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domingo, febrero 22, 2004 :::
 
Fuente: La Nueva España
Fecha:22-2-04
Autor: José Valdeón


El entorno del Prerrománico

Por fin se ha suscitado en la opinión pública asturiana, encadenado a unas muy esperadas medidas por parte de nuestro Ejecutivo, el debate sobre ese rosario de joyas, únicas en el mundo, que son los monumentos prerrománicos. Pero no sólo se habla ya de las propias edificaciones y qué hacer con ellas, sino que, ahora, se introduce un concepto muy vistoso en conversaciones de altos cargos y en titulares de periódico, pero que hay que dotar de contenido si de verdad queremos salvaguardar la dignidad que corresponde a tales maravillas de nuestra arquitectura e historia: el entorno. Y entorno incluye desde el espacio inmediato «en torno» al edificio, como el aspecto y carácter del paisaje que lo circunda, tanto si es contemplado desde la proximidad del monumento como si se observa éste desde una cierta lejanía. En determinados casos, se me ocurren Santa María de Bendones, San Pedro de Nora o el conventín de Valdediós, las decisiones y formas de actuación no revestirán muchas complicaciones en lo que se refiere al paisaje que los envuelve, situados como están en enclaves rurales muy naturalizados. En otros la cuestión resulta mucho más compleja, ya que comprende el uso no cultural por parte de los ciudadanos, como sucede en el tostadero de carnes al sol, cuando el tiempo es bueno, junto a los muros de Santa Cristina de Lena, o cuando una autopista urbana pasa a escasos cinco metros de los de San Julián de los Prados.

Cultura tiene un plan

Me parece que todos estamos de acuerdo en que el joyero del Prerrománico asturiano merece ya, y de una vez por todas, nuestra máxima atención. Se trata de una de las partes más queridas de nuestro patrimonio, se trata de un estilo histórico-artístico que sólo se dio en Asturias, de una muestra cultural que el mundo ha reconocido como única. Siempre es plausible una iniciativa como la que ha puesto en marcha la Consejería de Cultura y no nos cae de nuevo que, en nuestra región, el patrimonio es tan vasto -industrial, etnográfico, eclesiástico, civil, indiano, paisajístico...- que necesitaría para sí una Consejería propia, aunque la dotación económica necesaria esté comprometida de aquí a unas cuantas décadas con el, vaya por Dios, faraónico y mamotrético nuevo Hospital. Es loable, digo, esa iniciativa pero, como en el caso de las infraestructuras que Cascos nos está dejando, es que ¡qué menos!, este tesoro monumental no puede esperar más, no podemos seguir y seguir hablando del sexo de los ángeles sin pasar de una vez a hechos concretos.

Pretendemos hacer de Asturias un atractivo turístico de primer orden y, encima, queremos que una buena parte de esas visitas sea de tipo cultural, gente que venga a descubrir no sólo el «culín» de sidra y la playina de Llanes o Tapia, sino también nuestro rico pasado y peculiar cultura. ¿Alguien piensa que eso se logra tan sólo abriendo más y más alojamientos de turismo rural? ¿Qué más ofrecemos a esos potenciales visitantes ávidos de conocimientos? ¿Qué cara creemos que se les queda cuando ven unas piedras preciosas como las del Naranco envueltas en un viejo papel de periódico? Señora Migoya, señor Madera, en sus manos tienen una oportunidad de oro, bienvenido sea el plan para el Prerrománico y bienvenidas todas las actuaciones que cimenten la dignidad de tal conjunto patrimonial, pero a ver si ponen el suficiente empeño para que no quede todo en tinta sobre papel y simple enumeración de buenos propósitos.

Naranco

Me contaba hace unos días Luis Riera, alcalde que fue de Oviedo, que cuando él era presidente del Centro Asturiano había plantado entre los edificios sociales y la cima del Naranco nada menos que trece mil árboles de especies autóctonas. «¿Te das cuenta?», me decía, «si no los hubiesen dejado morir ahora tendríamos un bosque de ¡treinta y cinco años!». Es decir, un bosque adolescente pero ya encarrilado para persistir hasta mucho más allá de la vida de cualquiera de nosotros, que es de lo que se trata. Porque una recuperación del paisaje vegetal «en torno» a Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo (o de Liño, si lo prefieren), no puede hacerse en una legislatura ni en dos. La parte del plan que contemple el desarrollo paisajístico del entorno monumental tiene que definir y presupuestar -no sólo en términos económicos- de forma precisa y milimétrica las necesidades y actuaciones a corto, medio y largo plazo. No vale generar la pomposa noticia de haber plantado no sé cuantos árboles, se necesita la labor callada de años de mimo y cuidados para legar a las generaciones venideras unos monumentos enclavados en un paisaje bello y digno, evitando, así, lo que le pasó a nuestro emérito alcalde.

El plan que, años ha, para el Naranco generó el arquitecto Rañada hizo, bien es cierto, una aproximación al criterio de actuación respecto del entorno monumental. La participación en el equipo multidisciplinar de botánicos resolvió, por ejemplo, que entre la flora autóctona de nuestro monte Concinos estaban las encinas. ¡Qué precioso descubrimiento! Muchos echarán las manos a la cabeza: los árboles típicos de la dehesa mesetaria junto a los monumentos del rey Ramiro, ¡no es posible! Pues sí lo es. Para empezar no se trata del mismo tipo de encina, ya que la castellana y extremeña es Quercus rotundifolia, mientras que la nuestra, de la que queda una amplia representación en el oriente asturiano, con bosques originales que llegan hasta la orilla del mar, como en Pimiangu, es de la especie Q. ilex. El sustrato calizo de algunas zonas del Naranco, donde estos preciosos árboles gustan vivir -al contrario de las ácidas tierras del Occidente, donde no los encontramos de forma natural-, propiciaron que en tiempos se alzaran aquí estos robles de hoja perenne. Por desgracia, en el plan de Rañada el desarrollo paisajístico, entendido como se merece, quedaba en estado embrionario.

Sitios históricos

Hace cuatro o cinco años, cuando Joaquín Manzanares andaba todavía entre nosotros, se acercó hasta el vivero municipal de Monte Alto, donde yo trabajaba, a propósito de la elección de unos árboles que Gabino de Lorenzo le había encargado escoger para plantar junto a San Miguel. «Éstos», dijo, señalando unos hermosos cedros. Con mucha cautela, el jardinero mayor, que le acompañaba, y yo mismo le hicimos notar que los cedros más antiguos de Europa llegaron a nuestro continente en la época de las primeras Cruzadas procedentes del Líbano, casi un par de siglos más tarde de la erección de los edificios ramirenses, por lo que no parecía adecuada tal elección. Dialogante como era, siempre bajo el espíritu campechano que le caracterizaba y a pesar del enorme bagaje cultural que poseía, recogió el apunte mudando su propuesta a los robles que hoy vemos allí. Viene esto a colación de que no todo vale cuando se encara cualquier tipo de intervención en un sitio histórico.

A través de su Comité Internacional de Jardines y Sitios Históricos, el ICOMOS (Consejo Internacional de Monumentos y Sitios) ya advierte que la protección monumental ha de extenderse, con idénticas garantías y prestaciones, a cualquier sitio histórico. Pero ¿qué es un sitio histórico? Pues un lugar en donde, incluso después de haber desaparecido toda evidencia, se desarrolló algún acontecimiento histórico de relevancia. Cuenta Carmen Añón, nuestra experta en jardines históricos y presidenta del citado comité, que viajando con otros expertos de esa organización, el autobús en que iban se detuvo en un paraje campestre donde no se veía más que eso, campos y colinas. Muchos de los ocupantes bajaron apresuradamente del vehículo y, entre expresiones de admiración disparaban sus cámaras fotográficas con evidente excitación. Ella preguntó a qué venía tanta trepidación, a lo que su interlocutor respondió, emocionado, que sobre aquellos campos se había librado una batalla decisiva en una de las Guerras Púnicas que Roma sostuvo con Cartago. Eso es un sitio histórico.

Rehabilitación paisajística

A toda el área de influencia de los monumentos ramirenses del Naranco no puede por más que considerársela un sitio histórico, para lo cual argumentos no faltan. Abordar la redacción de un plan de actuación paisajística -integrado, por supuesto, en el general que se haga para la recuperación y uso de esos edificios- y dotarlo de un desarrollo continuado en el tiempo es el único método que puede garantizar el éxito de ese paisaje recreado. Qué hacer y cómo llevarlo a cabo escapa a la intención de estas breves reflexiones, además de ser un debate a mantener en el seno del equipo multidisciplinar que encare tan apasionante tarea. Cabe, sin embargo, aportar algunas notas aclaratorias a las cuestiones que podrían surgir. Para algunas de éstas existen obvias respuestas, mientras que, para otras, llegar a una conclusión costará muchas horas de discusión, puesta en común de diversos puntos de vista y aportación de criterios profesionales contrastados. También, y esto es de la mayor importancia, hay que decir que intervenir significa tomar decisiones. Decía el arquitecto Cosme Cuenca en una reciente charla en el Club Prensa Asturiana, que no se puede pretender una intervención -se refería a la catedral de Oviedo- sin dejar huella alguna del tiempo y las maneras en que ésta se realiza. Lo que hay que hacer es intervenir con la máxima sensibilidad y procurando ser lo más integrador posible, de modo que el pasado no sufra y lo realizado resulte armónico con el carácter del monumento donde se actúa.

En el Naranco no se puede reconstruir el paisaje que había en tiempos de Ramiro I. No sabemos cómo era y sabemos muy poco de las construcciones auxiliares que se levantaban cerca de Santa María y San Miguel. Luego lo que nos queda es rehabilitar, recrear un paisaje reinterpretándolo según la óptica y los medios con que contamos en la actualidad. Resulta indiscutible que las masas de eucaliptos cercanos afean en gran medida la percepción visual e, incluso, emocional de los monumentos. Sencillamente, sobran. Como sobra también la carretera que pasa cerca de ellos. Se plantea, además, otro asunto bastante más complejo: en la relación visual y espacial que existe entre ambos se genera una tensión de campo que es necesario resolver con dignidad y mucho decoro. A las exiguas representaciones vegetales que ya existen habrá que sumar unas masas boscosas que actúen de marco para el complejo edilicio y, quizá en menor densidad, avancen entre los dos edificios generando en los visitantes el ánimo del descubrimiento y la sorpresa, sin interrumpir totalmente, eso sí, la relación visual entre las dos construcciones.

Pero ¿es recomendable la visualización desnuda de una cuidad moderna desde el entorno inmediato de Santa María y San Miguel, o es preferible filtrar, total o parcialmente, esas vistas con los árboles?, ¿se han de mantener segadas las praderas que se abren entre los dos como si se tratara de un parque cualquiera, o es mejor dejar crecer la hierba estableciendo unos recorridos predeterminados que sí se segarían con regularidad? Éstas y otras cuestiones no pueden ni deben ser respondidas a la ligera. Diferentes profesionales han de debatirlas y ofrecer soluciones argumentadas con criterio. Éste es el reto que ahora, por fin, comienza, y esta es la noticia que ha de alegrarnos a todos, la del inicio de unas reflexiones, con unas propuestas como fruto, que hasta ahora, por increíble que parezca, nunca se habían planteado en profundidad.

José Valdeón, jardinero y paisajista.






::: Noticia generada a las 9:12 AM




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