Querida Estela
Silent [@] [www]

Fue el acribillado miedo o la sensación opaca de no saberte más. Para responder con certeza, habría que acudir a uno de esos que conocieron mi infancia y preguntarle por los juegos que, ya baja la tarde, inventaba mi mente para intentar anular la huida de la luz, parajes de cemento, edificios apoyados a edificios, plazas polvorientas, todo ese escenario que me guió hasta ti 20 años después, el mismo camino entonces convergente a tu rostro apoyado en una baranda o displicente a la entrada de un cine y que ahora diverge hacia zonas implacables y sin palabras. Debes estar observando, ignoro con qué sentimiento, esta escena y reconociendo ya no en mí sino en el propio destejido de ti que al fin todo ha terminado. Una bala en la sien es la conclusión de la incerteza, el agotamiento de las premoniciones con que jugabas a adivinar cada vez que mis ojos se detenían en algún lugar de tu pupila y te hablaban de una liberación sin condiciones, de un espacio inmenso abierto con violencia para deshacernos aunque fuera en la pura nada, algo o un poco más de algo para disolver estas puertas negras pintadas día tras día y que cerraban de golpe y noche nuestros párpados. Y fuiste tú la elegida cuando esa noche en el Boomerang solté la moneda al aire y se desplomó tu cara a un costado del tercer Bloody Mary. La escena no consumada, la cruz de la moneda, hablaba de la plaza de juegos de mi infancia, distancia que desde el Boomerang  me llevaría un par de horas recorrer. Allí tocaría la puerta de la que algún día fuera mi casa y ante la inevitable pregunta del señor de bata a cuadros respondería "nada, sólo que ésta fue algún día mi casa, la casa que un día abandoné para volver a ella". Y bajaría las escaleras sin prisa oliendo la basura de los incineradores abiertos y llegado al último escalón del edificio despertaría con un único tiro el sueño de todos los niños blancos. En cambio, ya sabes que fue tu cara la que se hundió bajo mi mano y antes de terminar mi tercer bloody  partí a casa donde me esperabas con esa bata roja que tanto me gustaba. Los detalles son innecesarios y no creo que interesen. Como se sabe, la ejecución de un crimen es lo más cercano al aburrimiento si no existe una mínima tormenta que preceda el acontecimiento. Estabas demasiado bella y ni siquiera tus pupilas, siempre tan preñadas de admoniciones, lograron anticipar ese acto a mansalva, tan convencional en su parquedad de dedo y gatillo, de rostro repentinamente congestionado por la sorpresa de lo inevitable, la uña de la muerte escarbando desde dentro, entrando y saliendo de tu boca como para hacer suyo el aire necesario para soplar y soplar tu alma y hacerla estallar en pequeños fragmentos.

Y ahora esta carta, este pequeño fragmento de historia que dejaré como una inscripción en tu mano blanca y dura, una carta que como todo lo demás en nuestras vidas únicamente responde a un impulso, a no terminar de verte así, libre de nosotros, agradecida tal vez de que dejarte ir fue el mejor de los caminos, ahora que no me miras y que te miro con el acribillado miedo y la opaca sensación de no saberte más.

 

 

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mis ojos se detenían en algún lugar de tu pupila | tormenta | parquedad de dedo y gatillo