Subterráneo
Malina [@] [www]

Aprovechaba cada minuto para escribir; inclusive esos trayectos de subterráneo o U-Bahn, como lo llamaban allí. Su cuadernillo y concentración, lo salvaban del mundo exterior y lo sumergían en el manto de anonimato que otros se procuraban con un periódico o un libro.

Ya hacía tiempo – en su primer viaje – le había llamado la atención éste detalle. Cuanto más grande y "civilizada" la ciudad, mas gente leía en el subterráneo. Los pocos que no lo hacían, perdían la mirada en algun punto distante. De todos modos, para alguien tan observador como él, ésto tenía sus ventajas. Podía regodearse jugando a adivinar las historias personales de acuerdo a las apariencias, sin hacer sentir incómodo a nadie, ante un exámen tan exhaustivo. Pero, cada tanto éste juego también lo aburría y entonces prefería limitarse a escribir.

Ese día estaba cansado y llevaba las ideas atascadas. Optó por su refugio en el cuadernillo... Quería terminar de una vez por todas, con ese maldito texto que había prometido hacía semanas.

La llegada de un nuevo pasajero, la advirtió como apenas un movimiento a su lado, pero su concentración siguió testaruda en el texto. De pronto, un movimiento extraño de ese cuerpo lo interrumpió, al levantar la vista descubrió a una anciana diminuta. El gesto que le había llamado la atención, fue que ella inclinándose hacia adelante –dándo la sensación que se deslizaba cayendose del asiento – su mano buscando algo en la puerta que separaba los vagones a su derecha.

En ese sobrepoblado país de mentes prácticas, existen en los vagones nuevos, asientos plegables, colocados en las puertas fijas divisorias. Eso era lo que ella buscaba a tientas.

- Ay! Pensé que había un asiento ahí – informó; lo que los jovenes ojos de él ya habían advertido hacía rato.
- Si, casi siempre tienen, pero en éste no – respondió él, con su bien aprendida cortesía, sin detenerse a observarla demasiado.
- Mejor me quedo acá, es mas seguro.
- Si, mejor – contestó sin levantar los ojos del texto.
- Uy! Cómo puede leer eso, con esas letras tan pequeñas? Yo no vería nada sin lentes – agregó insistente ella.

El, levantó la mirada sopesando a la intrusa... Y supo que estaba perdido. Esos ojos suplicantes de perrito abandonado, se aferraron a los suyos y le atenazaron el corazón. A aquél pobre espantajo, apenas le quedaban vestigios de su otrora femineidad. Por mas que quiso, no pudo calcularle la edad.
- "Se podía tener 200 años?" – pensó.

Su cuerpo era de una fragilidad de pájaro. El rostro diminuto, casi enterrado bajo una peluca color "castaño plástico" sostenida por unas obvias horquillas, se hallaba replegado en miles de arrugas, de las que sólo sobresalían aquellos ojitos. La vestimenta era imposible de recordar. Ya por su color neutro indefinible o por los años adivinables... Casi tantos como ella. Las pálidas medias de nylon ostentaban una corrida maratónica, para ir a perderse en un calzado mas parecido a pantuflas, que a zapatos de calle.

Lo invadió una piedad abrumante que lo obligó a explayarse con ella.
- Si, en realidad yo también debería usar, pero siempre los olvido – le dijo, sonriendo blandamente.
En ese instante advirtió la mirada reprobadora del tipo sentado frente a ellos. Sintiéndose incómodo bajó la vista. Su mente luchando entre: las reglas "no-hablarás, no-mirarás a tu prójimo extraño", aprendidas en la biblia tácita del subterráneo y los gritos reblandecidos de su conciencia. "Eres la vergüenza del tren" decían las reglas mientras su voz interior recriminaba: "que mierda te cuestan diez minutos de solidaridad? Al fin y al cabo, que te importa el mirón ese!"

- Va hasta la estación final? - Preguntó de nuevo la vocecilla.
El primer round lo ganó la conciencia.
- Si.
- Y luego? Sigue con el ómnibus?
- Si viene en seguida si, pero si no, camino. Son sólo un par de paradas.

El tipo seguía mirando. Casi pudiera decirse que parecía enojado. "Debe pensar que estoy mas loco yo que ella"- repitieron las reglas en su mente.

- Yo también. Es una suerte que no oscurece tan temprano ahora, porque debo caminar bordeando el cementerio y cuando está oscuro me da un poco de miedo. Y luego todavía subir tres pisos por escalera cargando éste bolso! Es realmente horrible no tener ascensor. Mire, sostenga, no es realmente pesado? – añadió extendiéndole el bolso para que lo sopesara.

Miró a la mujer y al tipo de enfrente casi suplicante, preguntandoles con los ojos que se suponía debía hacer en tamaña situación. Ambos parecían emitir juicios contradictorios, por lo que sólo le quedó su decisión.
Round dos para la conciencia.
"No te preocupes imbécil, te prometo no hablarte tampoco a tí en treinta años" – pensó mirando al tipo.
- Si, muy pesado – mintió sosteniendo aquel bolso, que para él era de un peso moderado.
- Es una suerte tener por lo menos un centro de compras tan completo tan cerca. No necesito caminar tanto para proveerme – continuaba ella imperturbable.

Con éstas hilachas de conversación, pudo casi construírle una vida. Vivía sola, probablemente viuda. No debería tener hijos y si los tenía, o estaban muertos o simplemente no les interesaba lo que le sucediera a ella. Cosa común, había observado en ese país. La mayoría, cuando ya no podían cuidarse mas por si mismos, terminaban en general en hogares de ancianos. También pudo deducir que ella fuera probablemente vecina suya. El recorrido que le había descrito era exactamente igual al suyo para llegar a casa. Conocía bien el camino que bordeaba el cementerio y hasta a él mismo le producía ciertos escalofríos, cuando regresaba a su hogar sólo, luego de alguna salida nocturna. El no agregó nada al último comentario, bajando nuevamente al texto.
Round tres para las reglas.

El tren aminoró la marcha y los altoparlantes anunciaron la última estación.

Cerró cuidadosamente el cuadernillo y lo guardó en su bolso. El gusano amarillo jadeaba los últimos metros antes de su descanso. Esa línea recorría la ciudad de norte a sur y viceversa, violando sus cincuenta kilómetros de entrañas, una y otra vez, todos los días del año, cada cinco minutos. Nunca antes se había cruzado con ésta vecina, pensó. Curiosidades de ciudades enormes. En su país seguro la vería todos los días.

"Oye, podrías ofrecerte a ayudarla con el bolso hasta su casa por lo menos, no?" – dijo conciencia.
"Cinco minutos que a tí no te cambian nada y a ella le significarían tanto... Por lo menos de escucha" – siguió tenaz.

El subterráneo entró lentamente y se detuvo en la estación. Las puertas se abrieron automáticamente y el autoparlante en unos sensuales tonos femeninos, rogó a la concurrencia abandonar el tren.

Tomó su bolso y saltó del tren sin mirar a nadie ni despedirse. Subió casi volando las escaleras mecánicas huyendo de allí; la mirada fija en el piso. Las reglas habían ganado por K.O.

"En que me había quedado?" - pensó tratando de evadirse al texto.
"Ya ni me acuerdo, carajo!"

Y mientras caminaba velozmente el recorrido a su casa, sin siquiera fijarse en el horario del ómnibus, no pudo dejar de pensar, que llevaba demasiado tiempo viviendo allí...

 

 

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