Existen despedidas que duran toda la vida
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Miraba el camino, la velocidad deformaba el paisaje, todo se volvía una línea continuada, verdes claros y oscuros pasaban rápidamente a los lados, no podía fijar su vista en nada y eso comenzaba a provocarle nausea.

Cerró los ojos un instante y solo consiguió agudizar la sensación de vértigo.

No quería pensar más, pero no podía dejar de hacerlo, recordaba épocas en que suplía con fantasías todas sus realidades, pero de últimos años solo recordaba el deseo de irse de su hogar.

En ese viaje dejaba todo, sus hijos, a los que adoraba pero no creía serles necesaria, su esposo, su casa, sus trabajos caseros inconclusos, los que iniciaba con tantas ganas de hacer algo, pero que al pasar las horas se fastidiaba y dejaba por no ver un resultado perfecto. Hacía lo que siempre deseó, viajar sola, irse por las ciudades viéndolo todo y sin tener compromisos con nadie, sin fallarle a nadie. No se entendía ni a si misma, tenía lo que cualquiera envidiaría pero ella deseaba algo mas, algo que de tanto desear ya había olvidado.

Ese día, cuando subió al auto, supo que no había marcha atrás, que era el momento de irse. No sentía ningún tipo de remordimiento, tal vez porque había pasado muchos años arrepintiéndose de lo que aun no hacía, pesándole por adelantado: buscar su propia identidad y descubrir que sus deseos eran inalcanzables ilusiones.

Por fin era libre, libre de todo ese convencionalismo social, libre de tener que dar lo que se esperaba de ella, y un poco más, porque había tenido la desgracia de nacer con cara de inteligente como le decía su padre, y alguien con cara de inteligente no puede hacer otra cosa que ser inteligente. Tenía que irse, intentar hacer algo, lo que fuera que le diera satisfacciones, que le diera libertad hasta de si misma.

Comenzó a bajar la velocidad del auto y a distinguir bien los arboles de la carretera, abedules, nogales, álamos, huertas de naranjos y limoneros. Detuvo el auto bajo la sombra de un gigantesco nogal, descendió para mirar el paisaje y descansar

El aroma a azahares lo invadía todo, la tarde era calurosa, vio una casa entre naranjos en flor y alrededor un sembradío de maíz. Una casa que no era ni humilde ni rica, solo una casa del campo, como esas que hay por todos los caminos y que siempre provocan la pregunta en el viajero "¿qué clase de gente vive ahí?"

Había viajado en un auto igual al que había tenido su padre en los años 60, un chevrolet café con volante de acrílico. Era curioso aquello, no recordaba que tuviera como propiedad nuevamente ese auto. Iba a revisarlo bien cuando distinguió un grupo de gallinas que picoteaban cerca, eran tan parecidas a las que de niña la rodeaban, que descendiendo del auto intento acercarse a ellas, pero las aves, al sentir su proximidad se alejaron rápidamente moviendo la hojarasca en su revuelo.

Vio nuevamente la casa y percibió el fresco de lugar, se sintió con la confianza de poder entrar. Cuando iba a abrir la puerta escucho risas tras un arbusto, pudo observar varias niñas jugar a saltar una cuerda, más atrás había una mujer tendiendo sábanas muy blancas y vio enormes tinas con agua cristalina donde se reflejaban nubes de apariencia de algodón. Había una niña que miraba ese espejo de agua y cielo con aire de ausente. Penso en sus sueños infantiles y quiso gritarle a la pequeña que fabricara solo sueños que puedan realizarse, que los años pensando en una ilusión que no pueda cumplirse son torturas para una mente. Pero no dijo nada, no era quien para distraer de su embeleso a esa niña soñadora.

Todo era muy semejante a las tardes que tantas veces vivió siendo niña, época a las que nostálgicamente siempre añoraba volver pero que su mente realista le impedía. Regresó a la puerta de la entrada, algo la obligaba ir ahí. La abrió lentamente, todo le recordaba a su casa…de veinte años atrás...

Se sentó en un sofá amarillo que estaba tapizado de hule y como desahogando un suspiro, se recargo en él cansada. Fijó su vista en el movimiento que la brisa provocaba en las cortinas de la ventana, se movían a un ritmo suave, subían y bajaban ondulantes, lentamente.

No entendía bien, solo sabía que estaba en un sitio que le era muy conocido y agradable.

Sintió humedad en las manos, al verlas notó unas profundas cortadas en sus muñecas, trató de pensar en esas heridas pero solo consiguió confundirse, parecía soñar en futuro, se veía de más edad, y sentía gotas pegajosas que escurrían por entre sus dedos.

Intentó levantarse del sofá, pero un nuevo mareo acompañado de imágenes de sangre y caminos la detuvieron. Cerrando los ojos sacudió la cabeza varias veces, al abrirlos volvió a encontrarse en esa casa de su niñez. Las cortinas moviéndose suavemente parecían arrullarla y una somnolencia se fue apoderando de ella. Alcanzó a distinguir por la ventana el auto en que llegó. -Ya viajaré mas tarde, iré a cumplir mis sueños de desobligada libertad - dijo susurrando – pensó de nuevo en la imagen de la niña viendo el agua, se inclinó un poco hacia delante y comenzó a contar las gotas de sangre que caían de sus manos, sonriendo ante su libertad, eternamente se durmió…

 

 

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