Miscelánea de jardines  

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domingo, septiembre 30, 2007 :::
 
Fuente: ABC

Fecha: 30-9-07
Autora: Patricia Espinosa de los Monteros
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Otoño Rutas de los paisajistas
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Víctor Hugo dijo que produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras el género humano no escucha y hay mucho que escuchar en los jardines en otoño: que escuchar, que oler, que tocar o que saborear, sin contar con los miles de colores que invaden la mirada cuando el paisaje parece envuelto en llamas.

Los que mejor nos lo pueden contar son un grupo de paisajistas españoles a los que hemos acudido. A todos ellos les han salido los dientes paseando por caminos, rastrillando hojas secas, coleccionando castañas o subidos a un árbol. De las manos de su padre, madre o abuela, eso no importa, han aprendido a diferenciar las estaciones en plena naturaleza, a escuchar su música, a palparlas y a olerlas.

María Medina, Mónica Luengo, Fernando Valero, Eduardo Mencos y Fernando Caruncho son cinco de nuestros grandes paisajistas en un país que recientemente está reconociendo la importancia de su trabajo. Un país como España, de gran tradición jardinera, antiquísima en realidad, pero que en algún momento la perdió hasta que ellos han recogido el testigo. Entre todos suman más de cien años de experiencias, muchos libros, conferencias y montañas de planos y proyectos de jardines. Sus obras están por todas partes, desde Italia hasta Nueva Zelanda, pero... no les gusta hablar de su trabajo, prefieren pasear.

María Medina

Es la veterana del grupo, con treinta años de profesión. Iba al colegio atravesando el sevillano parque de María Luisa y esto marca, como también lo hizo su padre, arquitecto, del que aprendió a valorar la naturaleza y la concepción del espacio. Con cientos de jardines a sus espaldas, en una trayectoria abierta al mundo y a todas las épocas, es obra suya el plan director del jardín del Palacio de La Granja. También es autora de los jardines de la casa del Príncipe Don Felipe y de Su Majestad el Rey. El que diseñó para el museo Picasso de Málaga fue la llave para colaborar con Richard Rogers &Partners para la nueva sede de Abengoa.

Le gusta el otoño porque el comienzo del deshoje es el de mayor color y el más espectacular en la naturaleza. Cuando las temperaturas bajan y hay menos horas de luz —explica— las hojas dejan de producir clorofila verde para tornarse amarillas o anaranjadas. «De hecho, se pueden “fabricar” otoños si sabemos formar grandes masas arbóreas y hacer que combinen las distintas texturas y colores en función de sus hojas doradas y rojas y de sus frutos».

¿Que destacaría? «Quizás dos árboles por su despliegue de color en esta época, el Cercidiphyllum japonica (cercidofilo del Japón o árbol de Katsura), pues sus hojas pasan de verdes a amarillas para volverse anaranjadas y terminar totalmente rojas, y el Acer japonicum (arce), que une a sus colores la delicadeza y perfección de sus hojas. Los tonos rojizos de los fresnos y de los mismos arces tienen un proceso que se produce sólo durante el otoño y todavía no está bien estudiado».

¿Recomienda algún jardín? «Depende de mi estado de ánimo que me incline por uno o por otro, pero todos me hacen disfrutar». ¿Y la mejor manera de hacerlo? «Lo mejor es pasear por los jardines del Príncipe en Aranjuez y si además hay niebla, mejor. Pero para apreciar todos los tonos, yo recomendaría disfrutar del espectáculo que nos ofrece la naturaleza en un hayedo o, simplemente, contemplando como cambia de color un acer bajo mi ventana».

Fernando Valero Artola

Lleva treinta años de profesion, que estudió en Batres. No cree en un estilo determinado de paisajismo, «manda siempre el entorno antes que lo que quieras imponer». Entre sus obras públicas figuran centros comerciales, desarrollos de urbanismo en la Costa del Sol y ahora el paisaje del vino, alrededor de varias bodegas.

¿Por qué prefiere el otoño? «Porque una vez pasados los tórridos días veraniegos, el otoño con sus últimos días soleados y los primeros fríos que anuncian el invierno, lo hacen ideal para pasear por cualquier lugar con árboles caducos. Choperas castellanas, riberas de ríos y jardines al atardecer son los lugares ideales para disfrutar del otoño».

¿Y algún jardín? «Sin duda el Jardín de la Isla, en Aranjuez, en cualquier época del año y desde luego también en ésta». ¿Por qué? «Se trata con seguridad del mejor jardín que tenemos en Madrid. Su medida escala, tan humana, y el trazado impecable del eje central lo transforman en uno de los jardines europeos más originales. Es modélico». La mejor manera de pasearlo es «esperar, después de una corta lluvia otoñal, a que salga el sol. Acercarse a Aranjuez, cruzar el puente de la Isla y perderse».

Mónica Luengo Añón

Historiadora del arte, se ha formado en el mundo del jardín de la mano de su madre, también historiadora, la prestigiosa Carmen Añón. Suyos son multitud de jardines privados, la restauración del palacio del Infante Don Luis en Arenas de San Pedro, y del Capricho de la Alameda de Osuna, ademas de colaboradora y autora de varios libros sobre jardines españoles.

¿Qué le gusta del otoño? «Cuanto más al norte, el colorido es mejor, porque las coníferas no cambian, las dehesas y los olivares lo hacen poco, así que hay que dirigirse a los paisajes de hoja caduca. Pero a mí, personalmente, me gustan los ocres de Castilla, la época de la vendimia (alegoría clásica del otoño). Me gusta el paisaje castellano ya recogido y segado, ese vacío, la nada, el infinito, con esta luz ya más baja que destaca los matices».

¿Recomienda algún jardín en especial? «Aranjuez y La Granja son cita obligada, sus imponentes árboles de hoja caduca los convierten en un gran espectáculo; más pequeño pero igual de impactante es el jardín de los Botín en Puente de San Miguel, en Cantabria. No es público, pero sí se organizan visitas guiadas. Su trazado y sus ejemplares de gingko biloba o de liriodendron y alguna de sus hayas son realmente impresionantes».

¿Y la mejor manera de visitarlos? «Aprovechar la luz de estos días, más baja y distinta, y apreciar las sensaciones que produce pisar las hojas, su ruido...».

Eduardo Mencos

Es abogado, pero con una vocación dirigida hacia la fotografía y el cine que estudió en el American Film Institute de Los Ángeles. Esta formación le ha influido enormemente en su forma de concebir el jardín, las luces, la puesta en escena, el dramatismo. En la Politécnica hizo un máster de jardinería, aunque asegura que todo lo que sabe lo aprendió de su abuela, la Marquesa de Casa Valdés, la gran dama de la jardinería, que escribió el libro de consulta esencial de todo especialista: «Jardines de España». Resalta de sus últimas obras las gasolineras de Repsol y un jardín en Segovia con un estanque-baño romano. Tiene a punto de ver la luz, editado por Blume, un nuevo libro sobre paisajes de España en claroscuro, con fotos personales que dan la vuelta a muchos tópicos.

«Perderse el otoño —pasearlo, olerlo, sentirlo— es perderse la vida. El otoño es una explosión luminosa de colores encendidos, donde la naturaleza, antes de echarse a dormir, nos regala sus más fulgurantes colores de la vida que se va, mientras nos promete otra que despierta tras el invierno. Un paseo lo considero obligatorio». Aconseja recorrer «Valsaín y los jardines de La Granja. Aranjuez y la Serranía de Cuenca, Guadix, la Alhambra y el Generalife, la Selva de Irati y el Señorio de Bértiz...»

¿Su favorito? «Los de Aranjuez son, quizá, la máxima expresión de lo que los jardines pueden hacer por nosotros: ese oasis de impresionantes árboles que nos traslada a otro mundo mágico y poético, y que surge como un milagro en medio del páramo castellano. Pero hay que estar atentos a todo. Si miras los árboles desde varios ángulos, verás cómo la luz pinta sobre ellos de muy diversas maneras... La cámara de fotos invita a fijarte en las cosas».

Fernando Caruncho

Formado tambien en la escuela paisajista de Batres, tiene más de 130 jardines proyectados, además de colaboraciones con los más diversos estudios de arquitectura. Entre sus obras recientes se encuentra el jardín de la Embajada de España en Tokio, uno privado en Oakland, otros en Nueva York, en Florida y el del Golf Resort de Marraquech. Se siente orgulloso de la terraza de los laureles en el Botánico y del trabajo para la Universidad de Deusto y hace suya la frase de Epicuro de que el conocimiento sólo se logra a través del jardín. «En esta estación se da la “segunda floración” del año. Es una de las estaciones mágicas del jardín. Lo que de especial tienen las cosas es lo invisible, es decir, “aquello que está en la vibración del aire, en la música callada, en la soledad sonora”, como diría nuestro poeta Bergamín, de quien recomiendo su maravilloso libro, «El otoño y los mirlos», que siempre releo con renovada emoción, en otoño».
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Un paseo? «Para mí hay dos jardines extraordinarios. Además del jardín del Retiro y del Real Jardín Botánico, es también maravilloso, por su escala, el jardín privado del Museo Sorolla, en Madrid. Fuera de Madrid, recomiendo sin duda el de La Granja de San Ildefonso y el hayedo de Montejo, al pie de Somosierra. También recomendaría Irati, en Navarra. No quiero olvidar la Alhambra, sin duda un paseo a primera hora de la mañana con el otoño bien entrado quedará siempre en la memoria».¿Cómo «sentir» un jardín? «Solamente tengo un consejo: sentarse a primera o a última hora del día para observar la plenitud del celaje de los árboles y ver reflejarse la luz en los estanques hasta descubrir que se transforma en agua y el agua se transforma en luz».


::: Noticia generada a las 12:12 PM


 
Fuente: Informativos Telecinco
Fecha:29-9-07



París se conecta a Internet sin cables

La capital francesa estrena el acceso gratuito a Internet vía wifi en 225 jardines, parques, bibliotecas, museos y sedes de asociaciones. Los usuarios de ordenadores que dispongan de tarjeta wifi podrán acceder a Internet sin necesidad de cables en todos estos lugares.

El alcalde de París, Bertrand Delanoe, ha tomado como ejemplo San Francisco y se ha apoyado en el Consejo Regional de Ile de France, que le presta la financiación, para poner en marcha esta iniciativa.
De momento, el ancho de banda está limitado a ocho megas por punto con un máximo de veinte usuarios, lo que impide la descarga de archivos pesados. El horario también tiene límites.
Por la noche, el cierre de los edificios públicos y los jardines hace que la red no esté disponible. Sin embargo, los usuarios pueden conectarse a cualquier hora desde dos puntos: la explanada del Ayuntamiento y los Campos de Marte, cerca de la Torre Eiffel.
El servicio wifi se puso en marcha el pasado julio pero surgieron problemas de conexión. Hasta finales de octubre, está previsto llegar a los 400 puntos de conexión, de los cuales más de la mitad serán zonas verdes. LGC


::: Noticia generada a las 11:56 AM


sábado, septiembre 29, 2007 :::
 

Fuente: Le Matin
Fecha: 24-9-07



Les jardins de Marrakech
Refuge pour les habitants en quête de quiétude


L'importance des jardins et des espaces verts au sein des centres urbains n'est plus à démontrer, notamment dans une ville comme Marrakech où ces espaces ne cessent de se transformer, chaque soir, en un véritable refuge et un lieu de rencontres incontournable pour amis et proches, en quête de quiétude et de détente, surtout après une journée de jeûne.

Presque abandonnés durant toute la journée, ces espaces commencent à accueillir des visiteurs de tout âge, notamment après 19h et jusqu'à des heures tardives de la nuit, ce qui soulève la question de savoir si ces jardins sont équipés de manière à garantir confort, sécurité et bien être aux visiteurs, notamment ceux qui fuient le vacarme et l'agitation accrue des boulevards et des cafés durant les soirées du mois sacré du Ramadan.

Approchés par l'agence MAP, plusieurs visiteurs de ces espaces ont salué l'initiative d'aménagement des anciens jardins historiques de Marrakech, ainsi que la création de nouveaux espaces verts, à un moment où la ville ocre s'urbanise à une vitesse de croisière, au détriment de ces espaces, et connaît une croissance démographique accrue et une circulation dense et des embouteillages quasi-permanents.

De tels changements, ont-ils poursuivi, ne peuvent être appréhendés séparément de leurs répercussions directes sur les habitudes et les pratiques quotidiennes des habitants d'une cité connue, par le passé, par son calme, sa propreté et son climat salubre.Ils ont, dans ce sens, tenu à rappeler que ces jardins publics constituent les poumons de la ville et un lieu de distraction pour des milliers de personnes, notamment celles dont les moyens ne leur permettent pas de fréquenter d'autres endroits privés tels les cafés et les clubs.I

l est indispensable d'accorder à ces espaces tout l'intérêt qu'ils méritent, en plaçant leur gestion au centre des préoccupations des autorités locales et de recourir pour ce faire à l'expérience de sociétés spécialisées, estiment certains, citant à titre d'exemple Arsat Moulay Abdessalam entretenue dans le cadre d'un partenariat avec le premier opérateur national des télécommunications, les Jardins El Harti et les jardins de la Ménara, considérés actuellement comme étant des modèles en termes de propreté et de sécurité.

Ils ont également suggéré de doter ces espaces verts de petits points de vente bien aménagés et réunissant toutes les conditions d'hygiène et de propreté, au lieu de laisser le terrain libre aux vendeurs ambulants qui proposent leurs marchandises à des clients (glaces, jus, sandwichs..), sans le moindre contrôle ou observation des règles d'hygiène.

"La mise en place de ce genre de microprojets, à l'instar de ce qui se passe à l'étranger, permettra la création de nouveaux emplois, de lutter contre l'informel et surtout de préserver la santé des consommateurs, notamment durant les périodes à risque comme l'été où ces lieux sont hautement fréquentés", ont-ils expliqué.

"Si certains espaces verts peuvent servir d'abri pour des délinquants et des SDF, il appartient aux services compétents de renforcer la sécurité dans ces lieux en y effectuant des rondes régulières, afin de lutter contre toute pratique pouvant porter atteinte à l'ordre public et à la sécurité des biens et des personnes", ont-ils dit.

Ils ont estimé nécessaire également de mener des campagnes de sensibilisation auprès des populations pour leur montrer l'importance de ces espaces, tout en les invitant à contribuer au maintien de la propreté de ces endroits et au respect de la nature et de la végétation par un simple changement de comportement et davantage de civisme.

Concernant la fréquentation de ces espaces verts, ils ont tenu à rappeler qu'un tel phénomène ne date pas d'aujourd'hui, mais remonte à des siècles passés, faisant savoir qu'il figurait au c ur même des traditions des anciennes familles marrakchies qui avaient l'habitude de fréquenter -souvent en groupe- les vieilles "Arsates" (jardins) de la cité des sept saints.

Partir en "N'zaha" (pique-nique) dans les Jardins de la Ménara, de l'Agdal et autres, munis le plus souvent de tapis, d'instruments de musique et de sacs bien garnis de vivres relevait du quotidien des marrakchis qui, autrefois, éprouvaient la joie de vivre dans une ville-jardin conçue pour accueillir ses visiteurs à bras ouverts, ont-ils conclu. Contacté par l'agence MAP, un responsable au Conseil communal de la ville a fait savoir que la superficie totale des espaces verts dans la cité ocre avoisine les 350 ha, sans compter la palmeraie de Marrakech (10.000 ha), l'oliveraie de l'Agdal (500 ha) et l'oliveraie de la Menara (80 ha).

Il a, dans ce sens, tenu à préciser que si le ratio des espaces verts par habitant (reconnu mondialement) est de 10m2/habitant, cette moyenne est de 11 m2 par habitant à Marrakech, notant que le conseil communal accorde un intérêt particulier à l'aménagement et à l'entretien de ces espaces. Si le budget total alloué aux espaces verts a été estimé en 2006 à 9.500.000 DH, dont 6.000.000 DH consacrés au fonctionnement et 3.500.000 DH réservés à l'équipement, ce budget est passé à 11.000.000 DH en 2007 (7.000.000 DH pour le fonctionnement et 4.000.000 DH pour l'équipement), a-t-il précisé.

Il a, en outre, mis en lumière les actions menées par le conseil communal de la ville pour la préservation de ces espaces, notamment l'implantation de milliers de fleurs et d'arbres, la création de jardins le long des boulevards et le développement des jardins des quartiers résidentiels.

Les actions du Conseil portent également sur l'aménagement en cours de certains grands parcs urbains, à l'instar des jardins historiques d'Agdal Ba H'mad étalés sur une superficie globale de 11 ha, avec une enveloppe budgétaire 18 millions de DH à la charge du secteur privé. Une action non moins importante concerne la régénération de la palmeraie de Marrakech, notamment avec la mise en place sur 15 ha d'une pépinière communale d'une production annuelle de 100.000 plants et la plantation de 80.000 palmier-dattiers dans la palmeraie et les différents espaces verts de la cité ocre.

Avec la mise en place de nouveaux jardins et espaces verts et l'aménagement et la préservation de ceux déjà existants, la cité ocre ne peut que préserver son image envoûtante de ville-jardin et sa place de choix, en tant que l'une des cités les plus verdoyantes du Royaume.


::: Noticia generada a las 11:58 AM


jueves, septiembre 06, 2007 :::
 
Fuente: Al-Ahram
Fecha: 5-9-2007
Autora: Amira Samir

Egypte Ancienne . Au rythme des crues du fleuve, les Egyptiens de l’Antiquité ont fait de leur vallée un des plus beaux jardins du monde. S’intéresser à la diversité de ces vastes espaces verts finement cultivés et organisés peut être l’occasion d’une belle promenade.

Un éden pharaonique

Les Egyptiens ont été de grands amateurs de jardins et des espaces verts. Les textes et les peintures des tombes nous font connaître ce goût des Egyptiens pour les fleurs et l’ombre des arbres des jardins : les morts souhaitent venir se poser sur les branches des arbres qu’ils ont plantés et ils souhaitent se reposer à l’ombre des sycomores.

Les jardins de l’Egypte ancienne étaient une oasis de fraîcheur et une marque de raffinement. Ils sont assez bien connus grâce aux dessins et inscriptions retrouvés sur les tombes, qui révèlent que même les morts possédaient leurs propres jardins dans lesquels ils venaient goûter les fruits à la fraîcheur de la nuit. Les vivants, eux, cultivaient de somptueux jardins, mais jamais uniquement dévolus au seul agrément : ils produisaient tous des fruits, du vin, des légumes et du papyrus. Les jardins égyptiens étaient souvent des jardins maraîchers destinés à l’approvisionnement des populations des villes ou des habitants des déserts.

Dès le début de l’Ancien Empire, Meten, qui vivait sous Snéfrou, possédait autour de sa demeure un jardin d’un hectare, pourvu d’une pièce d’eau, où l’on trouve déjà mentionnés la vigne et le figuier. Mais c’est surtout au Nouvel Empire que nous connaissons les jardins, qui étaient alors très répandus. Anna, qui vivait au début du Nouvel Empire, s’est fait représenter avec sa femme devant son jardin, qui était son orgueil, car il y avait fait venir vingt-huit espèces de plantes, qui formaient un jardin de près de 500 arbres, parmi lesquels on trouve différentes sortes de palmiers, dont une variété très rare, puisqu’il n’y en avait qu’un des sycomores, des figuiers, des grenadiers, des perséas, des pieds de vigne, des saules, des tamaris, des acacias, des ifs, des balanites, des jujubiers ; les autres espèces restent encore à identifier.

Ainsi en était-il des riches demeures qui se trouvaient au fond des jardins, noyées dans la verdure et les fleurs. Les jardins étaient clos de hauts murs et souvent pourvus de portes monumentales. Les allées étaient tracées parallèlement et se coupaient à angles droits, formant des parterres rectangulaires plantés d’arbres et de fleurs. Des kiosques légers étaient édifiés sous les arbres où les maîtres de logis venaient prendre leurs repas ou se reposer en regardant les oiseaux et les fleurs.

Tous les jardins étaient pourvus d’une pièce d’eau, souvent de grande taille, carrée ou rectangulaire. Des lotus et des papyrus s’épanouissent à la surface et abritent des poissons et des grenouilles, tandis que les canards y nagent avec délice. On y descend par quelques marches et une barque légère est amarrée devant l’escalier, attendant les maîtres pour leur promenade. Ces jardins possédaient aussi des potagers, qui demandaient un grand entretien. C’est pourquoi les propriétaires aisés occupaient une quantité de jardiniers, dont la tâche la plus importante était l’arrosage, les potagers étant pourvus de chadoufs. Les gens moins aisés possédaient aussi des jardins plus exigus, et seuls les pauvres, entassés dans des masures dans les grandes villes, ne jouissaient pas de ce plaisir.

Les rois du Nouvel Empire entouraient leurs palais de jardins plus vastes encore : Aménophis III se fit bâtir un palais pourvu d’un immense parc à l’ouest de Thèbes. A Amarna, Akhenaton fit planter plusieurs jardins. Mais c’est surtout Ramsès III qui se distingue en restaurant les jardins de l’Egypte, renouvelant les plantes, créant des nouveaux jardins et faisant curer les canaux abandonnés qui apportaient aux plantes l’eau vivifiante.


Pour toutes les classes

La tombe d’Amenemheb comporte une remarquable représentation de jardin : celui-ci est particulièrement vaste et, en dépit du style raide de la décoration, bien détaillé. Le jardin de Nebamon, plus modeste, comprend un bassin en T entouré de quelques arbres et, surtout, une treille soutenue par d’élégantes colonnettes à chapiteau papyriforme. C’est sous le règne de Thoutmosis IV que Nebamon commença sa carrière. Il reçut le titre de porte-étendard du bateau royal. Sans autre action d’éclat, il poursuivit son activité sous le règne d’Aménophis III. La modestie de sa tombe reflète bien la brièveté de sa carrière officielle.

La nature du terrain et le régime de l’inondation désignaient la vallée du Nil pour être avant tout une terre à plantes annuelles : alimentaires, textiles, tinctoriales, médicinales, auxquelles s’ajoutent les plantes d’agrément.

L’orge, « iôt », et le froment amidonnier, « bôti », sont les plus anciennes céréales connues des Egyptiens, car leur nom est écrit selon le procédé idéographique le plus ancien : l’orge avec trois grains et le froment avec un épi. Les autres espèces de céréales connues plus tard sont écrites en caractères phonétiques. La culture du lin est très souvent associée à celle des céréales sur les bas-reliefs de l’Ancien Empire. On reconnaît sur ces mêmes bas-reliefs la laitue, l’oignon, la pastèque et les concombres. Dans des textes égyptiens plus récents, l’ail, le poireau, la fève et la lentille sont cités. L’huile était fournie par le sésame et le ricin. Les médecins savaient que cette huile était purgative, qu’elle faisait pousser les cheveux et calmait certaines maladies de la peau.

Les auteurs classiques mentionnent le coton égyptien, dont le nom indigène n’est pas connu. L’orcanette, la garance, le henné, l’indigo étaient les plantes utilisées par les teinturiers. La vigne était cultivée sous l’Ancien Empire dans le Delta, surtout aux abords du lac Maréotique et du lac Manzala. Cet arbuste est si complaisant qu’il donnait des raisins de différents genres.

Le jardin d’Enené

L’Egypte n’est pas un pays de forêts. Cependant, comme on peut le voir sur des peintures thébaines, la campagne égyptienne n’était pas dépourvue d’arbres. Les Egyptiens aimaient les arbres pour leur beauté propre, pour la fraîcheur que procurait leur ombre et pour leurs fruits. Dans chaque nome existait un verger sacré non loin du temple principal. Un propriétaire de la XVIIIe dynastie, Enené, a fait peindre dans son tombeau le jardin où il avait réuni vingt-trois espèces d’arbres. Le sycomore, « nehet », qui vient en tête de liste, est vraiment l’arbre égyptien par excellence. Il pousse dans les villages, dans les carrefours et même sur les bords du désert, du moment que ses racines peuvent atteindre la nappe d’eau souterraine. C’est un arbre vigoureux, presque aussi large que haut, extrêmement touffu. Le palmier dattier, qui lui est fréquemment associé, est au contraire haut et grêle. Il existait, il existe toujours des boqueteaux et même des bois de palmiers d’une grande étendue, comme celui qui recouvre les vestiges de l’ancienne Memphis. Le palmier doum, dont le tronc se ramifie à quelques mètres du sol, ne se rencontrait qu’à partir de Thèbes. Enené devait être particulièrement fier de montrer à ses visiteurs un palmier d’une hauteur inaccoutumée, nommé coucou, sur lequel un scribe quelque peu botaniste donne des renseignements : O palmier doum, grand de 60 coudées, dans lequel sont des noix de coco. Dans ces noix de coco sont des coques. Dans ces coques est de l’eau. L’endroit où l’on recueille cette eau est lointain.

En effet, sur les 481 arbres du jardin ne figure qu’un seul cocotier. Les figuiers étaient très abondants et, lorsque les figues étaient mûres, singes et enfants participaient à leur manière à la récolte. Les saules, les tamaris, les jujubiers, les balanites, les moringas, les caroubiers, les grenadiers, les chaouabou et d’autres espèces d’identification incertaine complétaient la collection. Le grenadier semble avoir été introduit en Egypte au début de la XVIIIe dynastie. On le reconnaît dans le jardin créé par Thoutmosis III et reproduit dans le grand temple d’Amon à Karnak. Le moringa fournissait une huile appréciée des parfumeurs et des médecins. L’olivier, « djede », qui ne se trouve pas chez Enené, n’est pas mentionné avant le Nouvel Empire. Il s’est facilement acclimaté en Egypte, et Théophraste signale une forêt d’oliviers dans la région thébaine. D’après Strabon, c’étaient les oliviers du Fayoum qui donnaient les meilleurs fruits. L’acacia seyal fournissait un bois de bonne qualité aux charpentiers et aux constructeurs de barques. Le térébinthe, dont la résine, « sonté », servait à encenser les dieux et les morts, poussait dans les oasis et dans le désert, à l’est de Memphis. L’Egypte antique n’a pas connu l’oranger, ni le citronnier, ni le rosier, ni d’autres arbres qui sont de nos jours l’ornement des places et des jardins.


La reine des fleurs

Pour les Egyptiens, qui n’ont pas respiré la rose avant l’époque romaine, la reine des fleurs était la fleur de lotus blanche ou bleue. On en faisait d’immenses bouquets pour décorer les salles de festin. Les femmes à la maison ou en visite tenaient des lotus à la main ou en fixaient sur leurs cheveux. Les hommes ne les dédaignaient pas et se couronnaient de lotus au cours des réjouissances champêtres. La souche tubéreuse de cette plante se mangeait grillée ou bouillie et l’on faisait une sorte de pâtisserie avec les graines pilées. Le lotus, (seshen), est la plante emblématique de la Haute-Egypte. C’est une fleur qui se referme la nuit et s’enfonce sous l’eau. Pour cette raison, elle est devenue le symbole du soleil et de la création, et les Egyptiens pensaient que le dieu Atoum était né d’une fleur de lotus. Symbole de la renaissance, elle était associée à Osiris et au culte funéraire.

Le papyrus (mehyt), plante mystique et emblématique de la Basse-Egypte. Il symbolisait la vie elle-même et le marais dont toute vie était issue. Les Egyptiens pensaient que des piliers de papyrus soutenaient la voûte céleste. Le papyrus servait à toutes sortes d’emplois. On mâchait, comme on le fait aujourd’hui de la canne à sucre, la partie inférieure de la tige. Le reste servait à faire des paniers, des corbeilles, des cages et des bateaux légers. Malgré tout, son principal emploi était la fabrication d’un papier aussi approprié pour l’écriture que pour l’illustration et qui se conserve indéfiniment. Les papyrus formaient au nord de l’Egypte d’épais fourrés. Les tiges, dont la hauteur était cinq ou six fois la stature humaine, abritaient dans leurs ombelles les nids des martins-pêcheurs et d’autres oiseaux aquatiques qu’assiégeaient les genettes, les ichneumons, les chats sauvages, tandis que poissons, loutres, hippopotames et crocodiles se cherchaient et se fuyaient entre les pieds.

En Haute-Egypte, si l’on se fie aux peintures du Moyen et du Nouvel Empire, les fourrés de papyrus ne sont ni aussi hauts ni aussi vastes que dans le Delta. Actuellement, cette plante aurait complètement disparu si l’on n’en cultivait quelques spécimens dans les jardins du Caire. Par contre, elle vient spontanément dans la haute vallée du Jourdain et sur les bords du lac de Houlé qui a conservé son nom ancien : « hely », attesté dans quelques textes et surtout par le signe « hl » de l’écriture hiéroglyphique.
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Pour en savoir plus : An Ancient Egyptian Herbal, par Lise Manniche, AUC Press, 2006
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Arbres cultivés dans les jardins de l’Egypte ancienne

Dans un pays aussi aride que l’Egypte, les végétaux étaient essentiels à la survie. De nombreuses plantes, parmi lesquelles la fleur de lotus, les roseaux de papyrus et plusieurs espèces d’arbres, revêtaient tant d’importance pour les Egyptiens qu’elles étaient associées à des événements mythologiques.

Les espèces d’arbres suivantes semblent avoir été les principales cultivées dans les jardins de l’Egypte antique.

Sycomore - Ficus sycomorus (Moraceae), Figuier commun - Ficus carica (Moraceae), Palmier dattier - Phœnix dactylifera (Palmaceae),
Palmier doum - Hyphæne thebaica (Palmaceae), Palmier argoun - Medemia argun (Palmaceae), Dattier du désert - Balanites ægyptiaca (Zygophyllacées), Jujubier épine-du-Christ – Ziziphus spina-christi (Rhamnaceae), Moringa - Moringa peregrina (Moringaceae), Olivier – Olea europaea (Oleaceae), Pistachier – Pistacia sp. (Anacardiaceae), Ricin – Ricinus communis (Euphorbiaceae),
Acacia du Nil – Acacia nilotica (Fabaceae).
L’histoire naturelle de l’Egypte

Un livre célèbre de Prosper Alpin du XVIe siècle que l’IFAO vient de publier et qui est l’un des premiers à parler de l’environnement égyptien.

La redécouverte de l’Egypte, a été, pour les hommes d’Occident, une passionnante aventure. Jusqu’à l’an 1700, c’est-à-dire avant que ne s’ouvre avec le XVIIIe siècle, l’ère des grands voyageurs, plus de deux cent cinquante auteurs occidentaux ont publié une relation de leurs aventures égyptiennes. Bon nombre de ces récits sont d’accès difficile, en raison de leur rareté ; certains sont encore manuscrits, les autres sont rédigés dans les langues les plus diverses : anglais, allemand, espagnol, italien, flamand, tchèque ou latin. C’est dire que leur utilisation, même lorsque le livre est accessible, n’est pas toujours à la portée immédiate de ceux qui s’occupent d’histoire orientale.

Pour mieux dégager les étapes de cette lente redécouverte, l’Institut Français d’Archéologie Orientale (IFAO) du Caire a entrepris de republier, de ces multiples récits, la part qui concerne l’Egypte, et de la traduire, quand il y a lieu, en langue française. Documents d’histoire et de civilisation, ces voyages constituent ainsi les premiers pas d’un échange au niveau des hommes. Et c’est dans ce cadre que vient la deuxième édition de Histoire Naturelle de l’Egypte, par Prosper Alpin, 1581–1584, qui vient d’être publiée par l’IFAO. Cette œuvre, traduite du latin, est la vingtième publiée de la collection des Voyageurs Occidentaux en Egypte. Ce livre, qui a été déjà imprimé en 1979, vient d’être réimprimé à l’occasion de la célébration du centenaire de l’IFAO au palais de Mounira.

L’auteur de cet ouvrage de deux volumes, Prosper Alpin, né en 1553 à Marostica (petite ville proche de Vicence), dans l’Etat de Venise, a choisi d’abord le métier des armes, puis, sur les instances de son père médecin, il étudie la médecine à Padoue et fut docteur en 1578.

En 1580, Prosper Alpin est arrivé en Egypte pour un séjour qui a duré trois ans et demi. Pendant le temps qu’il y a passé en pratiquant officiellement la médecine, il s’est appliqué à apprendre les méthodes médicales propres à ces populations. Fasciné par la vie naturelle de l’Egypte, il écrit un grand ouvrage sur l’histoire naturelle du pays dans lequel il a parlé de la beauté de la vallée du Nil, de la crue du fleuve et de ses eaux, du climat du pays, des khamassin et des animaux qui y vivent. « Nous considérons d’abord ce qui semble rendre l’Egypte célèbre et admirable : le climat agréable et sain pour les habitants, le Nil, les villes, les palais, les lacs, les parcs, les richesses, les marchandises apportées des régions voisines, les pyramides, les colonnes, les obélisques, les bains, les tombeaux antiques, les bibliothèques, les sciences, la religion, les plantes communes dans ce pays, les terrains, les pierres et autres éléments du sous-sol connus des habitants, et enfin les animaux domestiques de cette province. Tout cela, avons-nous pensé, ne manquera pas d’intérêt pour ceux qui aiment connaître des régions variées et les différentes façons de vivre des hommes », estime Prosper Alpin dans le chapitre V du premier volume de son ouvrage.


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