Un parto
Lucíab [@] [www]

Al levantarme por la mañana, noté que la llegada del bebé se aproximaba.
Nos dirigimos al hospital y, según nos acercábamos, vimos a un chaval, gitano, de estos que se dedican a indicarte un buen lugar para estacionar el vehículo.
El muchacho se afanaba en que aparcásemos el coche en el hueco que él nos señalaba, pero mi marido ya había encontrado sitio.

Bajé del coche casi rodando, debido al volumen de mi tripa y jadeando como un perrito pués me apretaba una contracción. Y ahí estaba el chico del aparcamiento que  con su típico acento calé nos dijo:

- "Anda, payo, dame argo".

Mi marido le contestó que no, que había aparcado en un lugar distinto al que él le había indicado.
Que sí, que no, que no, que sí..

El gitano ya empezaba a cabrearse y yo allí medio doblada contemplando el espectáculo, implorando a mi marido que le diese los veinte puñeteros duros y nos fuésemos al hospital: ¡No aguantaba mas de pie! Se compadeció el chaval y nos dejó ir, no sin antes desearme suerte a mí y decirle a mi marido que "se tenía que ver como las sartenes: colgao de un ojo".

Entramos en el hospital. Media hora esperando en los asientos de la sala de espera. Esos asientos rígidos sentarse en ellos y más aún estando embarazada. Pero, ¿que me dicen de como levantarse?. Encajas perfectamente como una pieza de un puzzle, y después sales despedida a modo de tapón de corcho de una botella.

Una vez puesta en pie, la enfermera dirigiéndose a mí me invitó a entrar a la habitación donde se encontraba el médico de planta.  Me dijo que me desnudase de cintura para abajo  y que me tumbase en la camilla.
Si, en esa camilla tan mona que tiene unas asas para dejar tus piernas colgando. ¡Me encanta!. No sabeis, hombres, que bien se siente una allí con esa posturita, ante un perfecto desconocido. Y además, me pregunto: ¿para que napias sirve ese trapito que te ponen encima del vientre?. ¡Si no te tapa, naaaaaaaaa!. "Arropate Maricuela, y dejate el culo fuera".

El médico se acercó y me exploró. Junto a él, otro médico, éste en prácticas, me observaba y también fue invitado a explorar.
Si, pensaba yo, venga, no te cortes, otro más mentiendo sus deditos. Solo faltó abrir la puerta, invitar al conserje a repetir la jugada y oye, mira, ya puestos que suba también el de los veinte duros del aparcamiento.

Cuando ya por fin me dejaron levantarme de la camilla, me dieron el camisón, ese tan sexi que te dan en la Seguridad Social, sí, ya sabeis, esos que se atan por detras como si fueses una loquita.
Ya arreglada para la ocasión, llaman al camillero y le dan orden de llevarme a la sala de dilatación. Un cuartucho de dos metros de ancho por dos de largo; dentro, el aparato que registra las contracciones y el ritmo cardiaco del feto y poco más.
Se acerca el "matrón", un tio cuadrado, ¡Dios, con las manos como dos cazos!. Más exploraciones, las contracciones cada vez mas intensas. Pido, por favor, que dejen entrar a mi marido, no sé si para que me apoye o para cortarle el cuello por haberme hecho el hijo.

Entra mi marido, vestido de marciano, traje verde con gorrito a juego. ¡Me asusto!.
- Tranquila, cariño, soy yo. Ya estoy aquí contigo.
Me da la mano y cuando llega la contracción le clavo las uñas.
- ¡Jo-der, niña, que garfios!.
Me suelta la mano. Ya ni siquiera el contacto físico para consolarme.
De nuevo entra en acción mi amigo "el dos cazos". Nueva exploración.
-Ya estás dilatada, a paritorio, ¿cómo te encuentras?.
Pués mira divinamente, estuve, por decirle ¡será memo!, a punto de estallar, leñe.

Llega ya la fase expulsiva. Incorporate, agarrate a las asas y mira cuatro cabezas cantando al unísono:
-Venga, vamos, ahora, empuja.

Se oye un fuerte golpe. Todos miran. ¡El marciano yace en el suelo desamayado!.Todos corren a socorrerle.
- ¡Dios mio, atiendanme!- grito.

El bebé empuja fuerte, siento la cabeza empezando a salir. Ya respuesto el marciano a color verde y amarillo, junto a mi cabecero, me anima a seguir empujando. ¡Por fin nace el bebé!.

- ¡Es una niña preciosa!, dice mi marido.
Me besa y, secándose el sudor de la frente, me dice:
-¡Cuanto trabajito NOS ha costado, cariño!.

 

 

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