Raúl Algán
Bitácora del Capitán [@] [www]

Cuarto día de la tercer quincena del mes ocho del año 1879.

Temprano me encontraba sentado en mi oficina, en California, al oeste de Saint Luis, en la costa este del sur de Carolina del norte, justo al sudoeste de Los Ángeles, bebiendo un martini bajo mi viejo ventilador, en la comisaría del condado de Texas. En el momento en que me decidía a cambiarle el hielo a mi bebida me percaté que estaba recibiendo un mensaje en mi telégrafo, era de Washington D. C. Corrí rápidamente para ver cuál era la información que este me daría, y tras pisarle una patita a mi fiel acompañante, el pobre “Cha-Cha-Cha”, mi agente subalterno (y uno muy malo por cierto), divisé el mensaje que decía: “.. - -. -. -.. --. -..” Lo cual traducido al español me informaba que una pareja de maleantes había robado el primer banco de Colorado, dejando amarillos a los cajeros, violetas a las viejas que se encontraban chismoseando y blancos a los uniformados azules, se dirigían al sur desatando una cadena de robos a mano armada. Esta pareja pretendía huir al sur cruzando la frontera de Canadá hasta llegar al Brasil y allí poder tomar un buque a Pichincha’s City.

Pero se les dificultaría un poco la fuga teniendo a este sheriff en la frontera de México.Dejé mi martini sobre la tabla de planchar y saqué del horno unos pastelillos recién horneados, los puse en la ventana. Cerré el libro de recetas de mi abuela Mary, me saqué mí delantal rosa (de más está decir que lo doblé cuidadosamente en el tercer cajón junto a los manteles y servilletas) y me puse la placa; no podía mostrar debilidad delante de los mal vivientes, fue por eso que me saqué cuidadosamente el maquillaje y las uñas postizas. Cerré la puerta de golpazo tras apagar la cinta de Liza Minnelli esbozando los últimos acordes de “cabaret”, mi canción preferida después de “pretty woman”. Me detuve en la unión de la 38 y Houston, entonces me dije “estamos en problemas” en ese instante vi pasar una vaca volando que me pareció un tanto sospechosa. Le pedí identificación, pero al parecer no tenía.

Me estaba exasperando cuando se me ocurrió una idea brillante y poniendo cara de póquer le dije: “deme su carnet de vaca inscripta ante la DGI” (División General de impuestos, para los pelmazos que no lo sabían.) Entonces mis dudas se apaciguaron puesto que me mostró un póquer de ases y su credencial. Tuve que pagarle lo apostado y dejarla ir, supe que se llamaba Aurora ya que vislumbré su patente; viajaba a San Francisco en busca de un buen dietista, según ella tenia unos quilitos de más; pero a mi parecer se encontraba en muy buena línea. Dejé que se fuera para poder apreciar el contoneo de sus caderas y el sonido de la campana colgándole en su gordo cuello. Las horas pasaban y yo seguía ahí sentado, en la unión de la 4 y Macbeth. Pasaban automóviles, camiones, llaneros solitarios, plátanos gigante, carretas, platos voladores, la sonrisa de la gioconda, la venus de milo intentando alcanzar sus brazos, celulares blindados con gente de máscara y remera a rayas blanco y negro, veía de todo, menos el par de delincuentes que estaba buscando.

Cuando el sol ya se estaba poniendo vi a través de mis lentes empañados, que sobre la ardiente carretera se asomaba un cadillac con un hombre y una mujer. Al acercarse cada vez más, pude ver que se trataba de Bonnie & Clyde los dos maleantes más buscados de los Estados Unido de Norteamérica, los que me anunciaron por el teléfono que intentarían escapar. Me paré en medio de la carretera, el auto se acercaba, se acercaba y se acercaba cada vez más a mí. Decidido, tomé mi arma entre las manos y apunté directamente al auto, disparé y disparé hasta que quedarme sin municiones. Entonces cuando me encontraba en ese punto de desesperación, cuando el auto se encontraba a metros de distancia de mi cuerpo, pude apreciar la negra parca acercarse y decirme lentamente, mientras su tibio aliento erizaba los pocos cabellos de mi nuca, que este sería el final. Entonces en el momento preciso en que el automóvil iba a hacer impacto contra mí... la puerta de mi blanca habitación se abría y entraba un hombre vestido de blanco para traerme mi medicina y sacarme el chaleco de fuerza, era miércoles, el día de visitas.

una pareja de maleantes | el libro de recetas de mi abuela Mary | blanco y negro

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