Adela y el sofá
Leopoldo Perdomo [@] [www]

A causa de la estructura fofa del sofá me hundía tanto que mi trasera estaba casi a ras del suelo. Adela por el contrario mantenía el erguido y por encima de mí de un modo milagroso. Yo me sentía achicado y era evidente que ella miraba desde un plano superior. Y allí estaba aquella criatura tan bella, de ojos grandes y azules, boca de labios prominentes, nariz recogida y respingona, en la perfecta silueta ovalada que un lindo rostro. Esa era la forma, creo yo, o el canon de la belleza renacentista.

Adela hablaba y hablaba. Se diría que tuviera dentro de su cabeza a la diosa Atenea. Yo me sentía confuso. En otro momento hubiera salido huyendo. De una parte, mi inseguridad sobre el discurso culto me tenía temblando por si me viera obligado a decir algo inteligente. De otra parte, siempre me chiflaron las tías sabias que hablan y hablan y que saben de todo. Para complicar las cosas, Adela era francesa y no sabía hablar más de cuatro palabras en español. Yo estaba allí sentado, sin experiencia de parloteo en francés. Algo horrible. Pero siempre me encantó el discurso culterano. Sobre todo porque no se entiende. Mi francés, por otra parte, era deficiente. Algunas fotonovelas y periódicos viejos que yo recogía con devoción por el suelo de los jardines de Marsella. Esas fotonovelas fueron las que me enseñaron a leer. Y ahora estaba yo en aquel sofá mirando a una diosa que hablaba de cosas filosóficas e incomprensibles. Solo recordaba un poco aquellos tiempos gloriosos, cuando era hippy y dormía bajo los barquillos en la arena de las playas. Los tiempos de la juventud perdida, cuando te comías con deleite unos trozos de pan duro que abandonaban las almas caritativas en cualquier banco.

Tenía yo miedo que Adela estuviera poseída por el espíritu de Atenea; o incluso que fuera la diosa misma la que estuviera ante mí. De ser así, las ligeras vibraciones eróticas que se despertaban en mí cuerpo podían tener un mal futuro. Porque Atenea es una diosa virgen y aborrece las copulaciones carnales. Pero solo esos deseos me mantienen vivo.

Adela hablaba y hablaba. Yo asentía a todo con un hum por aquí y un ham por allá. Hubo un momento que fui consciente del sentido de sus palabras; me pareció que la entendía.
"L'homme en tant que tel, -aquí hizo un breve pausa- est libre par sa propre nature."
Esto me sonaba de algo. Una canción de los Beatles, tal vez, o una balada alguien. No sé como puede entenderlo. Fue un momento inspirado. Me sentía hipnotizado mirando el iris de sus ojos. De algún modo, hice un gesto de asombro y ensanché el arco de mis cejas. Es un truco mío que nunca falla. Eso y una sonrisa inocente de chico que no rompe un plato. Cuando se combinan esas expresiones con una hinchazón suficiente es cuando obtengo algún éxito. Es que tengo una imagen de "diabolo angelico". De una parte, les atrae el peligro de la tentación y de otra, la cara angelical les inspira mucha confianza. Ella generó una leve pausa en su discurso para aceptar mi admiración y los ojos se me fueron hacia el escote. Ella notó mi mirada y trató de aplazar mis deseos de conocimiento y siguió hablando, llena de inspiración.

Creo que dijo algo así como... "Et son essence..." -hizo una pausa- "est verifiée dans sa propre existence." En este momento se detuvo. Es gracias a esta pausa que pude darme cuenta de lo que decía.

Hice un gesto de asombro; abrí ligeramente la boca y levanté el arco de mis cejas en un gesto imperceptible. Lo hacía para que pudiera ver bien mis ojos llenos de admiración. Adela se quedó callada. Estaba claro que esperaba algo más de mi parte; algún comentario que le certificara que yo era digno de su inteligencia. Yo aproveché para garraspear y moverme en el profundo sofá tratando de aproximarme más a ella. En este momento fue cuando me di cuenta que sus globos lactóforos eran de dimensiones notables. Me quedé inmóvil unos segundos, dos o tres, tal vez cuatro; allí estaba yo petrificado ante aquella promesa nutritiva. Pero, temiendo romper el hechizo, dije algo. Sabía que era mi turno de hablar. No sé muy bien el qué, pero tenía que decir algo. Sin saber como, me vi diciendo algo así como... "C'est par le libre arbitre... que nous pouvons nous opposer... et braver devant les dieux." Esta sencilla frase la dejó muy impresionada. Imagino que ya sospechaba que yo fuera sordomudo. O que tal vez que no supiera decir mas que aquello de "Vous avez de jolis yeux" u otras frases similares de galantería. Lo que debió impresionarla fue que hacía tiempo que nadie le decía algo de apariencia inteligente en francés.

O sea que, con aquellas sencillas palabras filosóficas, había puesto mi parte de inteligencia y quedaba certificado que no era idiota. Al menos no lo era mucho. El hecho mismo de que estuviera ante ella adorando su belleza, era cuando menos una prueba de que algunas de mis neuronas aún funcionaban. Esto quedó confirmado cuando vi su cara iluminarse con una sonrisa. Me pareció que se acercaba a mí de un modo perceptible y creo que su cara descendió hasta aproximarse algo más a la mía. De alguna manera me acerqué a su rostro con infinitas precauciones. Necesitaba que Afrodita, la diosa del amor, inoculara el aliento de su espíritu en el cuerpo de Adela. Y así esperaba que se reblandeciera lo suficiente y se calentara un poco. De lo contrario, no habría modo de echar de aquel maldito sofá al sabio espíritu de Atenea, la diosa de la ciencia.

Ella sintió que triunfaba, al oír mis palabras mágicas y siguió llena de sabiduría haciendo bellos discursos. En algún momento, mi brazo, que reposaba sobre el sofá, cayó discretamente y vino a dar sobre los hombros de Adela. Fue justo el momento en que decía alguna cosa de Gramsci. "Ah, Gramsci." Dije yo. Y traté de añadirle un poco de persuasión repitiendo lentamente esa palabra, Gramsci. Y tras una breve pausa, añadí: "Sais tu pas combien de fois j'ai révé... qu'on me parle de lui." Mientras decía esas
palabras me removí en el sofá. Ella, no sé como, pareció dejarse caer desde su altura celestial y descendió un tanto acercándose a los predios terrenales. Mi mano trató de apretarle el hombro discretamente y vi que me dejaba mover su cuerpo con discreción. El asunto de Gramsci se estaba poniendo de lo más interesante.

Probé de mover mi brazo acercándola hacia mí. Estas cosas filosóficas hay que estudiarlas de cerca con detenimiento y grandes precauciones. Ella se dejó atraer hasta el filo de las cosas imposibles; esas de entrar y ya no puedes marcharte. Nos estábamos acercando hacia el vértice de una inteligencia superior. Inteligencia que no estaba hecha de palabras y pensamientos puros o racionales. Nos estábamos acercando hacia esa inteligencia que nos presta, por un tiempo limitado, Afrodita, la diosa del amor.

Parece que la diosa Atenea seguía poniendo palabras en su boca. Pero yo me sentía inspirado y acerqué sin dudarlo mis labios a los suyos, de modo tal que me tragué sus sabias palabras. A partir de ese momento, quedamos unidos boca a boca, haciendo intercambios culturales. Y cuando los argumentos linguales ya se hacían insuficientes, empezaron a triunfar los conocimientos dactilares que tienen también una gran fuerza.

Siempre soñé con aprender francés, y filosofía, y cromatografía, y espectrometría, y paleontología, pero no por los métodos crueles al uso. Esos de "la letra con sangre entra". Sino que quise aprender con alguien especial que conociera bien la ciencia infusa de "enseñar deleitando". Aparentemente, Adela me parecía una filósofa ideal para hincarle el diente a las fragosidades ideológicas de Gramsci. En verdad que este es un nombre que me suena de algo. Pero, nunca tuve la menor idea sobre si, el Gramsci este, estaba hecho de carne o era simplemente pescado.

 

 

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