La acequia
David Navarro Lloret [@] [www]

Ésta es la acequia: la arteria principal de un campo lúgubre y estéril. He caído aquí o me han lanzado, no lo podría decir con seguridad. La recuerdo de niño: gran canal de aguas bravas que cruzaba sin mirar abajo. Con el paso de las estaciones disminuyó su caudal y se me hizo diminuta. Hasta hace bien poco la cruzaba sin notarlo; desde la altivez de mi superioridad he llegado incluso a escupirla. Ahora me arrastra una corriente mecánica y fría, que me azota la espalda con matas y cañaverales. La inmensidad de la acequia me llama y, como una samba ancestral, me marca un ritmo mortífero y poderoso. A la deriva me subo a la punta de un habano.

Dicen que el agua lo fertiliza todo. Es cierto: se intenta apoderar de la Tierra. Por las cuencas de los ojos, los orificios nasales y la obertura de la boca siento una invasión fluvial que me quiere convertir en gota de agua.

El viaje da mucho que pensar: Si algún muchacho fuera a cruzar la acequia y al mirar abajo descubriera este bichito repulsivo y débil (efecto-causa), no dudaría en englobarme en un escupitajo viscoso. Millones de gérmenes intentarían ahogar mis esfuerzos por virar la zozobra.

En el fondo pienso que esta hecatombe absurda tendrá fin con la madurez: Ser grande es la única posibilidad de defenderse. Mi espíritu se asirá a la contemplación de dos pétalos de flor que tinten las aguas; de tan dulce bebida surgirá un cuerpo de titán, que manifieste, al fin, mi verdadero talle.

Mas no. Lloverá y dibujaré cráteres líquidos como una chispa de fricción entre dos cuerpos sudados. Se helarán los remansos del arroyo y la escarcha de las paredes me alejará de la tierra; "menos mal que te tengo, cigarro puro". Saldrá el sol, finalmente, para secarme y llenarme de luz los pulmones; entonces dormiré confiado, con mi fragilidad desnuda.

Me siento absurdo, insignificante y demasiado cuerdo en un mundo descomunal de gigantes locos y crueles, ávidos de machacar los recuerdos de todas las infancias.

 

 

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