domingo, agosto 29, 2004 :::
Fuente: El País
Fecha: 23-8-04
Autora: Maria Dolores Alías
PARQUES DE MADRID: EL CAPRICHO
UN CAPRICHO ROMÁNTICO EN LA CAPITAL
El parque de El Capricho, en el barrio de la Alameda de Osuna, es una de las pocas zonas verdes de la capital con claro corte romántico. De carácter recreativo, data del año 1783, cuando la entonces duquesa de Osuna, María Josefa Alfonso Pimentel, se encaprichó de la zona. De ahí, los duques compraron los terrenos y mandaron construir un enorme jardín y un pabellón que preside el palacio de la imagen. La fachada principal se debe al arquitecto Martín López Aguado.
El rincón más verde
Estos jardines de la Alameda de Osuna aún conservan el esplendor del Madrid del siglo XVIII
El parque del Capricho no es uno de los parques más grandes de Madrid, pero sí uno de los más elegantes y exuberantes. No en vano este jardín de estilo romántico es el único en su género en la ciudad. Las copas de sus árboles y las veredas de sus estrechos caminos encierran caprichos como la Casa de la Vieja, el Casino de Baile, el Abejero o la Casa de Cañas; sin olvidar lugares de otra época como el búnker que se construyó con motivo de la Guerra Civil, tiempo en el que se instaló en los jardines el cuartel del general republicano José Miaja.
Construidos en virtud de un capricho de la duquesa de Osuna, María Josefa Alfonso Pimentel, a partir de 1783 (no se concluyeron hasta 1839), estos jardines son el reflejo de la alta sociedad de finales del siglo XVIII, cuando a partir de huertas y modestas edificaciones se levantaron villas suburbanas de recreo para personalidades, intelectuales y artistas del momento. El propio Goya frecuentaba estos espacios, e incluso sus cuadros adornaron algunos inmuebles del Capricho. Y es que la duquesa buscaba sobremanera convertir sus jardines en la envidia de la alta sociedad, y para ello se rodeó de los principales arquitectos franceses de la época como Jean Baptiste Mulot, procedente de la corte de María Antonieta, y conocedor a la perfección del Petit Trianon de Versalles.
Ubicado en el distrito de Barajas, el triángulo que conforman los jardines del Capricho está limitado al norte por la avenida de Logroño; al sur, por la avenida de la Alameda de Osuna, y por su lado este, por la calle de la Rambla. A sólo 10 kilómetros del centro urbano, la nostalgia, la armonía y la tranquilidad cobran forma en este espacio, que pertenece al Ayuntamiento de Madrid desde 1974, y que posteriormente sufrió un lavado de cara después de varias décadas de abandono.
Visitar estos jardines, en cuyos inmuebles se alojó Napoleón Bonaparte en una visita en 1808, es regresar al pasado. Una plaza de exedras egipcias, columnatas griegas, un fortín con foso, casas de juego y de brujas, sin olvidar un embarcado construido para el goce y disfrute de la duquesa, son algunas de las sorpresas que comprende.
Los ciudadanos lo saben, y sobre todo los fotógrafos, que acuden en masa, especialmente las tardes de los sábados, para retratar a las parejas de recién casados en entornos de cuento. "Soy de Madrid, pero no conocía el parque, que es una maravilla", aseguraba Laura mientras cargaba la cola de su vestido de novia. Laura y su recién estrenado esposo, Jorge, apuraban los últimos minutos hasta el cierre del parque -sólo está abierto los fines de semana y festivos, del 1 de abril al 30 de septiembre, de 9.00 a 21.00, y del 1 de octubre al 31 de marzo, de 9.00 a 18.30- para fotografiarse en el florido y colorista entorno del Casino de Baile, mientras una comitiva muy engalanada, como las que a buen seguro visitaban los jardines en tiempos de la duquesa, presenciaba los desenfadados posados de la pareja.
El Capricho es singular. Al contrario de lo que sucede en otros parques como el Retiro, no está permitida la entrada de perros, no se puede comer, ni pasear en bici, ni jugar a la pelota, algo que, sin embargo, no impide que sean muchas las familias -con los allegados y amigos que llegan a Madrid por unos días incluidos- que aprovechan las jornadas estivales para pasear al amparo de las coníferas y árboles de hojas perenne, tumbarse en algunas de las praderas o contemplar el impresionante laberinto vegetal reconstruido en 1987 según el diseño original.
Algunos grupos se reúnen en las inmediaciones de la Casa de Cañas (que servía de embarcadero, y que incluye un pequeño pabellón de reposo que se abre hacia el agua, y que en ocasiones se utilizaba como comedor) a leer poesía, a charlar, a tomar el aire, e incluso a cantar ópera. Otros, como un nutrido grupo de rumanos, se reúnen las tardes de los sábados y, sobre todo, de los domingos en las inmediaciones del Templete para rezar de forma comunitaria. Unen sus manos, rezan y cantan, "pero sin molestar a nadie", confirma Guadalupe, de 82 años y vecina de Canillejas.
Para facilitar el recorrido y velar por el respeto del Capricho están los informadores del parque. Se conocen cada rincón con todo lujo de detalles, velan para que se respeten las normas - "éste no es un parque cualquiera", aseguran- e informan a los visitantes de los distintos enclaves. "No solemos tener problemas; como mucho, decirle a alguien que no se puede jugar a la pelota", reconoce Paz, que, junto a Raúl, Alicia, Patxi y Fernando, componen la plantilla de informadores del Capricho.
Pero estos jardines, tal vez por su ubicación lejos del centro urbano, no son conocidos por muchos. Pedro Moreno, 43 años, "de Madrid de toda la vida" y vecino de San Blas, los visitaba por primera vez. "Pensaba que este parque era privado", comentaba el hombre. Otros, por el contrario, como Mari Carmen y Miguel Ángel, un matrimonio de la zona de la Alameda de Osuna, suelen visitar estos jardines con frecuencia. "Estar aquí por la mañana temprano es una joya", reconoce la mujer, de 54 años, que cuenta cómo sus hijos retozaban en la hierba en sus tardes de juego.
::: Noticia generada a las 9:25 PM
Fuente: El País
Fecha: 14-8-04
Autor: Borja Vilaseca
El refugio de la corte
Es la zona verde majestuosa por excelencia y de las más visitadas por los turistas
Madrid
"Íbamos hacia el Palacio Real", explica una turista argentina, acompañada por su marido y por sus tres hijos, "y al pasar por delante de estos lindos jardines, no nos ha quedado más remedio que entrar y dar una vuelta para conocerlos". Los jardines de Sabatini, al ser vecinos del mayor reclamo turístico de la ciudad, se han convertido en uno de los lugares más frecuentados por los visitantes extranjeros.
"Íbamos hacia el Palacio Real", explica una turista argentina, acompañada por su marido y por sus tres hijos, "y al pasar por delante de estos lindos jardines, no nos ha quedado más remedio que entrar y dar una vuelta para conocerlos". Los jardines de Sabatini, al ser vecinos del mayor reclamo turístico de la ciudad, se han convertido en uno de los lugares más frecuentados por los visitantes extranjeros.
La entrada principal, en la calle de Bailén, es un buen ejemplo de marketing directo. Desde allí, la vista de este espacio "verde artificial" es una "delicia". Así lo describe otro turista suramericano, que se ha quedado "maravillado" con la "milimétrica composición" de este "laberinto vegetal". Y es que visto desde arriba, los expertos en botánica no dudarían en señalar que se trata de un jardín afrancesado, en el que destacan sus formas simétricas, sus parterres delimitados por líneas barrocas y sus juegos acuáticos, también llamados fuentes. En fin, que no hay que ser un entendido para saber que la mano del hombre, con la ayuda de una regla y un cartabón, es la responsable de este espacio natural, más próximo a las matemáticas que a la propia naturaleza.
Encuadrado al norte por la cuesta de San Vicente y al este por la calle de Bailén, los jardines de Sabatini pueden presumir de estar muy bien acompañados. Al oeste delimitan con su primo hermano, el Campo del Moro, y al sur, con el que inspiró su nacimiento, el Palacio Real, concretamente, con su fachada septentrional. Rodeado de tanta realeza no es extraño que sea, de todos los que se encuentran en la capital, el parque majestuoso por excelencia. El aire que se respira es 100% aristocrático, pero apto para todos los plebeyos de 9.00 a 20.00, durante los meses de octubre a abril, y de 9.00 a 21.00, de mayo a septiembre.
El nombre de estos jardines está ligado a su historia, pero no a su verdadero creador. En 1782, el monarca español Carlos III ordenó al arquitecto italiano Francesco Sabatini levantar unas caballerizas que, hasta el momento de su destrucción, contaban con suntuosos patios e interminables galerías. Un siglo y medio más tarde, en 1931, al proclamarse la Segunda República, el Gobierno incautó los bienes del Real Patrimonio y cedió los edificios de este lugar al Ayuntamiento para que hiciera un parque público.
Al año siguiente y mediante un concurso al que se presentaron 11 proyectos, se eligieron a varios arquitectos, entre los que se encontraba Fernando García Mercadal. Él fue quien finalmente realizó el parque, poco después de ganar una plaza de arquitecto municipal. En cuanto al por qué de su diseño, renacentista y de marcado criterio geométrico, basta con echar un vistazo a los escritos de la época para confirmar que estuvo condicionado, tal y como dijo García Mercadal en su día, "por la presencia del magno Palacio, que es de estilo clasicista".
Los jardines de Sabatini tienen dos caras distintas. La primera, con la que cualquier visitante se topa cuando entra por la puerta de la calle de Bailén, muestra su lado público, su parte formal. Se trata de su rostro más fotografiado, el mismo que lo acapara todo, tanto la luz solar como los halagos de los turistas.
Al descender por uno de los dos lados de la monumental escalera, construida durante la reforma de 1972, la figura inmortalizada de Carlos III, aunque no se le oiga, se dedica a dar la bienvenida. Esta zona tiene forma rectangular y alberga un estanque de granito de 20 metros de largo por 10 de ancho. Esta piscina de agua verdosa está bordeada por una franja de césped, setos de boj, cedros y por ocho estatuas, realizadas en piedra blanca de Colmenar de Oreja, que representan a otros reyes españoles como Felipe II o Fernando V.
Allí también es donde se encuentran los tejos recortados y los magnolios, pero sin duda alguna, lo que más atrae la atención del público es la vegetación con forma de laberinto, cuyo tamaño reducido lo convierte en un entretenimiento ideal para los niños. Y chavales correteando, persiguiéndose por ese recorrido curvilíneo es, precisamente, lo único que rompe con esa imagen tan serena y recatada que ofrece esta cara de los jardines de Sabatini.
A la sombra. Así se encuentra su otro lado, el informal, el escondido. A pesar de contar con varias entradas, situadas en la cuesta de San Vicente y al principio de la calle de Bailén, se trata de un lugar más solitario, de un espacio en el que la naturaleza goza de más libertad para desarrollarse. Está en un nivel más elevado, tiene forma de triángulo y lo componen pequeños parterres con setos de boj, pinos, cedros, abetos y tejos recortados. Está en penumbra y en comparación con el otro rostro, se debe sentir olvidado. Es el hermano gemelo desafortunado, feo y sin gracia, al que para compensar sus carencias, el Ayuntamiento le brinda la oportunidad de destacar por unos días, acogiendo cada año los conciertos organizados por los Veranos de la Villa.
Estos jardines son un lugar para "venir y sentarse". Al menos ésa es la opinión de Ignacio, "un madrileño de toda la vida" cuya afición es la de frecuentar "todas las zonas verdes de la capital". Cada parque "tiene su función", teoriza, "y la de éste es la del reposo". A Ignacio le encanta escuchar "los chorros de agua" que emanan de las siete fuentes hexagonales mientras, "relajado", pasa las horas "pensando". Puede que la vista del Palacio Real le inspire. O puede, simplemente, que el orden que transmite la geometría de este enclave proporcione al visitante la armonía necesaria para dejarse llevar por ese sano ejercicio metafísico llamado introspección.
"Lástima de las pintadas", se despide. Pero ya se sabe, "gamberros hay en todas partes", incluso en el refugio de la corte.
::: Noticia generada a las 8:51 PM
lunes, agosto 23, 2004 :::
Fuente: El País
Fecha: 31-7-08
Autor: Borja Vilaseca
REPORTAJE: LOS PARQUES DE MADRID El Campo del Moro
El abrazo de la naturaleza
Es un lugar romántico y melancólico adonde acuden los recién casados para fotografiarse
Madrid
"No puedo decir que este parque sea el más bonito de Madrid porque no los he visto todos", comenta Javier, uno de los vigilantes de seguridad del Campo del Moro, "pero éste es mi preferido". Y es que estos jardines tienen algo "mágico y especial", algo que les hace ser diferentes a los demás. Tal vez sea su "asimetría", por la que es un placer perderse. Tal vez su "penumbra", en la que no da miedo esconderse. O tal vez sea su "belleza", por la que es muy fácil enamorarse. Sea lo que sea, visitar este espacio es un evento que no puede "dejar a nadie impasible", opina. Y su opinión está avalada por 10 años de experiencia.
Encuadrado al norte por la cuesta de San Vicente, al oeste por el paseo de la Virgen del Puerto y al sur por el paseo de la Ciudad de Plasencia, el Campo del Moro tiene el lujo de tener como marco de fondo, al este, el Palacio Real y la catedral de la Almudena. Y el Palacio Real es, precisamente, la primera imagen que se ve nada más descender por una de sus dos escalinatas. "Posa con indiferencia" detrás de las praderas de Vistas del Sol y de las fuentes de las Conchas y de los Tritones. "Por muchas veces que lo haya contemplado", dice Javier, "nunca deja de impresionarme lo bien que queda entre las praderas y el cielo". La verdad es que es una estampa digna de ser "inmortalizada".
Además de bello, este parque tiene historia. Si el terreno en el que se aposenta hablara, nos contaría que a comienzos del siglo XVII Felipe II se convirtió en su dueño. Nos explicaría, además, que fue ese monarca quien decidió darle forma de jardín, para, entre otras actividades, celebrar ostentosas fiestas cortesanas. Un siglo más tarde, su finalidad cambió de sentido 180 grados: pasó a ser el contenedor de las obras de construcción del nuevo Palacio Real. No fue hasta 1844, durante el reinado de Isabel II, cuando este parque comenzó a adoptar su actual forma. Su diseñador fue el arquitecto mayor de Palacio, Narciso Pascual y Colomer. En 1890, durante la regencia de María Cristina de Hasburgo y Lorena, se realizaron nuevos trazados bajo la dirección del maestro jardinero Ramón Oliva, quien, influenciado por los parques ingleses que imitan a la naturaleza libre, construyó caminos con suaves y onduladas curvas, alternando praderas de césped con macizos de flores. A pesar de que sangre real corre por sus venas, este espacio se bautizó como Campo del Moro porque durante la Edad Media, en 1109, el caudillo musulmán Alí Ben Yusuf, en un intento por reconquistar Madrid, acampó sus tropas en él.
Pero de lo militar no queda ni rastro. Todo lo contrario. Ahora, muchas de las pisadas son de quienes quieren dejar la huella de su amor. Y ésa es una de las curiosidades de este parque: aquí acude "el 80%" de las parejas recién casadas para hacerse sus primeras fotografías, cuenta Javier. "Hace un par de años vinieron más de 60 parejas en menos de dos horas". Mientras lo explica, se divisan un par de ellas a lo lejos. Sonríen delante de una cámara, que capta el momento para siempre.
Pasear por este parque debería ser obligatorio. En estos jardines se encuentran más de 100 familias arbóreas distintas, como las sequoias, tejos, cedros, tilos, acebos y pinos, que se concentran creando una atmósfera tranquila, muy propicia para la relajación. Pero entre tanto árbol hay poco espacio y casi nada de luz para las flores. La penumbra que envuelve a estos jardines provoca que cultivarlas sea un acto estéril. Los senderos curvilíneos, también denominados "románticos", están delimitados por piedras y se cruzan unos con otros. Al haber faisanes y pavos reales sueltos, no es difícil encontrarse con ellos. También se pueden ver cisnes y patos flotando en un pequeño estanque. Todo está muy limpio. No se ve un papel en el suelo. La única "suciedad" son las hojas caídas, infinitas.
En la década de los sesenta, el parque contó con la presencia del que hasta ahora ha sido su mejor inquilino: el museo de Carruajes, en el que se pueden contemplar coches de caballos y otro tipo de carruajes que pertenecieron a la Casa Real.
El rey Juan Carlos I se ha dado alguna vez un paseo por el parque. "Por eso, está casi todo prohibido": no se puede andar sobre el césped ni patinar ni montar en bicicleta. Tampoco se permite la entrada de perros. Está abierto al público desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde, pero ahora, con la llegada del verano, cierra su única puerta a las ocho de la tarde. Con tantas restricciones, escaso horario y sólo un acceso, en el paseo de la Virgen del Puerto "es normal que sea uno de los parques menos concurridos", argumenta Javier.
Pero el hecho de ser un espacio alejado del ruido de las masas, lo convierte en un terreno fértil para sembrar paz y tranquilidad. Petra tiene "muchísimos años" y es una de las pocas "afortunadas" que recoge sus frutos "cada día", desde que hace "casi tres décadas", el Campo del Moro abriera sus puertas al público. "Aquí es donde más a gusto me siento". Su hilo de voz es tan débil que el canto de los pájaros apenas hace audible lo que quiere decir. "Tanto los trabajadores como los visitantes tienen un talante distinto: son mucho más respetuosos con la naturaleza que en otros parques en los que he estado", asegura con una serenidad pasmosa.
En este parque se ve a más personas leyendo que haciendo ejercicio, a más parejas besándose que a grupos de amigos riendo. Es un entorno propicio para la reflexión, para la introspección. "Después de unas horas", susurra Petra, "salgo nueva".
A pesar de que muchos de los que entran lo hacen de forma solitaria, "aquí nunca te sientes solo". La frondosidad de los árboles te envuelve en una penumbra melancólica. Es el abrazo de la naturaleza.
::: Noticia generada a las 8:19 PM
viernes, agosto 20, 2004 :::
-
Fuente: Sur Digital
Fecha: 1-8-04
Autor: Tomás Garcia Yebra
Regreso al paraíso andalusí
El Jardín Botánico de Madrid recrea los jardines del Islam en una muestra que llevará a diversas ciudades la simbología de estos vergeles
Madrid
«¿OH habitantes de al-Andalus, qué felicidad la vuestra al tener aguas, sombras, ríos y árboles!», escribía en el siglo XII el poeta Ibn Jafaya. «El jardín de la Eterna Felicidad no está fuera de vosotros, sino en vuestra tierra; si yo pudiera elegir, es este lugar el que escogería», resaltaba este poeta nacido en Valencia y enamorado de los jardines árabes. Ahora se pueden visualizar las palabras de Ibn Jafaya.
El Jardín Botánico acaba de inaugurar la exposición 'El jardín andalusí: almunias, patios y vergeles', una muestra que da a conocer la tipología y simbología de estos paraísos verdes y que, tras su paso por la capital (antes estuvo en Córdoba), viajará a los Reales Alcázares de Sevilla, la Alhambra de Granada, Pamplona, Toledo y Marrakech.
«La botánica también puede servir para el diálogo y el entendimiento entre los pueblos», asegura el presidente de la Fundación de Cultura Islámica y comisario de la muestra, Cherif Abderrahman. A su juicio, la exposición, «contiene las claves de una civilización amante de la naturaleza y respetuosa con ella y su entorno».
Para no perderse
De diseño vanguardista y montaje sencillo, consta de cuatro espacios (Jardín Huerto, Jardín Científico, Jardín Espiritual y Jardín Profético), a los que se han incorporado paneles de textos y abundante apoyo gráfico, así como maquetas, libros facsímiles de botánica, objetos etnográficos relacionados con la agricultura y la jardinería, ingenios olfativos y elementos interactivos. A través de ellos se pueden apreciar «los distintos tipos y la morfología del jardín hispano-musulmán, la función que tenían y las plantas que se cultivaban en él».
Con una extensión aproximaba de 100 metros cuadrados, la muestra va acompañada de un 'itinerario vivo' en los propios jardines botánicos en que se exhibe, con el fin de que el visitante «pueda imaginarse estos lugares como lo que eran: espacios de convivencia».
Además, forma parte de esta exposición una serie de recreaciones virtuales, entre las que destaca la muestra virtual sobre jardines andalusíes en la dirección de Internet www.cvc.cervantes.es, realizada en colaboración con el Centro Virtual Cervantes. Aunque tiene el mismo carácter didáctico de la exposición, se puede profundizar en el contenido.
Título: 'El jardín andalusí: almunias, patios y vergeles'.
Recorrido: Después de su estancia en la capital, la exposición viajará a los Reales Alcázares de Sevilla, la Alhambra de Granada, Pamplona, Toledo y Marrakech.
Distribución: La muestra se distribuye en cuatro espacios: Jardín Huerto, Jardín Científico, Jardín Espiritual y Jardín Profético.Guía: Todas las zonas están acompañadas de paneles de textos y material gráfico, así como maquetas, libros facsímiles de botánica, objetos etnográficos relacionados con la agricultura y la jardinería, así como elementos interactivos.
Dimensión: Se extiende a lo largo de unos cien metros cuadrados.
En la Red: También forma parte de esta iniciativa la exposición virtual sobre jardines andalusíes en la dirección www.cvc.cervantes.es.
::: Noticia generada a las 6:46 PM