La mano y el guante
Selene Chiérico [@] [www]

Estaba dentro del cajón, olvidado. Cada vez que éste era abierto, su textura lo alertaba. Deseaba sentir el contacto de la mano.
Había pasado el tiempo, y allí seguía junto a otros guantes de distintos colores. No todos eran de abrigo; estaban los de hilo, tejidos al crochet; los de satén, para fiestas; los de algodón, pasados de moda. Convivían todos muy ordenados, juiciosos y quietos. Pero él era diferente, tenía sensibilidad y estaba solo, su compañero hacía tiempo que se había perdido en algún lugar. Lo extrañaba, pero para él lo más importante era cubrir otra vez la mano de su dueña. Indudablemente ella ignoraba su presencia, él no olvidaba su perfume.
Muchas cosas ocurrieron en ese tiempo en que quedó abandonado en el cajón.
La gamuza de algunos, la suave cabritilla de otros, no le producían ningún sentimiento. La nostalgia por su dueña, hacía que lágrimas corrieran por sus dedos. Su congoja culminaba en un gran desaliento, envuelto en la oscuridad e inmóvil.


Soledad, vivía o sobrevivía dentro de una confusión de tiempo e ideas.
Ambulaba por la casa reconociendo rincones con historias, albergando pensamientos agradables, y reviviéndolos cuando podía.
Amanecía con los pájaros, recorría el jardín, y sufría por no tocar la tierra, ya que su mano, padecía una dermatitis aguda, por momentos sumamente molesta y dolorosa. El médico le aconsejó no usar detergentes, o cualquier elemento o sustancia que exacerbara la dolencia.
Nunca supieron decirle el origen y tampoco la forma de que se curara con efectividad.
Los tratamientos parecían surtir efecto sólo al principio, para luego volver a sentir su mano como en carne viva.
Un día arreglando los cajones, abrió el de los guantes y sus ojos se posaron en el solitario y fino, ocupando el rincón. Se lo puso; inmediatamente sintió una sensación de placidez, de tibieza, de alivio. Cerró los ojos, llevando las manos juntas hacia el pecho. Había hallado sin saberlo la piel que años atrás había perdido.

 

 

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