La mirona
Eugenio Barragán [@] [www]

En el edificio de enfrente, en esta tormentosa tarde, una anciana se escuda tras una cortina. Sólo husmea en busca de algún cotilleo, de alguna sensación con que alimentar sus ojos cansados. Yo prosigo con mi pasatiempo. Vuelvo a llenar la copa, otra miserable copa. Las anteriores se han estrellado contra el suelo astillándose con recuerdos de amor, sentimientos de pasión hacia una mujer... que sé que no volverá.

... mis manos apartan el flequillo de su frente, le pellizco suavemente su pómulo. - Las tienes ásperas.- Musita con su dulce voz... Me encandila... la beso...  pero estoy solo, sin ella.

Me giro de repente, así no podrá reaccionar. Sigue mirándome. -¡Dios!- Grito a pleno pulmón. ¿Por qué me tiene que espiar? Ha encendido la luz de su cuarto, seguramente habrá finalizado la novela de la televisión y necesita de más carnaza para su lengua viperina. No hago nada para evitar que me espíe la vieja chocha que se pasará todo el día merodeando por el vecindario. Lanzo la copa contra la pared que se tiñe de rojo, ¡de rojo! Y otra vez, me evado en aquellas noches sin fin, en como arañaba mi espalda.

Colmo otra copa, por décima vez; sólo me quedan dos de una docena. Contemplo el reflejo de la copa, y aparece también la cara de mi amada, de mi amada,... sin querer recuerdo cuando nos contemplábamos en las aguas del estanque, y nos preguntábamos si seguiríamos juntos cuando fuéramos abuelos.

Y ahora estoy aquí, en la penumbra, sólo iluminado por el fulgor de los rayos de la tormenta; sentado en este escenario con una única espectadora que no ceja en observarme.

La vieja ya no disimula. Me encaro con ella a través de gestos, y la desafío a que contemple la escena con mayor claridad encendiendo la luz. Se asoma a la ventana, la peluca de color violeta que cubre su cabeza se desploma a la calle. No puedo evitar sonreír apurando mi penúltima copa.

Abro la puerta del balcón, la insulto y arrojo la copa contra su ventana. Escancio otra copa. Mis labios prueban la frialdad del vidrio que contrasta con el calor que desprendían su boca, su lengua en contacto con la mía. El líquido no embriaga, no inunda mi paladar de sensaciones como el vino; se apelmaza; se coagula en la comisura de mis labios, en mi cara, en mis manos,...

Escucho un rumor, el ulular de las sirenas de los coches de policía, pero cuando lleguen no encontrarán, como yo, nada de nuestro amor, y menos aún una gota de sangre en el cuerpo mortecino de mi amor.

 

no volverá | aquellas noches sin fin | penúltima copa

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