Un accidente
Ziotaz [@] [Ziota]

La evidencia me dejó perplejo por varios ¿minutos-días-segundos?. Había muerto. ¡Sí, yo! Yo había muerto. No controlé el volante en aquella curva y me empotré contra un camión de "Lácteas del Jarama". Desde luego no era una muerte fina, si al menos hubiera chocado contra un camión de "Ikea", pero no voy a entrar en más detalles, el dolor de cabeza que sentí superó cualquier parto. Eso sí, duró un instante.

Al principio no sabía bien, mi cuerpo allí, espachurrado entre el amasijo de hierros. El camionero con las manos en la cabeza después de varios intentos frustrados de abrir aquella dichosa puerta. Al ¿rato? aparecieron varias ambulancias y no sé cuantos coches de guardia civil acompañados de un maravilloso camión de bomberos (los que serraron la puerta y sacaron mis chichas fuera).

Me reconocí entre la sangre y los trozos, pero ya no formaba parte de ese cuerpo. Cuando me paré a pensar estaba frente a mi entierro. Habían cambiado la tela plateada que me cubría, por un ataúd tamaño estándar que me tragaba. No miré dentro, total, era realmente el espectador estrella.

A pesar de mis reivindicaciones habituales respecto al funeral, mi familia o no sé quién decidió una misa antes del achicharramiento (al menos se respetó mi deseo de incineración).

Habían elegido una urna casi portátil para llevar las cenizas, según mis indicaciones, a todos los bares que frecuentaba. Estas chorradas solía decirlas después de varias cervezas y alguna ración de melancolía.

El acto fue escueto, pero los comentarios realmente interesantes.

Un grupo de seres, que desconozco de dónde salieron, hablaba de viajes y riesgos. De la de cosas que pueden pasar en un viaje, de lo mal que se pasa en un país que no es el tuyo, de... de todo menos de mí!!!!!!!!

Mi madre estaba triste, con los ojos rojos por la sal de las lágrimas, pero descubrí que en lo más recondito de su pensamiento, se encontraba la imagen de un niño que jamás creció. Tocaba la madera barnizada de la caja mientras intentaba encontrar los valores que me hacían de mi tamaño y descubrió la distancia que nos unía.

Él, mi padre, seguía mirando al frente y disimulaba mi muerte tan bien, que cualquiera hubiera entendido que empujaba al mundo, sin darse cuenta que era el mundo el que le empujaba a él. Envejeció y rejuveneció a la vez arrastrándose fuera de las sombras mientras permanecía digno y erguido, dentro tan muerto como yo.

El ritual corría como cualquier otro, la verdad y la mentira enfrentadas, la caricatura de la muerte. Si. No. Los relojes sin su tic tac y el olor a incienso maquillado con el perfume humano. ¿Es en estos momentos cuando nos preguntamos para qué existimos?. Ser alguien, ser alguien para todos, para cada uno de los que hacen tu historia. Vivir la vida. Hacer de ella no un sacrificio sin fin, sino la suma de energías que usas para saltar, para terminar este rompecabezas sin principio y tal vez sin final.

Extiendo la mano y la retiro a la vez.

Cuando nací el cielo estaba perforado de luces parpadeantes. Brillantes incrustados en la pared estelar. Buscaba el túnel que me traería hasta ahí fuera. Sé que los otros mundos están tan perdidos como yo lo estoy para ellos, pero ahora se abre de nuevo el túnel y tal vez me devuelva como esa vulnerable célula humana que se incrusta en el cosmos.

Tal vez.

 

 

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