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       Siempre 
        he estado convencido de que cruzar un semáforo en una calle es 
        como lanzar una tortilla hacia arriba: 
        algunas veces sale bien, pero otras ... la tortilla acaba en el suelo. 
         
         
        Pues bien, asi fue como la conocí, en un semáforo ... y 
        de la misma forma la perdí ...  
         
        Les cuento ...  
         
        No me gusta la acera en la que el 43 tiene su parada ... es oscura, fria 
        y aburrida ... sin tiendas ni portales ... sólo un viejo y enorme 
        edificio, espantoso para más señas. Asi que cuando voy camino 
        de la oficina y llego a la altura de la parada del 43, cruzo a la acera 
        contraria. Hay que tener precaución ... es una calle con mucho 
        tráfico, de una sola dirección y cuesta abajo ... los conductores 
        se animan a meter tercera ... realmente, un hecho insólito en esta 
        ciudad. Por eso siempre procuro cruzar por el semáforo, y lo usual 
        es que el semáforo esté rojo para 
        los peatones ... un par de minutitos de espera no te los quita nadie. 
         
         
        Supongo que habrán vivido esa situación: uno se detiene 
        al borde de la acera y ... mira hacia el frente. Allí, al otro 
        lado, siempre hay otros tipos parados al borde de la acera ... con la 
        vista fija en el lugar en donde uno se encuentra.  
        Tengo que reconocer que cualquiera podría encontrar en esto una 
        base bastante sólida para desarrollar el ramalazo paranoíco 
        con el que nos ha dotado la naturaleza, el Gran Hermano, las bajadas anfetamínicas, 
        o quien sea, pero lo habitual es que los demás no tengan un interés 
        especial hacia nuestra persona ... se trata, simplemente, de que no hay 
        otro sitio hacia donde mirar.  
         
        Pues bien, ella se encontraba allí, enfrente, mirandome.  
         
        Me enamoré enseguida ... 
        como en las pelis.  
         
        Sólo me faltó el suspiro, porque todo lo demás se 
        desarrolló segun el guión: la música de violines, 
        la baba en la comisura de los labios, el semáforo que cambia de 
        color y yo sin enterarme ... en fin, el paquete completo.  
         
        Como dije, el semáforo cambió de color y ella empezó 
        a avanzar hacia mí.  
         
        El corazón se me desbocó, claro ... y empezé a balbucear 
        algo así como "yo ... yo ... tú .... yo ..."  
         
        Ella me sonrió con la sonrisa más cautivadora y maravillosa 
        con la que la rana Gustavo pudo jamás soñar.  
        Se paró junto a mí, humedeció sus labios, entornó 
        ligeramente los ojos, alargó una mano dulce ... perfecta ... cogió 
        del cuello a un imberbe que se encontraba a mi lado, y le estampó 
        un beso en los labios, de esos que quitan el sentido ... supongo.  
        
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