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lunes, febrero 23, 2004 :::
 
Fuente: Radio France
Fecha: 23-2-04


Maroc: le prix Grand Atlas pour un livre sur l'histoire des jardins

Le Marocain Mohamed El Faïz, l'Espagnol Manuel Gomez Anuarbe et la portugaise Teresa Portela Marques ont été récompensés pour "Jardins du Maroc, d'Espagne et du Portugal: l'art de vivre partagé", lors d'une cérémonie organisée samedi au Salon du livre de Casablanca.

Les trois auteurs retracent dans leur livre illustré de photos, l'histoire et l'évolution des jardins arabo-mauresques, notamment à Marrakech, Grenade, Cordoue et Séville.

Un autre prix "Grand Atlas" a été décerné au Marocain Hassan Bourquia pour avoir traduit en arabe "Le retour d'Abou El Haki", un roman de l'écrivain marocain Edmond Amrane El Maleh (87 ans).

Le Prix Grand Atlas a été créé en 1991 par l'ambasade de France à Rabat, avec l'objectif de promouvoir l'édition marocaine francophone. Il récompense alternativement des oeuvres de littérature, des essais et des beaux livres.

Teresa Portela Marques, Manuel Gomez Anuarbe, Mohamed El Faïz - Jardins du Maroc, d'Espagne et du Portugal, un art de vivre partagé - 240 p. Editions Malika 2003.





::: Noticia generada a las 9:23 PM


domingo, febrero 08, 2004 :::
 
Fuente: Diario de Sevilla
Fecha: 8-2-04
Autora: Ana Beauchy.

Una sevillana que tiene los jardines de Patrimonio Nacional en sus manos


Trabaja desde el año 2000 para Patrimonio Nacional, organismo con el que ha realizado más de media docena de proyectos, entre ellos el jardín meridional del Palacio de la Zarzuela y dos planes directores de los jardines de Aranjuez y San Ildefonso en La Granja en los que todavía está inmersa. Pero en la interminable lista que integra su currículum se pueden encontrar iniciativas de toda índole: desde los patios de la Fundación Museo Picasso de Málaga hasta multitud de jardines privados, de empresas y públicos que han sido proyectados por ella.

Desde que montara su propio estudio en Madrid, en 1982, se dedica en exclusiva al diseño de jardines y paisajes, muchos de ellos firmados por ella. Los proyectos particulares le apasionan, porque quien paga a un paisajista para que le diseñe su jardín es porque le otorga un gran valor, pero sus verdaderos retos están en los proyectos públicos.

Uno de los que más orgullosa le hacen sentir es el que realizó en 1994 en la plaza de Josefa Reina Puerto, en Sevilla, como parte de la restauración de la plaza de la Magdalena; aunque está muy disgustada con la poda indiscriminada que le han hecho en los últimos años. "Mi objetivo en esta placita fue que la gente pudiera sentarse a la sombra", dice María, pero tras esa idea tan simple se escondía una lucha por rematar los elementos necesarios para hacer grande este pequeño espacio, como "situar los setos bajo el pavimento".

En España hay una concepción generalizada de que un jardín ha de estar poblado de césped, una práctica importada de un país mucho más húmedo, de Inglaterra, que cae en saco roto en los parques de casi toda España. "Hay multitud de variedades de césped, de gramíneas, que precisan mucha menos agua que la que se utiliza ahora en los parques, pero que, por desconocimiento, no se utilizan", explica esta paisajista.

Son muchas objeciones que realiza Medina ante las actuaciones públicas. Que los parterres estén más bajos que la calzada, para que reciban el agua de lluvia, o que las farolas estén bajo las copas de los árboles para que iluminen a los transeúntes. "Esto es una lucha que mantenemos muchos paisajistas, que las autoridades piensen en el mantenimiento que sustentará el jardín a largo plazo, porque, por tener un parque rápido para ser inaugurado, después hay que pagar costes enormes ante soluciones poco operativas".

Para crear un jardín, según Medina, hay que "calibrar la escala, ya que la mayor parte de los que son Patrimonio Nacional fueron creados antaño con otras medidas (el pie francés o el pie real, por ejemplo); hay que conocer las técnicas, las características del suelo, elegir las plantas adecuadas y procurar que sean de buena calidad, que los árboles tengan su copa natural y la guía principal a cortar".

Rehúye de las modas en la jardinería, porque, para cuando un paisaje alcanza su esplendor pasan años y la moda ya ha pasado. María Medina es amante de los árboles (es coautora del libro Árboles en la ciudad, MOPT, 1992), rasgo que plasma en su obra. Es partidaria de plantar setos de hoja caduca, a ser posible de especies mediterráneas, porque son los que mejor reflejan el cambio de las estaciones del año, el devenir del tiempo. Y doma con suavidad los terrenos con bastante pendiente, donde construye muros de piedra y reparte los espacios en diferentes alturas para crear jardines con características propias e independientes.

María Medina nació hace 59 años en San Sebastián, ciudad en la que veraneaban sus padres cuando era pequeña. Su infancia es sevillana, vinculada a la Palmera y a Manuel Siurot, avenidas con las que colindaba su hogar, una casa con dos puertas que le permitían escaparse, desde que tenía uso de razón, a deambular por el Parque María Luisa, el paseo de las Delicias y los jardines privados.

Estudió en el Colegio Sagrado Corazón, pero los primeros signos educacionales parten de un año, 1955, cuando fue trasladada al Pabellón de Guatemala para realizar el último curso antes de entrar en el Instituto Murillo. Es allí donde María marcó la cita con Diario de Sevilla, en un banco de los jardines que separan ambos edificios, donde encontró Medina los primeros signos de apertura a su "mundo tan cerrado", tal y como define su escuela.

Felipe Medina, su padre, tuvo una ineludible influencia en ella. Este arquitecto le llevaba de niña a las obras y gustaba en darle explicaciones sobre las estructuras de sus edificios "siempre vinculados a la naturaleza". Cuando María Medina ya era una mujer consagrada en el mundo del paisajismo, vivía en Madrid y volvía a Sevilla un par de veces al mes para ver a su familia, realizaba itinerarios con él que siempre tenían un propósito. "Como ir paseando hasta el centro de Sevilla para ver qué calles estaban en sombra y cuáles no". Según ella, su padre, habría sido hoy un arquitecto paisajista, sólo que en su época no existía esta carrera.

Cuando se decidió a cursar la diplomatura de Paisajista, en la Escuela de Jardinería y Paisajismo de Batres (Madrid), en España todavía no se sabía muy bien qué era eso. Era una época en la que el estilismo paisajístico no existía ni se reparaba en él. Un campo con ovejas, un lago a los pies de una montaña o un sendero natural, no eran precisamente escenas de las que aprender arte. Ahora se cursa como especialidad en cuatro años y dos de prácticas profesionales, en Barcelona y muy pronto en Granada, equiparadas con el resto de Europa.

María Medina se inició en la proyección de jardines trabajando con Leandro Silva, uno de los paisajistas más prestigiosos afincados en España y de los primeros que anunció, en los años setenta, que fuera de las fronteras españolas el paisajismo era una disciplina. Con él realizó, entre otras iniciativas, la restauración del Jardín Botánico de Madrid. Y de él aprendió, entre sus muchas enseñanzas, a valorar la tradición del jardín hispano-árabe.

Silva dio con María en París, el tercer o cuarto destino europeo en el que recaló esta sevillana para estudiar Arte en una época en la que, "para no ser un cateto, había que salir de España", explica con cierto pudor. Leandro Silva fue quien focalizó sus conocimientos y aspiraciones hacia el paisajismo, cuando ella aún no sabía que se pudiera estudiar en España esta profesión.

Ha comparado otras ciudades con Sevilla, la que más le ha enseñado, pero también conoció paraísos naturales en plena civilización. En su período de emigrante nunca dejó de pasear por los jardines, los que volvió a visitar ya profesional con otros ojos. Sus primeros proyectos fueron muy osados para la escasa experiencia que tenía, entre ellos, la casa de Adolfo Domínguez, en Orense.

Si tuviera que escoger sus jardines preferidos, Medina dice que en su lista, los primeros serían en Inglaterra, Castle Howard, donde se rodó la película Retorno a Brideshead; en Japón, Katsura; en Francia, Versalles; y, en España, los Reales Alcázares, la Alhambra y Aranjuez.





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