

Puente

Torre

Zeppelín

Rastreador

Nuevos

Arquitectos