El salto del fraile
Fernando Pinto Hinojosa [@] [www]

El fraile se empinó sobre las sandalias, tomando el alféizar con la punta de los dedos y asomó apenas la cara por la pequeña ventana del Monasterio.
 
Recibió la brisa entrecortada por los barrotes, hinchando el velamen de su capucha. Dirigió la mirada algunos kilómetros allá, al morro que sobresalía en rumbo oeste sobre el mar y en cuya cresta reposaba sereno e inexpugnable "El Castillo Azul". Ella estaba allí, en claustro. Suspiró para sí el fraile: tan cerca pero tan lejos...
 
Cerró los ojos y pudo oír el melodioso ascenso de las notas gregorianas llegando a buen puerto desde el convento, salvando sin problemas la distancia y el estruendo del océano abrazando al continente.
 
Sí, se podía oír su voz con claridad, la distinguía de entre el resto del coro femenino. Su voz ingresaba al aposento, planeaba sobre la mesa, se posaba en el lecho, colmaba de luz su humilde morada.
 
Cómo no poder usar a las gaviotas, que tapizan el cielo brumoso, como mensajeras de su soledad, su melancolía y sus demás fuegos internos? Cómo no poder volar junto a ellas y deslizarse a hurtadillas en sus brazos, hacia su presencia, en complicidad con la noche?
 
El fraile arqueó las cejas cuando una estela del mar movido rompió contra el macizo que sostenía la morada de su amada y lo sacó de concentración, desvaneciendo el encanto que había generado su imaginación, con sor Carmen junto a él, en la celda, pese a la distancia.
 
Movió la cabeza en señal de desaprobación y regresó sus pasos hacia la mesa. Escribió la última línea de la carta que había iniciado temprano, cuando el crepúsculo lo sorprendió despierto, pensando en ella. Era inútil, estar al servicio del Señor, tenía sus ventajas y también sus sacrificios. El fraile se resignó en el asiento, firmó la misiva y con el dedo índice, finalmente, pulsó el botón de Send.

 

 

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