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       Se 
        quitó la sonrisa que llevaba pintada. Los parches blancos y rojos, 
        la pintura de bajo las cejas. Se quitó también la nariz, 
        y respiró con insistencia...  
        - Uhm, aire entrando amplio, por fin, en mi verdadera nariz. Le dijo a 
        la cara que, junto a la suya, se reflejaba en el espejo del viejo camerino. 
         
        La cara, la otra, era la del enano que solía anunciar cada actuación  
        de El Gran Circo Circular. No se inmutó 
        ante el comentario.  
        En silencio las dos caras, los cuatro ojos cruzando miradas rápidas, 
        comentario suficiente para comprender...  
       Eran 
        trece años de escena juntos. Círculos, giros, vueltas bajo 
        la carpa. Las sonrisas de tantos niños mezclándose en sus 
        recuerdos. Sonrisas que, fuera de la escena, recuperaban en su cerebro 
        para poder continuar. Por eso, el payaso repitió:  
        - Uhm, respirar.  
        Y lo hizo para escuchar todas las risas.  
        Y las risas se movían, como cascabeles en una  noche silenciosa, 
        dentro de la cabeza libre de pinturas.  
        Y la boca del payaso dibujó una curva mucho más grande que 
        la máscara recién suprimida.  
        - Los ojos de aquella niña  -dijo de pronto- la que estaba 
        en medio de una pareja de ancianos, en la segunda fila, sabes, eran los 
        más hermosos de esta tarde.O de muchas tardes. Y cómo se  
        reía, pequeña y feliz dentro de su  humilde vestido. 
        Feliz, ella era feliz, Carlos... ¿la 
        recuerdas?  
        Y Carlos contestaba como tantas veces, con las mismas palabras casi, algo 
        así como:  
        -Por supuesto, Eduardo, cómo voy a olvidarla. Además dijo 
        tu nombre. Pude leerlo desde el borde de la pista.  
        Y Eduardo mantenía de este modo el tintineo musical, la risa dentro 
        de su risa, la imagen de aquella niña inventada, detrás 
        de los ojos que nunca la habían visto.  
        Carlos, mientras tanto, lo ayudaba a quitarse el vestido ceñido.O 
        recogía los útiles del maquillaje. O permanecía mudo 
        ante el espejo, simulando un retrato con su amigo, foto diaria de familia. 
         
        Ajenos al resto de los compañeros del circo, en esos momentos posteriores 
        a cada función... Como dos sombras que, procedentes de algún 
        lugar sin cuerpo, visitaran el espejo para huir de sí mismas -- 
        y las sonrisas, mientras, cascabeleaban en Eduardo, indiferentes para 
        Carlos.  
        ...Sí, se había quitado ya toda la pintura, como todas las 
        tardes después de cada función  
        Y miró sin ver a su buen amigo Carlos, a través del espejo 
        de todos los días. Y escuchó las risas, pero... Pero 
        cuando iba a encender los ojos de la pequeña espectadora; cuando 
        ya su cara embelesada esbozaba una sonrisa, entonces... En ese momento 
        y en ese día, apareció una liebre huidiza que volaba, y, 
        tras girar  por  todo el escenario, partió veloz y transparente 
        por el aire, hasta atravesar la carpa y desaparecer a su través... 
         
        Y la rutina regresó como siempre:  Carlos y él se iban 
        a cenar,  como todos los días. Y no sonaban, ya, las sonrisas 
        infantiles.  Ni los ojos. Como todas las noches cuando el rito de 
        desvestirse y desmaquillarse finalizaba. Sí, como todas las noches 
        después de la función.  
        
        
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